¡Que no se pase la vida, que la vida es ahora! Si ahora no amo, ya no amo más; y si ahora no te amo, no te amaré más.
No es una mera máxima lo que te estoy compartiendo, sino una experiencia reciente de mi vida. De alguna forma, trato de que todo lo que te comparto sea esto; tal vez por eso no le tengo miedo al plagio, porque la experiencia no se roba, ni se imita, pero, eso sí, se la comparte.
Hace no tanto volví a una casa que fue “mi casa” por dos años, y al volver siempre a un lugar que fue “tuyo” de alguna forma lo recobras y no sólo el lugar sino también a aquéllos que supieron recibirte, acompañarte, darte su amor. Y al volver los recobré, pero sabiendo que no sería por mucho tiempo; es más, tal vez sólo los tendría ese mismo momento; y ese momento, ese lugar, era la ocasión (¡única!) de expresar el amor.
Así nos pasa y poco nos damos cuenta. Nos acostumbramos a ver los mismos rostros uno y otro día, hasta que uno de esos días esos rostros ya no están. Creemos que amamos a alguien porque “ya lo hemos amado antes”, pero no es suficiente, ¡ama ahora!
Uno de los días que pasamos en esta “vuelta”, dirigimos nuestros pasos por los pasillos del humilde (y más que humilde) Barrio Ludueña de Rosario. Quiso Dios que nos encontremos frente a una casita que hace las veces de Capilla, las veces de Comedor, las veces de Centro Comunitario; y entre nosotros pasó una viejecita, de entre 60 a 70 años, que venía de hacer las compras para el almuerzo. Llevaba dos pequeñas bolsitas en sus dos pequeñas manos. No pasó desapercibida, porque ella no nos pasó desapercibida. Se detuvo, saludó muy cordialmente a alguno de nosotros y muy sencillamente (con la sencillez de estar hablándole a alguien conocido de toda la vida) compartió de dónde venía y qué es lo que iba a hacer; luego, así como vino, siguió su camino por el pasillo despidiéndose de nosotros y diciendo que debía ir a cocinar.
Tal vez ella no se percató, pero sin querer a los que estaban allí, a los que la recibieron en su trato sencillo, los supo amar en ese momento. No hubo ni habrá otro momento, sólo hubo ese, y no había necesidad, y de ahí la gratuidad del amor. Esta mujer amó ahora.
¡Si no te amo ahora no te amaré más! De repente hoy estábamos compartiendo en la oración comunitaria el relato del “buen samaritano”, que en el inconsciente colectivo nos deja la idea de aquél que supo hacerse cargo del hermano (lo hizo su hermano), olvidándose de su camino (de sus proyectos, agenda, etc.) para curar sus heridas. ¡Ama ahora!
La vida tal vez sin percatarnos nos corre, de un lugar a otro, de una casa a otra, de un trabajo a otro, de un estudio a otro, y así. Nos corre la vida y nos desplaza a las personas que teníamos, a los bienes que poseíamos, al chiste que ya fue. Y, tal vez, sin percatarnos nos da un inmenso regalo: la vida. Porque la vida en esencia es ese dinamismo que lo advertimos en el cuerpo, en la mente, en el corazón, en lo propio y en lo ajeno; y porque la muerte, en contraposición, es lo estático, lo inconmovible.
“Ya no quiero ser duro, pero muerto; prefiero vulnerable, pero vivo” nos dice una canción de Eduardo Meana. Y prefiero ser corrido por la vida, porque la vida es eso, y amar con profundidad el presente que me regala. ¡Ama ahora! Ama a los que ahora están contigo, lo que ahora tienes entre manos, lo que ahora puedes hacer, lo que ahora eres.
La vida nos invita a apropiarnos de este presente, de esta personita que ahora se me para enfrente y me pide veinticinco centavos, de este hermano enfermo o de este dolor que llevo en el corazón, y a amar. Así, la vida se transforma en una invitación al amor, no al que fue, al que es.
¡Y este amor es Sagrado, porque la vida es Sagrada, porque cada persona es Sagrada! El hombre de fe intuye, cree con convicción firme que la vida es don, regalo de Dios, y, por tanto, Sagrada. Y no la vida que fue, sino la que es, porque la vida es ahora, ¡ama ahora! Y la persona es don, regalo de Dios, y no sólo eso, sino que Dios mismo se hace presente en ella. “Yo en ellos y tú en mí” (Jn. 17,23) oraba Jesús a su Padre. Y la invitación de Dios es al amor, al que tengo y al de mi hermano; es una invitación a un encuentro para el amor que se da ahora, que estoy invitado a realizar ahora. ¡Amar ahora!
¡Sólo tengo este momento para amar! ¡Este momento es Sagrado! ¡Ama ahora!
Y vuelve…
Vuelve a amar, que el Amor es tu morada.
Vuelve a reír, que la risa es tu alimento.
Vuelve a confiar, para encontrar donde apoyarte.
Vuelve, Yo te dejo volver.
P/D: La imagen que acompaña al dibujo quiere no sólo representar algo de la idea del texto, sino ser un presente a un amigo que me recibió como el hijo pródigo, me ofreció su abrazo y su perdón. Gracias!!!