jueves, 9 de septiembre de 2010
El camino de la Alianza - Tercera Posta
miércoles, 28 de julio de 2010
El camino de la Alianza - Segunda Posta
domingo, 18 de julio de 2010
El camino de la Alianza
Introducción: La Alianza del Pueblo Elegido
Después de mucho tiempo sin escribir, quiero compartirles un camino hecho en estos días. Es el camino de escuchar cómo Dios habla a su pueblo, Israel, amándolo, cuidándolo e instruyéndolo a través de su siervo Moisés antes de entrar a la Tierra Prometida. Es un recorrido a través del quinto libro de la Biblia, el Deuteronomio, por el cual busqué esos rastros del amor Divino, que nos amó siempre, nos buscó siempre, nos liberó de nuestras esclavitudes y espera paciente que nosotros lo elijamos, como Él gratuitamente nos eligió desde la eternidad.
Los invito que, a lo largo de las siguientes publicaciones, puedan colocarse en el lugar del Pueblo de Israel que escucha la voz del Dios de la Alianza. Como Israel, nosotros también somos herederos de una alianza plenificada en Cristo Jesús. Comencemos a descubrirla...
Primera Posta:
¿Cuál es la imagen de Dios que nos transmite la Palabra?
Podemos tomarnos un tiempo para leer al vuelo los primeros capítulos del Deuteronomio, en particular desde el capítulo 4 al 6. Leyéndolos, somos capaces de reconocer a un Dios cercano que quiere revelarse a su Pueblo, que a lo largo del camino del desierto se ha ocupado de él, que por amor a ellos y a sus padres no los ha dejado nunca.
“Tu Dios es misericordioso, no te abandonará...” (Deut. 4,31)
“Dios amó a tus padres y eligió a su descendencia” (Deut. 4,37)
“Dios que está en medio de tí, es un Dios celoso” (Deut. 6,15)
El Dios de Israel es un Dios que ama, obra, rescata y realiza una Alianza con su pueblo por propia iniciativa. Es Dios quien sale al encuentro, sabiendo que puede ser rechazado, pero aún así manteniendo su fidelidad.
“Cuando estés angustiado y te alcancen todas estas palabras, al fin de los tiempos, te volverás a Dios y escucharás su voz” (Deut. 4,30).
¡Que poderosa imagen la de un Dios amante que busca el amor de su pueblo!
¿Cuál es la imagen que tengo de Dios?
Hagamos ahora vida la Palabra. Mi Dios: ¿es un Dios claro a mi entendimiento, o se halla confuso?, ¿es un Dios cercano o lejano a las cosas que vivo diariamente, a mis problemas, a mis alegrías y a mis tristezas?, ¿es Dios Padre, Madre, Jesucristo, el Espíritu de Dios, es el Dios-Providencia, es el Dios-Ternura, es el Dios castigador?, ¿cómo es Dios en mi corazón y en mi entendimiento?
Podemos tomarnos un tiempo de silencio, de mates solos, para respondernos a esta pregunta, pues la imagen que tenemos de Dios refleja mucho de la forma en que nos llegamos a relacionar con Él en la oración, a la forma en que lo sentimos presente en nuestro cotidiano vivir, y las cosas nuestras que proyectamos hacia Él, desfigurándolo muchas veces de quien verdaderamente es.
Reconociendo la imagen que tenemos de Dios, podemos animarnos a plasmarlo en forma escrita, describiéndolo y puntualizando de dónde nos viene esa imagen. ¿Transmisión de la catequesis?, ¿mis padres?, ¿la escuela?, ¿la sociedad?, ¿mis propias necesidades y deseos? También sería válido plasmarlo en un dibujo, una pintura o en un moldeado de arcilla; lo importante es plasmar la imagen, descubrir de dónde viene y constatar cómo me relaciono con ella.
Nos debe quedar claro una cosa al final del ejercicio. Esa imagen hecha de Dios, no es Dios. Dios es mucho más que lo que podamos imaginarnos o sentir de Él. Pero necesitamos relacionarnos con Él de una forma cercana, comprensible... por eso Jesús nos lo presentó como Padre. Así, el describir a Dios y descubrir la génesis de esa figura nos puede llevar a purificarla, viendo de qué cosas nuestras la hemos cargado y qué cosas nos hablan de lo que realmente creemos que Él es.
