jueves, 9 de septiembre de 2010

El camino de la Alianza - Tercera Posta


¿Qué Alianza sella Dios con Israel?

La Alianza sellada por Dios es una Alianza de amor y de fidelidad. Dios ama y es fiel a su promesa, esperando que su pueblo también le responda con amor y fidelidad. Esta “espera de Dios” resuena en el Shemá (Escucha…), donde Dios se hace interlocutor de Israel, entra en diálogo para llamarlo al amor, pero no a un amor impuesto sino más bien recíproco. Dios habla a su pueblo y lo conduce a una respuesta semejante a la suya, de un amor de gratuidad.

“Escucha Israel: Dios es uno solo. Lo amarás con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut. 6,4-5)
“Nuestro compromiso consiste en poner en práctica todos estos mandamientos ante nuestro Dios, como él nos ha mandado” (Deut. 6,25)
“Tú eres un pueblo consagrado a Dios; a ti te ha elegido para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos de la tierra” (Deut. 7,6)
“Si Dios nos liberó ha sido por el amor que les tiene y por el juramento hecho a sus padres” (Deut. 7,8)
Dios consagra, separa a Israel para amarlo y cuidarlo. Los mandamientos que le otorga son fruto de ese mismo amor, y su cumplimiento fuente de vida y felicidad; así, la Ley de Dios en modo alguno se presenta en un primer momento como una carga pesada colocada sobre los hombros de sus siervos, sino más bien como un camino que en su práctica conduce a la vida de sus hijos, a su felicidad y a su prosperidad.

“Éstos son los mandamientos... esmérate en practicarlos para que seas feliz y te multipliques” (Deut. 6,1.3)
“Guárdalos y practícalos, porque ellos son su sabiduría e inteligencia a los ojos de los demás pueblos” (Deut. 4,6)
Israel entiende que la Ley de Dios es Ley de Vida y que sus preceptos nacen de un corazón que ama y que quiere el bien de sus hijos. De aquí que el compromiso del pueblo, su alianza con Dios, se termine fundando en:
       El amor gratuito que Dios le ha manifestado, liberándolos de la opresión, conduciéndolos a una tierra buena y otorgándoles una Ley de Vida;
       La fidelidad de Dios con las promesas hechas a sus padres;
       Tomar conciencia de ser consagrados, separados del resto de los pueblos por el amor que Dios les ha manifestado.

Estos fundamentos van conduciendo al pueblo a una respuesta libre y comprometida, a amar sólo a Dios y cumplir sus mandamientos. Es el querer ser fieles a un amor de fidelidad.

¿Qué Alianza selló Dios conmigo?

La respuesta vendrá sólo si hemos logrado ver qué experiencia de Dios hemos tenido, pues a la luz de esa experiencia descubriremos la invitación que Dios nos hace de Vida Nueva. Reconocer el paso de Dios en los acontecimientos vitales de mi historia hará posible que ahonde en esa experiencia para sacar de ella los gestos de amor que Él ha tenido para conmigo, los gestos de compañía y de presencia en medio de las pruebas y los fracasos. En la presencia de Dios en mi propia historia reconoceré su Alianza de amor.

Tal vez pueda brotar de nuestro corazón el sentimiento de que Dios no ha sellado ninguna Alianza particular con nosotros, o podemos identificar esa Alianza con el sacramento del bautismo celebrado en nuestra niñez. Para quien no es bautizado, Dios no lo deja fuera de su Amor que cotidianamente se manifiesta en dones, en personas, en pequeños gestos. Para quien es bautizado, Dios lo ha sellado de una forma particular, estando como Israel consagrado en su Amor. Ello nos conduce, a unos y otros, a emprender un camino de toma de conciencia, primero, y de respuesta generosa, después.

Para tomar conciencia de la Alianza de Amor que Dios ha sellado con nosotros, debemos entrar en comunicación con Él; estar más atentos a sus mensajes, a sus cartas de amor. ¿Cómo dialogar con Dios? Primero, escuchando… éste es el primer mandamiento: ¡Shemá! Escuchar la voz de Dios que nos habla de amor en los acontecimientos cotidianos; y hacerlo a partir de la oración de acción de gracias. Comenzar el día agradeciendo, tomar conciencia de los regalos que se van gestando a lo largo de la jornada, de las personas que tengo a mi lado, del pan de la mesa, del trabajo o del estudio, de la vida que se renueva, y concluir la jornada con un corazón agradecido. En la sintonía del agradecimiento podré captar la presencia de un Dios que ama.

