sábado, 28 de diciembre de 2013

Re-creando la inocencia (1Jn. 1,5-2,2)


Sólo quien se hace como un niño entrará en el Reino de los Cielos”


En este tiempo de Navidad, nos encontramos con algunas festividades que nos ayudan a re-centrar nuestra vida en el misterio de la Teofanía (manifestación de Dios). Una de ellas es la de los Santos Inocentes, y con ella me parecía oportuno que hagamos un viaje a nuestro interior y descubrir que en lo profundo de nuestro ser mora una inocencia que nos coloca en una tensión continua. ¿O acaso la voz de la conciencia no puede entenderse también como esa inocencia primigenia que invita a retornar a ella?
“Dios es luz, y en él no hay tinieblas”, dice la primera lectura de hoy. Y nosotros estamos invitados a “caminar en la luz”, a recobrar la inocencia original, pero con dos actitudes fundamentales que nos dice el evangelista.
La primera, estando en comunión con Dios y con los hermanos, rechazando las tinieblas. Debemos querer estar en la luz, y si es así buscamos su fuente que no somos nosotros sino Dios mismo. Aquí Dios nos deja libres para elegir ir hacia la Luz o permanecer en las tinieblas. La Luz, sintéticamente, es la Vida en Dios, comunión con Él y con los hermanos. Las tinieblas, para Juan, se identifican con la vida mundana, centrada en los bienes terrenales que conducen al rechazo del otro.
La segunda actitud que nos dice el evangelista para caminar en la luz es el confesar nuestros pecados. Si Dios es la Luz, nosotros somos deudores de la Luz; no brillamos con luz propia sino que reflejamos la Luz que viene de Dios mismo. Si, cual metáfora, fuéramos espejos, no estamos exentos de ensuciarnos o de opacarnos; más aún cuando este espejo que somos está en constante exposición. Otra metáfora puede ser la siguiente: cuando usamos una ropa en forma cotidiana, ¿acaso no se ensucia por el mismo uso que se le da? Imagínense que nuestro interior es como una ropa cotidiana que día a día está expuesta a la interperie, a las múltiples relaciones con otras personas, a las inclemencias del propio estado de ánimo y a los distintos acontecimientos que nos atraviesan... ¿no es claro que esta muda de ropa necesita renovarse cotidianamente? Dios-Luz nos invita a ser reflejo de su Luz, y por eso Él mismo nos viene a limpiar de nuestras impurezas para reflejarlo de una mejor manera.
El “estado de Gracia” sería como la claridad del corazón para reflejar a Dios. El sacramento de la reconciliación es el signo visible y eficaz que tenemos en la Iglesia para revisar nuestras propias actitudes ante la Luz de Dios, de modo que podamos reconocer nuestras fragilidades, rechazar las tinieblas, dejarnos purificar de nuestras impurezas, recuperar la comunión con Dios y nuestros hermanos, y así reflejar con nuestra vida la Vida de Dios. ¡No dejemos de recurrir a esta preciosa fuente de salud!
La Fe es Luz que viene a marcarnos el camino en medio de las tinieblas. No elimina nuestras tinieblas, pero nos va marcando el camino. Volver a Dios, dejándonos limpiar por Él, renueva nuestra Fe, pues si necesitamos de la Fe para creer que Dios obra en mí y en el mundo, en los sacramentos y en la Iglesia, también necesitamos asumir el camino de la vida comunitaria, de la eucaristía y de la reconciliación como momentos de Gracia donde Dios mismo obra, donde “Jesús nos purifica” y nos renueva en nuestra Fe.
Re-crear la inocencia es reconocer que somos hijos de la Luz, llamados a conformarnos a ella, y desde la debilidad de nuestro ser pecador volver con humildad a quién nos purifica, a quién nos sana.
Dios es capaz de ver en cada mirada un niño que se esconde y clama “Abbá”, y con ternura lo busca, lo abraza y le dice sin cansarse: “¡Te amo! ¡Tú eres todo para mi!”

miércoles, 29 de mayo de 2013

Todo de María


Hoy, miércoles 29 de Abril de 2013, despedimos a un gigante. Un grande no de estatura, no de tamaño, ni siquiera se podría decir de exuberantes conquistas; pero sí vencedor de la más difícil de las misiones que un hombre puede tener en la tierra: la misión de amar.

Hoy despedimos al P. Raimundo Gil, salesiano de Don Bosco. Su nombre, su porte, sus palabras, y sus innumerables gestos de servicio y de entrega desinteresada quedarán imborrables en la memoria de la comunidad de la parroquia Domingo Savio, en la memoria de quienes lo conocimos, de quienes tuvimos la gracia (porque somos realmente agraciados) de estar a su lado.

