domingo, 12 de abril de 2009

¡No podemos callarlo! ¡Resucitó!

¡Entiendan lo que pasa y pongan atención a mis palabras! No estamos borrachos […] Dios había dado autoridad a Jesús de Nazaret entre todos nosotros: hizo por medio de Él milagros… sin embargo, ustedes lo entregaron a los malvados, dándole muerte, clavándolo en la cruz… pero Dios lo resucitó y lo libró de los dolores de la muerte, porque de ningún modo podía quedar bajo su dominio. […] Nosotros somos testigos de todo esto” (Hc. 2, 14-15.22-24.32)
Este es el mensaje central de nuestra fe, ¡y no podemos callarlo!

Ante todo hombre, ¡no podemos callarlo!; ante la sociedad, ¡no podemos callarlo!; ante las ideologías, ¡no podemos callarlo!; ante este mundo que se olvida de Dios, ¡no podemos callarlo!; ante tantas situaciones de muerte, ¡no podemos callarlo!

¡Ustedes lo entregaron, dándole muerte, clavándolo en la cruz… pero Dios lo resucitó!

Y proyecto esta frase dirigida hacia nosotros: ¡Ustedes lo entregaron! En el joven que no puede proyectarse en el futuro porque hoy está preso o atado a la droga, en la familia que subsiste a base del asistencialismo, en el enfermo que carece de ayuda, de medicamentos, en el anciano que es abandonado en un geriátrico. Si, ¡ustedes lo entregaron! cuando opté por asumir una actitud de resignación ante el dolor ajeno, cuando opté por no mirar a la cara al que me extendía su mano, cuando opté por no hacerme cargo de mi responsabilidad social, cuando opté por encapsularme en mis placeres, en mis teneres, haciendo caso omiso a la extraña necesidad del pobre, del enfermo, del solo.

¡Y le dieron muerte! Porque en mi opción, el otro murió para mí, y hasta murió para la sociedad, y murió para sí mismo. Porque efectivamente murió, y lo enterraron en un cajón improvisado, en la estepa del desierto; o en un cajón dado por los servicios asistenciales, bajo tierra y con una cruz anónima. Porque murió, y recién en ese momento nos acordamos que existía.

¡Clavándolo en la cruz! En el sufrimiento del abandono, de la desconsideración, del rechazo a su existencia. ¡Lo clavamos en la cruz con violencia, con indiferencia, con ultrajes, con promesas incumplidas, con instrumentalización, con esclavitud, con ignorancia y anonimato!

Jesús no es una metáfora. Jesús fue un hombre nacido y criado entre nosotros, que caminó entre nosotros, y cuyo mensaje fue tan revolucionario, tan incómodo, tan molesto y comprometedor, que no podía seguir siendo proclamado. Entonces, hombres buenos y cultos, instruidos, bien formados, con buena posición social, dijeron: hay que matarlo. Y así fue: Jesús murió asesinado por las manos de los detentadores del poder político y religioso; no de noche, no en una conspiración ocultada, sino a plena luz del día, con una cruz a cuestas frente a todo el pueblo, para ser levantado en alto de tal forma que todos sepan lo que puede pasar a quien se coloca en contra del orden de las cosas.

Y hoy también, Jesús no es una metáfora. Su pasión y su cruz se encarna en tantas realidades que tampoco permanecen ocultas, que a las entradas de las grandes ciudades aparecen como signos de lo que puede suceder a los que se oponen al sistema, o de los que simplemente no se adaptan a él.

¡Pero Dios lo resucitó! ¡Y esta es la gran noticia! La muerte de Jesús es coherencia de su mensaje y de su entrega a la Voluntad del Padre, pero también es fracaso si no hubiese resucitado. ¡Resucitó! Y con su resurrección su propia muerte su transformó en redención para todos nosotros, porque ya la muerte ha sido vencida, porque entendemos que la muerte no puede vencer, y porque esa muerte es fruto de vida nueva.

¡Dios lo resucitó! El que fue despreciado ante los ojos de los gobernantes y del pueblo mismo encontró aprecio y vida en el Padre; y con su vida nos regaló la vida, y nos anima a proclamar esta verdad: ¡Jesús resucitó y su Reino está entre nosotros!

Ya debemos gritarlo, ya debemos proclamarlo, y ya debemos saber que esta resurrección la debemos hacer presente en nuestras vidas y en las vidas de los que padecen situaciones de muerte, de cruz, conociendo que Dios está y no es indiferente ante la muerte de sus hijos, como no fue indiferente a la muerte del suyo propio.

¡Dios lo resucitó! ¡Dios también dará la vida a tantos que son crucificados y nos dará la vida a nosotros si nos animamos a dar la vida, a ser crucificados, a hacernos solidarios en la cruz!

Esta es mi fe, la que hoy les comparto, en la esperanza que muchos de ustedes vivan: ¡La muerte ha sido vencida! ¡No podemos callarlo! ¡Jesús resucitó y con Él todos nosotros!

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Leonel