miércoles, 25 de febrero de 2015

Las tentaciones de Jesús: Jesús fue llevado al desierto...


El desierto es un símbolo muy importante en la religiosidad judeo-cristiana. El desierto es un lugar donde la vida es escasa, trabajosa; donde hay poco o casi nada para hacer que un ser se sostenga vivo. El desierto es un tránsito no querido, pues quien se adentra al desierto lo hace por la necesidad de ir a otro lugar y necesariamente debe pasar por él, pero no es ciertamente un lugar donde se pueda permanecer por mucho tiempo. Los nómades del desierto, en efecto, transcurren mucho de su vida en él, pero no pueden quedarse, siempre deben estar en movimiento.
Podemos recurrir a dos imágenes del Antiguo Testamento que iluminan este paso de Jesús por el desierto. Una, bien conocida, es la de los 40 años en el desierto en los que peregrinó el pueblo de Israel hacia la tierra prometida. El pueblo no esperaba pasar tantos años sin una tierra que los cobije, y el tiempo fue por eso para ellos una verdadera prueba y escuela donde debieron aprender quién era Dios para ellos, quiénes eran ellos para Dios y cuál era la voluntad de Dios. El desierto fue, en efecto, el lugar privilegiado del encuentro de Dios con su Pueblo.
Otra imagen sugestiva que nos regala el Antiguo Testamento es la del viaje de Elías al monte Horeb, la montaña de Dios. Elías venía escapando de Jezabel puesto que él había mandado degollar a todos los profetas de Baal, el dios cananeo, y ella era propiciadora de esta creencia en medio del pueblo de Israel, hasta el punto de suprimir la tradición religiosa judía. En ese escaparse se adentra al desierto y se desea la muerte. Dios, a través de su ángel, lo consuela y lo anima a seguir caminando: “¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!” (1Re. 19, 7). Elías se repone, y “fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb” (1Re. 19, 8). Ese caminar por el desierto 40 días será para Elías el tiempo preparatorio para su encuentro con Dios.
¿Y para Jesús que significado tuvo? Según los Evangelios, inmediatamente previo a su estadía en el desierto él había sido bautizado por Juan, y Dios le había manifestado su amor y predilección: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt. 3, 17). Tal vez, podemos decir, que el encuentro con Dios ya se había producido en la vida de Jesús, que Jesús tenía la certeza de la presencia y actuación de Dios en su vida. No obstante, es dable entender que el desierto fue el lugar donde Jesús correspondió al amor y predilección de Dios-Padre. Dios-Padre, en efecto, ya había tendido su mano sobre el Hijo; en el desierto es ahora el Hijo el que abraza al Padre.
También nosotros, individualmente y como Iglesia, tenemos la experiencia de caminar por el desierto. El desierto del tránsito hacia la Tierra Prometida, el desierto al cual llegamos ante las incomprensiones y persecuciones de los que nos quieren dañar, el desierto de nuestras flaquezas, de nuestras enfermedades, de nuestros fracasos. El desierto es ese lugar donde la prueba, la carencia, la falta hasta de lo básico nos pone en tensión de encontrarnos con Dios. Pongamos nombre a nuestros desiertos y animémonos a transitarlos, con la conciencia de saber que a través de ellos estamos llamados a purificar nuestra fe y a encontrarnos con el Dios personal que me ama desde la eternidad y quiere que lo ame aún en medio de las dificultades y carencias temporales.