Este era el pedido del zorro al principito al conocerlo. “Domesticar” significa “crear lazos”, una cosa demasiado olvidada.
El zorro quería escuchar unos pasos distintos a los demás pasos, y le volvía a decir al principito: “serás para mí único en el mundo… seré para ti único en el mundo… mi vida se llenará de sol”.
Y hasta ahora sólo he repetido frases de este hermoso libro, porque en sus palabras se esconde mucha sabiduría, esa que no encontramos en los diarios ni en la televisión.
Y en este tiempo de Navidad, quisiera que podamos ver como veía el zorro al principito; así vernos frente al nacimiento de Jesús.
“Sólo se conocen las cosas que se domestican”, y en cierta manera Dios quiso que lo domesticásemos, que lo conociéramos, que lo hagamos único en el mundo. ¿Por qué sino eligió el camino de la encarnación? Él vino a nuestro encuentro y gritó: ¡Domestícame!
Y de nuestra parte lo empezamos a conocer; algunos se negaron y no era “más que un zorro semejante a otros zorros”. Pero otros, no muchos, emprendieron la paciente tarea de domesticar a Dios. Lo domesticamos en el tiempo, y en el tiempo nos domesticamos en la Esperanza… por eso preparamos su venida y colocamos un día para recordar que él vino a estar junto a nosotros. El zorro repetía al principito: “si vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”.
Y la Navidad nos ayuda a domesticar a Dios, a conocerlo, a crear lazos, a escuchar unos pasos distintos a los demás pasos. Si, Navidad se convierte en un rito que nos ayuda a preparar el corazón…“lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora de las otras horas”.
Dios nos ha domesticado desde la eternidad, pero somos nosotros ahora los que debemos domesticarlo a Él…hacerlo único, como el zorro, como la rosa. Y es trabajo, y es paciencia, y es labor. El principito decía: “es ella la rosa a la que yo he regado”; y el zorro le hacía comprender que “el tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”.
En un pesebre perdido en el campo de las tierras de Asia Menor, envuelto en humildes pañales, rodeado de animales y hombres humildes que supieron acercarse al milagro, Dios nos grita: ¡Domestícame!
Que tengamos un corazón de niño para contemplar el milagro, y que aprendamos a amar como el Principito amó a su rosa, para dar testimonio de ese amor, y quien nos encuentre pueda testimoniar: “me emociona su fidelidad por una flor, la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aun cuando duerme”.
Nosotros, los hombres, buscamos la felicidad, buscamos el amor; y lo que buscamos “podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua”…“es necesario buscar con el corazón”.
Feliz Navidad
El zorro quería escuchar unos pasos distintos a los demás pasos, y le volvía a decir al principito: “serás para mí único en el mundo… seré para ti único en el mundo… mi vida se llenará de sol”.
Y hasta ahora sólo he repetido frases de este hermoso libro, porque en sus palabras se esconde mucha sabiduría, esa que no encontramos en los diarios ni en la televisión.
Y en este tiempo de Navidad, quisiera que podamos ver como veía el zorro al principito; así vernos frente al nacimiento de Jesús.
“Sólo se conocen las cosas que se domestican”, y en cierta manera Dios quiso que lo domesticásemos, que lo conociéramos, que lo hagamos único en el mundo. ¿Por qué sino eligió el camino de la encarnación? Él vino a nuestro encuentro y gritó: ¡Domestícame!
Y de nuestra parte lo empezamos a conocer; algunos se negaron y no era “más que un zorro semejante a otros zorros”. Pero otros, no muchos, emprendieron la paciente tarea de domesticar a Dios. Lo domesticamos en el tiempo, y en el tiempo nos domesticamos en la Esperanza… por eso preparamos su venida y colocamos un día para recordar que él vino a estar junto a nosotros. El zorro repetía al principito: “si vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”.
Y la Navidad nos ayuda a domesticar a Dios, a conocerlo, a crear lazos, a escuchar unos pasos distintos a los demás pasos. Si, Navidad se convierte en un rito que nos ayuda a preparar el corazón…“lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora de las otras horas”.
Dios nos ha domesticado desde la eternidad, pero somos nosotros ahora los que debemos domesticarlo a Él…hacerlo único, como el zorro, como la rosa. Y es trabajo, y es paciencia, y es labor. El principito decía: “es ella la rosa a la que yo he regado”; y el zorro le hacía comprender que “el tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”.
En un pesebre perdido en el campo de las tierras de Asia Menor, envuelto en humildes pañales, rodeado de animales y hombres humildes que supieron acercarse al milagro, Dios nos grita: ¡Domestícame!
Que tengamos un corazón de niño para contemplar el milagro, y que aprendamos a amar como el Principito amó a su rosa, para dar testimonio de ese amor, y quien nos encuentre pueda testimoniar: “me emociona su fidelidad por una flor, la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aun cuando duerme”.
Nosotros, los hombres, buscamos la felicidad, buscamos el amor; y lo que buscamos “podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua”…“es necesario buscar con el corazón”.
Feliz Navidad