Entre ayer y hoy muchos se acercaron a brindarle el homenaje del último adiós, que no es adiós sino un hasta pronto... hasta el cielo que nos vuelve a reunir como hermanos. Y lo más hermoso es que nuestro querido padre ha sido verdaderamente amado por todos: niños, jóvenes, adultos y ancianos; los cercanos del barrio, los lejanos de otras provincias que han sentido sus pasos; los hermanos de comunidad de hoy y de ayer. Todos, todos encontramos en Raimundo un hermano que amó y sirvió hasta el final.

¡Cuánto llanto derramado al despedir a tan entrañable amigo del alma! Rostros jóvenes y rostros marcados por los años, todos ellos daban cuenta del amor tenido hacia Raimundo y de la tristeza del saber que no lo tendremos más caminando en nuestro patio, rezando en nuestra capilla. Pero es un llanto que es consolado en la esperanza, esa misma esperanza de la que dio testimonio Raimundo con su vida, con cada gesto, con cada palabra. Esa esperanza que no está cimentada en lo transitorio de este mundo, sino en la eternidad de Dios que nos llama a su Reino. Por eso, ¡felices los que lloran porque serán consolados! Todas nuestras lágrimas serán enjugadas en aquél Paraíso que Don Bosco tanto proclamó, y que en Jesús ha sido abierto para todos los hijos de Dios.

En el poco tiempo que pude compartir con el P. Raimundo, y tejiendo también con los hilos prestados de quienes lo conocieron más, no quiero dejar de explicitar esos pilares que descubrimos en él y que hasta nos hacen pensar, sentir y decir que él ya está en el cielo, que ha sido un santo en medio nuestro. En Raimundo podemos resaltar:
  • El servicio: desde que se levantaba hasta que se acostaba no dejaba de servir. Supo servir ejerciendo cargos de suma responsabilidad como ser director de varias casas salesianas, o ayudande del ecónomo inspectorial; y en los últimos años no dejó de servir con la simplicidad de realizar las compras preocupándose por los gustos y necesidades de cada hermano, de poner la mesa para las distintas comidas, de sacar la mesa y lavar los platos y cubiertos.
  • La abnegación: el centro de su vida estaba en el otro. Su tiempo era el tiempo para los demás. Sus bienes eran bienes a disposición para los demás. Cada día moría una y otra vez para sí, viviendo una y otra vez en el hermano.
  • La sencillez y austeridad: Raimundo ha sido un hombre sin doblez. Él era lo que veíamos de él, no había otra vuelta más que darle. Era una sencillez expresada además en un estilo de vida austero y recatado: contaba con los bienes personales necesarios, no más; comía frugalmente; y vestía hasta pobremente por no dejar de hacer uso de lo que la Providencia buenamente le otorgó.
  • La gratitud y el buen humor: en estos meses vividos con Raimundo, muy pocas veces lo noté molesto, y esas pocas veces él intentaba que no se notase. Las más de las veces brotaban de sus labios palabras hondas de afecto. La que más me sorprendió es su “gracias” al dejarlo servir. En efecto, él nos pedía los platos y cuándo se los alcanzábamos nos decía “gracias” cuando teníamos que ser nosotros los agradecidos por tan noble gesto. Así en todo, él agradecía la posibilidad de dar una mano, de verse útil. Y en cada hacer mostraba esa alegría de quien da, porque más alegría hay en el dar...
  • El ser comunitario: poner la mesa, esperar al hermano, acomodarse a los tiempos de los demás. Raimundo era un hombre profundamente comunitario. Sus tiempos personales, sus quehaceres diarios eran en función de la comunidad. Era extremadamente puntual, y eso demuestra su orden y su respeto por el otro. Y ante la tardanza o el imprevisto no musitaba queja alguna, sino que esperaba con paciencia o aceptaba con tranquilidad.

Muchas más virtudes seguramente encontraremos de este querido hermano, pero quisiera terminar resaltando una más y que es como la fuente de todas las demás: su ser hijo de la Virgen. El lunes pasado, último lunes comunitario que pasamos con él, nos compartió unas bellísimas palabras en la homilía compartida de la eucaristía. En ella nos dijo que María estuvo presente en su vida en todo tiempo, y que más la sintió presente en los momentos de mayor dificultad. María ha sido su sostén y la que lo ha fortalecido en la debilidad. En sus palabras no podía dejar de pensar en Don Bosco y sus semejantes expresiones: “Confíen en María”... “Todo lo ha hecho María”.

