“Sólo quien se hace
como un niño entrará en el Reino de los Cielos”
En este tiempo de
Navidad, nos encontramos con algunas festividades que nos ayudan a
re-centrar nuestra vida en el misterio de la Teofanía (manifestación
de Dios). Una de ellas es la de los Santos Inocentes, y con ella me
parecía oportuno que hagamos un viaje a nuestro interior y descubrir
que en lo profundo de nuestro ser mora una inocencia que nos coloca
en una tensión continua. ¿O acaso la voz de la conciencia no puede
entenderse también como esa inocencia primigenia que invita a
retornar a ella?
“Dios es luz, y en
él no hay tinieblas”, dice la primera lectura de hoy. Y nosotros
estamos invitados a “caminar en la luz”, a recobrar la inocencia
original, pero con dos actitudes fundamentales que nos dice el
evangelista.
La primera, estando
en comunión con Dios y con los hermanos, rechazando las tinieblas.
Debemos querer estar en la luz, y si es así buscamos su
fuente que no somos nosotros sino Dios mismo. Aquí Dios nos deja
libres para elegir ir hacia la Luz o permanecer en las tinieblas. La
Luz, sintéticamente, es la Vida en Dios, comunión con Él y con los
hermanos. Las tinieblas, para Juan, se identifican con la vida
mundana, centrada en los bienes terrenales que conducen al rechazo
del otro.
La segunda actitud que
nos dice el evangelista para caminar en la luz es el confesar
nuestros pecados. Si Dios es la Luz, nosotros somos deudores de
la Luz; no brillamos con luz propia sino que reflejamos la Luz que
viene de Dios mismo. Si, cual metáfora, fuéramos espejos, no
estamos exentos de ensuciarnos o de opacarnos; más aún cuando este
espejo que somos está en constante exposición. Otra metáfora puede
ser la siguiente: cuando usamos una ropa en forma cotidiana, ¿acaso
no se ensucia por el mismo uso que se le da? Imagínense que nuestro
interior es como una ropa cotidiana que día a día está expuesta a
la interperie, a las múltiples relaciones con otras personas, a las
inclemencias del propio estado de ánimo y a los distintos
acontecimientos que nos atraviesan... ¿no es claro que esta muda de
ropa necesita renovarse cotidianamente? Dios-Luz nos invita a ser
reflejo de su Luz, y por eso Él mismo nos viene a limpiar de
nuestras impurezas para reflejarlo de una mejor manera.
El “estado de
Gracia” sería como la claridad del corazón para reflejar a Dios.
El sacramento de la reconciliación es el signo visible y eficaz que
tenemos en la Iglesia para revisar nuestras propias actitudes ante la
Luz de Dios, de modo que podamos reconocer nuestras fragilidades,
rechazar las tinieblas, dejarnos purificar de nuestras impurezas,
recuperar la comunión con Dios y nuestros hermanos, y así reflejar
con nuestra vida la Vida de Dios. ¡No dejemos de recurrir a esta
preciosa fuente de salud!
La Fe es Luz que viene
a marcarnos el camino en medio de las tinieblas. No elimina nuestras
tinieblas, pero nos va marcando el camino. Volver a Dios, dejándonos
limpiar por Él, renueva nuestra Fe, pues si necesitamos de la Fe
para creer que Dios obra en mí y en el mundo, en los sacramentos y
en la Iglesia, también necesitamos asumir el camino de la vida
comunitaria, de la eucaristía y de la reconciliación como momentos
de Gracia donde Dios mismo obra, donde “Jesús nos purifica” y
nos renueva en nuestra Fe.
Re-crear la inocencia
es reconocer que somos hijos de la Luz, llamados a conformarnos a
ella, y desde la debilidad de nuestro ser pecador volver con humildad
a quién nos purifica, a quién nos sana.
Dios es capaz de ver
en cada mirada un niño que se esconde y clama “Abbá”, y con
ternura lo busca, lo abraza y le dice sin cansarse: “¡Te amo! ¡Tú
eres todo para mi!”