Luego de recorrer el camino del agradecimiento, puedo asumir la gratuidad y fidelidad de este Dios-Amor. Más Dios, como dije, nos llama al diálogo, y diálogo es también respuesta. Así como Él nos manda cartas de amor, nosotros también por amor y con amor respondemos a sus mensajes. En este segundo movimiento, como Israel quiero dar una respuesta libre y comprometida que se transforma en oración de ofrecimiento y gestos de amor. A la mañana no sólo agradeceré a Dios por el día sino que también se lo ofreceré a él, por el camino le iré ofreciendo a Dios los encuentros que tenga, las dificultades que surjan, los regalos que reciba, y por la noche tomaré todo lo vivido y se lo volveré a ofrecer cómo único gesto posible de reciprocidad amorosa. En el ofrecer se debe ir gestando en el corazón esta conciencia: Dios me ama con fidelidad… yo quiero responderle también con un amor fiel. Así, el ofrecer que en un comienzo es oración, se volverá de a poco gesto y acción gratuita como respuesta de la convicción de la fidelidad gratuita de Dios.

Podemos terminar afirmando: Como Israel, Dios me ha entregado amor y me ha hecho experimentar el amor, y su voz presente en su Palabra y en mi cotidiano vivir me invita a dar amor, a vivir su amor, a testimoniar su amor. Desde la Ley y en el sacrificio de Cristo, quiso Dios constituir la civilización del Amor. A mí me llama a construirla.

Esta Alianza, en su génesis y en su desvelamiento en nuestra propia historia, en la Palabra y en los hechos cotidianos, se halla marcada por la elección divina (consagración), por la compasión de Dios para con nuestra pobreza y debilidad, y por el llamado de testimoniar y vivir la primacía del amor (misión).
Es en Jesús crucificado donde el amor y la misericordia divina cobran su mayor significado, y desde donde nos podemos sentir invitados a un amor y entrega semejante: hasta dar la vida.

Jesucristo, Dios hecho hombre,
Me amó y murió por mí.

miércoles, 28 de julio de 2010

El camino de la Alianza - Segunda Posta


 ¿Cuál es la experiencia de Dios que ha vivido Israel?

En las páginas del Éxodo se narra la liberación del Pueblo de Israel, que se hallaba bajo la sujeción del imperio egipcio y de su Faraón. Ya habían pasado varios siglos de su llegada a la tierra de Egipto, y los sueños de José ya se habían olvidado. Moisés, caudillo del pueblo de Israel y hombre de Dios, será quién por inspiración Divina lleve la esperanza de un futuro diferente a sus hermanos israelitas y los conduzca, finalmente, a una tierra buena donde puedan ser libres y construir por ellos mismos la historia.
En el libro por el cual estamos haciendo camino, no se vuelve a relatar tan explícitamente los acontecimientos vividos por el pueblo, más presenta ciertos extractos que son como sumarios de esta experiencia y sirven como exhortación para no perder la memoria de lo vivido.

Ten cuidado y no te olvides de estas cosas que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida” (Deut. 4,9)
A ustedes los tomó Dios y los sacó de Egipto, para que fueran el pueblo de su heredad, como lo son hoy” (Deut. 4,20)
¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo?” (Deut. 4,33)
Éramos esclavos y Dios nos liberó para traernos y entregarnos la tierra que prometió a nuestros padres” (Deut. 6,21.23)

La memoria, el traer de nuevo al presente un acontecimiento del pasado, actualiza de alguna forma el suceso e ilumina la realidad presente otorgándole una raíz y un significado. Esto es lo que Israel estaba llamado a no perder. Lo que vivieron ha modificado radicalmente su historia, ha dado un vuelco a toda su realidad y la forma de verla, y llama a mantenerse unido a lo que ha significado este acontecimiento radical, no apartando estos hechos de su corazón en todos los días de su vida.
Israel ha experimentado la presencia, la cercanía y el amor de Dios que se hace presente en su historia, la transforma y le otorga vida. Es la experiencia de una liberación, una promesa y su cumplimiento por parte de un Dios cercano y fiel; y es a partir de esto que Israel se siente interpelado a escuchar a Dios, a responder a su amor y a su actuación en su historia.

