Y a qué viene todo esto. Viene a que antes de la misa, y luego también, nos entretuvimos recorriendo la Basílica, viendo sus altares, rezando en sus capillas, admirándonos de su estructura externa e interna. Y verdaderamente es una construcción hermosa, aún cuando la siguen recomponiendo.
Y mientras iba caminando, entre escalera y altar afirmaba en mi mente: ¡Y pensar que una persona vale más y es mucho más hermosa que tan grande construcción!
Y esta es una convicción, propia y compartida, de que la vida de cada hombre y mujer vale más que todo el oro del mundo; y que todo, todo valor fuera de la persona se debe ordenar a ella, a su felicidad, a su crecimiento, a su libertad, a su ser cada vez más persona.
¡Que horror cuando no somos capaces de descubrir el valor inmenso del que está a mi lado!, ¡qué horror cuando instrumentalizamos a alguien!, ¡qué horror cuando el hacer y el tener están sobre el ser!
Y no me desligo de esta responsabilidad, porque cotidianamente estamos errando el camino, cerrando los ojos.
Es mi deber como hombre percibir este inmenso valor, en mí y en los otros, valorarlo, respetarlo, y atreverme a penetrarlo; porque somos ante todo misterio, misterio que nos llama a la búsqueda y a la admiración.
"¡Si destruyen este templo, yo lo volveré a construir en tres días!", afirma la Palabra de Jesús en los Evangelios. Y el Templo era su misma persona, él mismo que anticipaba su muerte trágica y su resurrección gloriosa.
En nuestra fe cristiana, nuestro cuerpo se asemeja a la idea de Templo, como lugar de la presencia de Dios. Así, nuestra persona es lugar de la presencia Divina, para respetar y exigir respeto, para valorar y exigir valoración, para dignificar y exigir dignificación. Es esa luz brillante que sale del centro y otorga luz a cada lugar.
Y las palabras de Jesús nos significan la dignidad trascendente de "este templo", que aunque lo destruyamos por nuestra maldad, será reconstruido, nuevamente dignificado, porque no está llamado a su destrucción, sino a la perpetuidad, como la presencia que lo habita y lo constituye.
Yo creo firmemente, y comparto esta fe, que la dignidad plena del hombre reside en Aquel que lo invistió de esta dignidad, y que se hace cargo de mantenerla, a pesar de nuestras constantes rebeliones contra ella. A su vez que nos hace partícipes de su dignificación, en mi propia persona y en la del otro del que soy también responsable, por ser nosotros portadores de esta Presencia que dignifica, y por ser capaces de dignificarnos y dignificar a otros.
Sacando en limpio, Dios devuelve la dignidad a quienes han sido privados de ella por nuestra propia maldad, por eso "Bienaventurados los pobres...", y llama a que nos hagamos cargo de la dignidad propia y más de la ajena, de la que seremos responsables, por eso "Venga a mí benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer...".
Somos hermosos monumentos, llenos de luz, llenos de misterio, invitados a ser valorados, dignificados, amados; y a dar valor, dignidad y amor.
No perdamos nunca este horizonte, y luchemos por él cada día.