Al fin, este ejercicio nos puede conducir a un camino de profundización de la imagen de Dios, para entenderlo mejor, para reconocerlo, para redescubrirlo cada día más. Este ejercicio nos puede transformar en buscadores de este Dios que siempre se presenta nuevo, desbordante pero reconocible; buscadores del Dios de Jesús y del Dios de nuestras vidas.
No puedo tenerte Dios, de mí te escapas,
y cuando creo que te tengo, ya no estás,
Tú, el siempre cercano que no puedo captar.
Te escurres, en mis manos, como agua
pero como el agua me das vida,
me refrescas, me calmas, me limpias.
domingo, 7 de marzo de 2010
Babel
Cuenta el mito del Génesis (Gn. 11,1-9) que en Babel Dios confundió las lenguas de los hombres por querer construir una torre que llegase al cielo, al mismísimo Dios. Babel significa “embrollo”, confusión. Babel es signo del orgullo del hombre por querer bastarse a sí mismo. También es parábola de la consecuencia del pecado en la sociedad: el disenso, la incapacidad de ponernos de acuerdo, la dispersión entre los hombres. Babel, en este tiempo de cuaresma que vive la Iglesia, nos puede hacer recordar de dónde venimos y dónde estamos llamados a estar.
Venimos de la herencia de nuestros padres; una herencia de orgullo, de soberbia, de codicia por querer ser como Dios; una herencia de tentación y pecado; una herencia que permanece en nuestros corazones como una tendencia al egoísmo, a querer construir “una torre con cúspide en el cielo” que nos haga famosos.
La Historia de Salvación tiene su Génesis en esta experiencia de pecado, que vivieron nuestros padres, que vivió Caín al matar a su hermano Abel, que vivió la humanidad entera por olvidarse de Dios. También así, nuestra Historia de Salvación personal tiene su Génesis en esta experiencia de pecado, en que somos proclives al mal, a olvidarnos de nuestros hermanos, a olvidarnos de Dios. Sin Génesis, no hubiera existido el Éxodo ni la Tierra Prometida. Nuestro Génesis, nuestra experiencia de pecado, nos llama a recorrer el Éxodo hacia la Tierra Prometida. Y aquí reside la Gracia de Dios, que se valió de nuestro pecado para otorgarnos el don de la redención en Cristo. Pero, ante todo, Él mismo nos pide reconocer nuestra pobreza, tomar conciencia también de nuestro Génesis para caminar a través del desierto cuaresmal a la Tierra Prometida de la Pascua.
¿Dónde comienza nuestro camino a la Pascua? En la conciencia de pecado, de ser absolutamente necesitados de Dios para tener vida y vivir los valores del Reino. ¿Y a dónde estamos llamados a estar? Junto a Cristo, tanto en su anonadamiento como en su gloriosa resurrección.
La cuaresma comenzaba con el texto de las tentaciones de Jesús en el desierto. Nos dice: “Después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre”. Luego, el diablo lo tentó. Así, el camino de proclamación del Reino de Jesús comenzó con una lucha ante el pecado, ante el tentador. Nosotros, cristianos, también comenzamos el camino en el desierto, en la conciencia del pecado, de ser tentados y frágiles. Y también como Jesús, estamos llamados a responder al mal con el bien, a rechazar el pecado con las buenas obras, a hacer morir nuestras inclinaciones egoístas en la cruz de Cristo, para resucitar con Él a una vida nueva que manifieste cada día más los valores del Reino.
Es un deseo para mí, y para todos, que podamos hacer este ejercicio de reconocernos pecadores, inclinados y tentados al egoísmo, para que desde allí realicemos nuestro éxodo hacia la tierra prometida; la vivencia de los valores de las bienaventuranzas que nos llevan a una vida nueva.
La instauración del Reino de Dios, donde todos hablemos una misma lengua, está llamada a realizarse primero, y ante todo, en la intimidad de nuestro corazón. Así, el lenguaje universal que unirá a los hombres será el lenguaje del amor…