María es la mujer del sí generoso, la mujer de la sencillez profunda, la mujer del silencio contemplativo que guarda las cosas en el corazón, la mujer del servicio desinteresado, la mujer que se alegra en el Señor, la mujer que acoge en su seno a Cristo y a la Iglesia. Todas estas virtudes marianas las vemos vividas radicalmente por nuestro padre Raimundo, y por eso podemos afirmar sin temor a equivocarnos: Raimundo era de María.

Ahora creemos que nuestra madre ya lo ha recibido y que él goza de la felicidad eterna. Descubramos en él a un hermano mayor al que imitar y que ahora vive en el cielo para cuidar de nosotros.

El cielo ha ganado un ángel. Y nosotros hemos ganado con él un pedazo de cielo.

Padre Raimundo. Gracias.

domingo, 3 de marzo de 2013

Vida... muerte... Vida


Una mujer, militante de un centro comunitario de barrio Ludueña, murió este miércoles a la madrugada tras recibir un disparo en la columna. Cayó herida en medio de un supuesto enfrentamiento entre bandas. Una compañera y amiga de la víctima dijo que quienes la mataron son jóvenes que años antes asistían al comedor donde ella trabajaba y que los enfrentamientos como los de este martes a la noche son cosa de todos los días.
(...) Su nombre era Mercedes Delgado y era una militante social: trabajaba en el centro comunitario San Cayetano, muy activo en la zona desde la crisis 2001, cuando, según la descripción de un militante político que conoce la actividad del grupo, "puso cuerpo y alma".
Hoy, en ese centro comunitario de origen cristiano en el que todos los días comen 400 chicos, el dolor era inconmensurable, igual que la indignación: varias mujeres pintaban pancartas para pedir justicia y anticipaban que realizarán marchas con esa consigna.”
Fuente: rosario3.com

Había participado de una reunión en el coro que integraba. Aunque más tarde debía salir para un nuevo compromiso, al llegar a su casa de la zona norte de Rosario decidió guardar el auto. La cochera está expuesta, protegida apenas por una reja baja, negra. Un rato después volvió a sacar el coche a la calle, pero luego desistió de ir a la reunión en la que era esperado. Cuando fue a estacionarlo de nuevo, definitivamente, lo atacaron y lo asesinaron para robarle.
(...) Aldo Pavón, de 55 años, era supervisor del Ministerio de Educación. Un referente en Santa Fe en el área de enseñanza privada, según comentaban ayer sus colegas.”
Fuente: clarin.com

No los conocí, nunca vi sus rostros, no conozco sus voces, pero ellos dos, Aldo y Mercedes, estuvieron muy vivos aquí, en el Ludueña. Escuché los testimonios de quienes los quieren mucho, y eso me hizo quererlos también.

Mercedes era la cara más visible de la comunidad de San Cayetano. Su presencia no era de faltar en el comedor, poniendo sus manos todos los miércoles para preparar la comida para las familias del barrio. También prestaba su casa para la realización de un taller de costura. Su último gesto antes de adelantarse a nosotros fue el de preparar los regalos que se iban a repartir el día de los reyes magos. “Meche” se fue, pero sin dejar la mecha encendida de otra sociedad posible.

Aldo era muchas cosas, pero sobre todo era maestro. Maestro de aula y de vida. Por muchos años fue docente en la escuela del padre Edgardo, y aún lo era cuando le acaeció tan cruento final. Sus alumnos, los más grandes, los del secundario de adultos, no se resignan a olvidarlo. Sus compañeros tampoco. Recuerdan su presencia/palabra cercana, certera, sincera.

Mercedes y Aldo estuvieron y hoy siguen estando. En los pocos días de vivir como testigo de tantas historias de vida se va gestando en mí esta certeza de que la vida entregada es vida que no muere, porque la muerte misma no puede callarla, no puede apagarla.

La mecha de Mercedes crece en su comunidad y en el barrio, y ella revive en cada mesa de trabajo, en cada plato repartido, en cada compañero y compañera, hermano y hermana, que no baja sus brazos en la lucha diaria por un mundo, por una ciudad, por un barrio con mayor justicia, con mayor amor.

Las palabras de Aldo no se perdieron, y hoy son nombradas por sus compañeros y compañeras, por sus alumnos y alumnas que no lo olvidan, y que llaman a su recuerdo con, por lo menos, un aula que lleve su nombre. Y no solo un aula, sino más aún su presencia imborrable en las vidas de quienes llegaron a conocerlo.

Hay vidas que duran un instante:
su nacimiento.
Hay vidas que duran dos instantes:
su nacimiento y su muerte.
Hay vidas que duran tres instantes:
su nacimiento, su muerte y una flor.
-Roberto Juarroz-

Mercedes y Aldo, gracias.