¿Cuál es mi experiencia de Dios?

Poder responder a esta pregunta puede llevar mucho tiempo, pues significa bucear en nuestra historia personal buscando los signos de la obra de Dios a lo largo de la vida. No cabe duda que Dios se manifiesta y se hace presente en la historia de cada hombre y de cada mujer, y de una u otra forma nos va conduciendo a la Vida. Tal vez, hasta ahora, nunca pudiste percatarte que ha sido Dios un actor importante en el camino de tu vida, en decisiones, en experiencias, en respuestas.
Hacer este trabajo, como dije, puede llevar un poco más de tiempo... tal vez incluso semanas, meses o años, pero es tan relevante pues en este trabajo se funda nuestra fe de un Dios que obra en cada uno de nosotros a lo largo de nuestra vida. Es tan relevante que Dios mismo le dice a su pueblo “no te olvides de estas cosas...ni dejes que se aparten de tu corazón”.
Buscar esta experiencia implica bucear en la historia vital, y para hacerlo existen distintas maneras, algunas más superficiales, algunas más ágiles, algunas más profundas, algunas más lentas. Una forma de bucear es construyendo una línea de tu historia personal, donde puedas colocar todos los acontecimientos relevantes desde que te acuerdes hasta ayer; esto te dará una idea bastante general de los sucesos de tu historia: personas, lugares, acontecimientos importantes, vida de fe, cambios significativos, etc. Otra forma de bucear, un poco más profunda, es narrar la historia de tu vida, desde que te acuerdes hasta donde te parezca necesario para tener una mirada global de tu camino de la vida. Tal vez para esto, hacer previamente la línea de tiempo te ayude a ordenar los datos con los cuales harás tu narración. Una tercera forma de apropiarte de tu propia historia (porque esto es, en definitiva, lo que buscamos) es armar un cuadro con los años en una de las columnas y en las otras ir colocando personas, lugares, hechos familiares, momentos importantes, estudios y trabajos, vida de fe, y cualquier punto que consideres relevante. Particularmente, considero importante cómo llegamos a unir los datos, e ir descubriendo cómo nuestra vida se transforma en un entramado de ebullición de vida. En medio de esa ebullición, en medio de esos hilos que se unen, debemos buscar la mano del tejedor, el tipo de pieza que va tejiendo en nosotros, que va haciendo de nosotros.

Si has logrado ya ver el paso de Dios a lo largo de tu vida, sus huellas y su llamado a tejer contigo una alianza de amor, puedes preguntarte aún con mayor profundidad: ¿Cuál ha sido, como para Israel, el suceso primordial que marca un antes y un después en tu vida, y del cual Dios mismo es artífice? Este suceso, semejante a la liberación de Israel, es digno de ser recordado para siempre, iluminando desde su acontecer y recrearse todo nuestro camino en la vida y en la fe. Es sentir que Dios nos ha rescatado también a nosotros de la esclavitud y de la muerte, que nos condujo de las tinieblas a la luz y nos otorgó una vida nueva.
Nuestro ejercicio será entonces reconocer primero la historia sobre la cual se gesta la obra de Dios, buscando sus huellas, para luego buscar aquélla intervención que ha trastocado mi vida entera, haciéndome de alguna forma nacer de nuevo.
Si hemos tenido esta experiencia, debemos asumirla con gratitud y gozo, no dejando que se aparte de nuestro corazón ese sentimiento de ser rescatados por el amor de Dios, de ser recreados. Si no hemos tenido tal experiencia, pidamos que Dios pase por nuestra vida, nos libere, nos sane, nos conduzca a la tierra prometida.
Creo realmente que Dios va obrando en nuestras vidas, la va moldeando como sabio alfarero, la va tejiendo como buen tejedor, y en algún momento nos regala su presencia más nítida, transformadora de la vida. Es ése momento el que debemos albergar en el corazón, con el imperativo del “no te olvides de estas cosas”… y con la súplica del “Ven” cuando aún sentimos que nos hallamos en la espera de su paso.

