martes, 9 de agosto de 2011

La Guerra Mediocre II


Al vencido,
Al lastimado,
Al débil,
Se dirige mi clamor.

Soy soldado derrotado,
Criatura indefensa,
Ingenuo escolar.

Digo que el enemigo me persigue
Cuando él camina mis pasos,
Él respira mi aire,
Él habla con mi voz.

   La guerra nunca acabará,
   Mientras el Rey no quiera,
   Y pida rendiciones al final.

Tú preguntarás
Si la guerra no continúa,
Y Él responderá
Que para ti ya terminó.

- ¿Cuál es el motivo?
   - ¿Quién eres tú para saberlo?
- Un soldado tuyo
    -¿Y qué actos lo demuestran?

Es hora de comenzar a luchar,
tiempo de dejar de jugar,
Quita las piedras del camino
Para que el Rey pueda entrar.

Mira al enemigo a los ojos
Y encuentra tu mirada en él,
Date cuenta que no es otro rostro
Que el reflejo que al despertar tú ves.

sábado, 23 de julio de 2011

Historias de Tormentos del Alma - La Guerra Mediocre

I

Pierdo la guerra,
Caigo en batalla,
Soy soldado sin armadura,
Bebo la sangre derramada
por mi propia espada.

Veo la muerte sonriente,
Feliz de ver mi muerte;
Las fuerzas dejaron mis manos
Cambiándose por podredumbre.

    Soy un muerto caminante
    Que reconoce su derrota
    Aún cuando nadie lo crea vencido.


Volveré a partir al mundo,
Estaré en las huestes del enemigo,
Perderé y me aceptaré perdedor,
Pero nunca daré
La satisfacción de mi rendición.

    - ¿Por qué peleas?
        - Por la esperanza
    - ¡Y si te consumes en dolor!
        - Pero no me importa.

Dios dice mi estandarte,
Mi capa y mi escudo;
Él es mi esperanza y mi victoria,
mi aliado y mi Rey;
Pero soy soldado sin tropa,
Mi ejército se me esconde.

    El enemigo me acecha
    Y mis gritos son mudos,
    Porque pedir ayuda no aprendí.

viernes, 11 de marzo de 2011

En las manos del alfarero



"Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla.” (Jer. 18,2-4)

Con cuánto amor las manos del alfarero, del Dios humilde y trabajador, nos forja día a día, nos retoca, nos hace únicos, especiales. El Alfarero toma el barro, quita sus impurezas, para luego hacerlo vasija que guarde el gran tesoro de su Amor.

Somos frágiles y no resplandecientes como el oro; así debemos ser, para que siempre necesitemos de esas manos creadoras.

Que en el servicio aceptemos la Voluntad de nuestro Dios Alfarero, la forma que decida darnos, como el cacharro maternal de María.