domingo, 10 de mayo de 2009

Misericordia


 ¿No está acaso en desuso esta palabra hoy día?, ¿sabemos en realidad lo que significa tener misericordia?, ¿a quien pedimos misericordia?, ¿cómo nosotros somos misericordiosos?, ¿podemos serlo?.

Según el diccionario, en su primera acepción, es la “inclinación a compadecerse y mostrarse comprensivo ante las miserias y sufrimientos ajenos”. Etimológicamente viene del latín misericordia, y éste de miser (desdichado) y cor (corazón).

¿A qué viene todo esto? A buscar, yo y en invitación a todos, recuperar la capacidad de colocar en el corazón la desdicha ajena. No tanto a saber qué significa misericordia sino a ser misericordiosos. A dar una respuesta de salir al encuentro del otro en su miseria, revolucionando la cultura del individualismo.

No es una respuesta sencilla, y cada uno en su propia carne lo sabrá. A mí no me es fácil tejer las palabras de este texto, que nace sólo de las ganas de compartir algo, sólo un pensamiento, como otro podrá compartir el mate.

Hay expertos en la cuestión, hay profesores, sacerdotes y gente muy preparada que dará de seguro una idea más acabada de la cuestión. Yo no tengo eso, ni tampoco un actuar que otorgue autoridad a mis palabras. Por eso es anhelo mío, y es anhelo compartido. Es mi anhelo de aprender a ser misericordiosos, de anidar en el corazón el dolor ajeno, ayudando a mi hermano a cargar con el peso que lo abate. Aquí, todos somos de alguna forma estudiantes.

Por eso mi oración en este tiempo es: “Señor, ensancha mi corazón”. ¡Sí, ensánchalo! ¡Para que en él quepan muchos hermanos! ¡Para que pueda amarlos! ¡Para que pueda descubrirlos hermanos! ¡Para que pueda reír su risa y llorar su llanto! ¡Para que pueda, al verlos, verte a Ti! ¡Para que vivas allí, y en tu Amor pueda amar!

Dios es misericordia, y si somos hijos de Dios estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre es misericordioso (cfr. Lc. 15,11-32; Mt. 18,23-35).

Esta es una tarea y una oración que invito a todos a realizar. Ensanchar el corazón. No seremos misericordiosos si no somos capaces de salir de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, del amor propio. No seremos misericordiosos, ni recibiremos el gesto de misericordia, si nos alienamos de la realidad ajena. Y seremos misericordiosos, y, aún más, la misericordia brotará de nuestro corazón como manantial, si en nuestros corazones anida el Amor, el verdadero Amor que no se guarda, sino que se dona, se da gratuitamente, el Amor de Dios que nos enseña a amarnos los unos a los otros, como Él nos amó.

Porque el amor al prójimo es nuestra clara expresión del amor a Dios, porque amando al prójimo amamos a Dios. Dios nos da su Amor para amar.

Los invito a orar conmigo: “Señor, ensancha mi corazón”.

Te pido, Señor, una cosa
una cosa que me des;
tu Amor que colme mi medida
que llene mi vida y la dé.

Tu Amor como caro perfume
con precioso y penetrante aroma,
que baste mi recipiente
y que, lleno, desborda.

Ya lleno mi corazón de Amor
se derrama sin más,
baña la casa su olor
que ungiendo a su Amor se da.