Conózcate a ti, Conocedor mío,
Conózcate a ti, como soy por ti conocido.
(San Agustín)

domingo, 18 de julio de 2010

El camino de la Alianza

Introducción: La Alianza del Pueblo Elegido

Después de mucho tiempo sin escribir, quiero compartirles un camino hecho en estos días. Es el camino de escuchar cómo Dios habla a su pueblo, Israel, amándolo, cuidándolo e instruyéndolo a través de su siervo Moisés antes de entrar a la Tierra Prometida. Es un recorrido a través del quinto libro de la Biblia, el Deuteronomio, por el cual busqué esos rastros del amor Divino, que nos amó siempre, nos buscó siempre, nos liberó de nuestras esclavitudes y espera paciente que nosotros lo elijamos, como Él gratuitamente nos eligió desde la eternidad.

Los invito que, a lo largo de las siguientes publicaciones, puedan colocarse en el lugar del Pueblo de Israel que escucha la voz del Dios de la Alianza. Como Israel, nosotros también somos herederos de una alianza plenificada en Cristo Jesús. Comencemos a descubrirla...

Primera Posta:

¿Cuál es la imagen de Dios que nos transmite la Palabra?

Podemos tomarnos un tiempo para leer al vuelo los primeros capítulos del Deuteronomio, en particular desde el capítulo 4 al 6. Leyéndolos, somos capaces de reconocer a un Dios cercano que quiere revelarse a su Pueblo, que a lo largo del camino del desierto se ha ocupado de él, que por amor a ellos y a sus padres no los ha dejado nunca.

Tu Dios es misericordioso, no te abandonará...” (Deut. 4,31)

Dios amó a tus padres y eligió a su descendencia” (Deut. 4,37)

Dios que está en medio de tí, es un Dios celoso” (Deut. 6,15)

El Dios de Israel es un Dios que ama, obra, rescata y realiza una Alianza con su pueblo por propia iniciativa. Es Dios quien sale al encuentro, sabiendo que puede ser rechazado, pero aún así manteniendo su fidelidad.

Cuando estés angustiado y te alcancen todas estas palabras, al fin de los tiempos, te volverás a Dios y escucharás su voz” (Deut. 4,30).

¡Que poderosa imagen la de un Dios amante que busca el amor de su pueblo!

¿Cuál es la imagen que tengo de Dios?

Hagamos ahora vida la Palabra. Mi Dios: ¿es un Dios claro a mi entendimiento, o se halla confuso?, ¿es un Dios cercano o lejano a las cosas que vivo diariamente, a mis problemas, a mis alegrías y a mis tristezas?, ¿es Dios Padre, Madre, Jesucristo, el Espíritu de Dios, es el Dios-Providencia, es el Dios-Ternura, es el Dios castigador?, ¿cómo es Dios en mi corazón y en mi entendimiento?

Podemos tomarnos un tiempo de silencio, de mates solos, para respondernos a esta pregunta, pues la imagen que tenemos de Dios refleja mucho de la forma en que nos llegamos a relacionar con Él en la oración, a la forma en que lo sentimos presente en nuestro cotidiano vivir, y las cosas nuestras que proyectamos hacia Él, desfigurándolo muchas veces de quien verdaderamente es.

Reconociendo la imagen que tenemos de Dios, podemos animarnos a plasmarlo en forma escrita, describiéndolo y puntualizando de dónde nos viene esa imagen. ¿Transmisión de la catequesis?, ¿mis padres?, ¿la escuela?, ¿la sociedad?, ¿mis propias necesidades y deseos? También sería válido plasmarlo en un dibujo, una pintura o en un moldeado de arcilla; lo importante es plasmar la imagen, descubrir de dónde viene y constatar cómo me relaciono con ella.

Nos debe quedar claro una cosa al final del ejercicio. Esa imagen hecha de Dios, no es Dios. Dios es mucho más que lo que podamos imaginarnos o sentir de Él. Pero necesitamos relacionarnos con Él de una forma cercana, comprensible... por eso Jesús nos lo presentó como Padre. Así, el describir a Dios y descubrir la génesis de esa figura nos puede llevar a purificarla, viendo de qué cosas nuestras la hemos cargado y qué cosas nos hablan de lo que realmente creemos que Él es.

