domingo, 7 de marzo de 2010

Babel

Cuenta el mito del Génesis (Gn. 11,1-9) que en Babel Dios confundió las lenguas de los hombres por querer construir una torre que llegase al cielo, al mismísimo Dios. Babel significa “embrollo”, confusión. Babel es signo del orgullo del hombre por querer bastarse a sí mismo. También es parábola de la consecuencia del pecado en la sociedad: el disenso, la incapacidad de ponernos de acuerdo, la dispersión entre los hombres. Babel, en este tiempo de cuaresma que vive la Iglesia, nos puede hacer recordar de dónde venimos y dónde estamos llamados a estar.

Venimos de la herencia de nuestros padres; una herencia de orgullo, de soberbia, de codicia por querer ser como Dios; una herencia de tentación y pecado; una herencia que permanece en nuestros corazones como una tendencia al egoísmo, a querer construir “una torre con cúspide en el cielo” que nos haga famosos.

La Historia de Salvación tiene su Génesis en esta experiencia de pecado, que vivieron nuestros padres, que vivió Caín al matar a su hermano Abel, que vivió la humanidad entera por olvidarse de Dios. También así, nuestra Historia de Salvación personal tiene su Génesis en esta experiencia de pecado, en que somos proclives al mal, a olvidarnos de nuestros hermanos, a olvidarnos de Dios. Sin Génesis, no hubiera existido el Éxodo ni la Tierra Prometida. Nuestro Génesis, nuestra experiencia de pecado, nos llama a recorrer el Éxodo hacia la Tierra Prometida. Y aquí reside la Gracia de Dios, que se valió de nuestro pecado para otorgarnos el don de la redención en Cristo. Pero, ante todo, Él mismo nos pide reconocer nuestra pobreza, tomar conciencia también de nuestro Génesis para caminar a través del desierto cuaresmal a la Tierra Prometida de la Pascua.

¿Dónde comienza nuestro camino a la Pascua? En la conciencia de pecado, de ser absolutamente necesitados de Dios para tener vida y vivir los valores del Reino. ¿Y a dónde estamos llamados a estar? Junto a Cristo, tanto en su anonadamiento como en su gloriosa resurrección.

La cuaresma comenzaba con el texto de las tentaciones de Jesús en el desierto. Nos dice: “Después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre”. Luego, el diablo lo tentó. Así, el camino de proclamación del Reino de Jesús comenzó con una lucha ante el pecado, ante el tentador. Nosotros, cristianos, también comenzamos el camino en el desierto, en la conciencia del pecado, de ser tentados y frágiles. Y también como Jesús, estamos llamados a responder al mal con el bien, a rechazar el pecado con las buenas obras, a hacer morir nuestras inclinaciones egoístas en la cruz de Cristo, para resucitar con Él a una vida nueva que manifieste cada día más los valores del Reino.

Es un deseo para mí, y para todos, que podamos hacer este ejercicio de reconocernos pecadores, inclinados y tentados al egoísmo, para que desde allí realicemos nuestro éxodo hacia la tierra prometida; la vivencia de los valores de las bienaventuranzas que nos llevan a una vida nueva.

La instauración del Reino de Dios, donde todos hablemos una misma lengua, está llamada a realizarse primero, y ante todo, en la intimidad de nuestro corazón. Así, el lenguaje universal que unirá a los hombres será el lenguaje del amor…