Al fin, este ejercicio nos puede conducir a un camino de profundización de la imagen de Dios, para entenderlo mejor, para reconocerlo, para redescubrirlo cada día más. Este ejercicio nos puede transformar en buscadores de este Dios que siempre se presenta nuevo, desbordante pero reconocible; buscadores del Dios de Jesús y del Dios de nuestras vidas.


No puedo tenerte Dios, de mí te escapas,

y cuando creo que te tengo, ya no estás,

Tú, el siempre cercano que no puedo captar.


Te escurres, en mis manos, como agua

pero como el agua me das vida,

me refrescas, me calmas, me limpias.

domingo, 7 de marzo de 2010

Babel

Cuenta el mito del Génesis (Gn. 11,1-9) que en Babel Dios confundió las lenguas de los hombres por querer construir una torre que llegase al cielo, al mismísimo Dios. Babel significa “embrollo”, confusión. Babel es signo del orgullo del hombre por querer bastarse a sí mismo. También es parábola de la consecuencia del pecado en la sociedad: el disenso, la incapacidad de ponernos de acuerdo, la dispersión entre los hombres. Babel, en este tiempo de cuaresma que vive la Iglesia, nos puede hacer recordar de dónde venimos y dónde estamos llamados a estar.

Venimos de la herencia de nuestros padres; una herencia de orgullo, de soberbia, de codicia por querer ser como Dios; una herencia de tentación y pecado; una herencia que permanece en nuestros corazones como una tendencia al egoísmo, a querer construir “una torre con cúspide en el cielo” que nos haga famosos.

La Historia de Salvación tiene su Génesis en esta experiencia de pecado, que vivieron nuestros padres, que vivió Caín al matar a su hermano Abel, que vivió la humanidad entera por olvidarse de Dios. También así, nuestra Historia de Salvación personal tiene su Génesis en esta experiencia de pecado, en que somos proclives al mal, a olvidarnos de nuestros hermanos, a olvidarnos de Dios. Sin Génesis, no hubiera existido el Éxodo ni la Tierra Prometida. Nuestro Génesis, nuestra experiencia de pecado, nos llama a recorrer el Éxodo hacia la Tierra Prometida. Y aquí reside la Gracia de Dios, que se valió de nuestro pecado para otorgarnos el don de la redención en Cristo. Pero, ante todo, Él mismo nos pide reconocer nuestra pobreza, tomar conciencia también de nuestro Génesis para caminar a través del desierto cuaresmal a la Tierra Prometida de la Pascua.

¿Dónde comienza nuestro camino a la Pascua? En la conciencia de pecado, de ser absolutamente necesitados de Dios para tener vida y vivir los valores del Reino. ¿Y a dónde estamos llamados a estar? Junto a Cristo, tanto en su anonadamiento como en su gloriosa resurrección.

La cuaresma comenzaba con el texto de las tentaciones de Jesús en el desierto. Nos dice: “Después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre”. Luego, el diablo lo tentó. Así, el camino de proclamación del Reino de Jesús comenzó con una lucha ante el pecado, ante el tentador. Nosotros, cristianos, también comenzamos el camino en el desierto, en la conciencia del pecado, de ser tentados y frágiles. Y también como Jesús, estamos llamados a responder al mal con el bien, a rechazar el pecado con las buenas obras, a hacer morir nuestras inclinaciones egoístas en la cruz de Cristo, para resucitar con Él a una vida nueva que manifieste cada día más los valores del Reino.

Es un deseo para mí, y para todos, que podamos hacer este ejercicio de reconocernos pecadores, inclinados y tentados al egoísmo, para que desde allí realicemos nuestro éxodo hacia la tierra prometida; la vivencia de los valores de las bienaventuranzas que nos llevan a una vida nueva.

La instauración del Reino de Dios, donde todos hablemos una misma lengua, está llamada a realizarse primero, y ante todo, en la intimidad de nuestro corazón. Así, el lenguaje universal que unirá a los hombres será el lenguaje del amor…