¡Cómo
nos ama el Padre que nos da el nombre de hijos de Dios! ¡Y lo somos
realmente! (Cfr. 1Jn. 3,1)
Vamos
transitando esta semana de oración por las vocaciones. Este próximo
domingo 26 de Abril nos unimos como Iglesia para rezar unos por otros
en nuestra realidad profunda de “llamados”.
Quiero
hacerles la invitación de reflexionar desde esta certeza de nuestra
fe: que vos, que yo, que todos los cristianos, y todos los hombres y
mujeres de toda religión y cultura somos receptores de una vocación
común. Es decir, todos somos “llamados” desde el momento que
vemos la luz. ¿Y qué llamado recibimos? A vivir en la condición
de “hijos de Dios”, que no es otra cosa que responder al
proyecto de Dios en nuestras vidas: peregrinar de continuo hacia la
plenitud de la humanidad, personal y comunitaria.
¡Todos
somos hijos de un mismo Padre! ¡La vocación más grande que tenemos
es ésta! ¡Cuánto bien haría a nuestra humanidad herida
reconocernos hermanos, hijos de un mismo Padre! Para quienes somos
creyentes, la fe en Dios-Padre debe transfigurarnos en cada aspecto
de nuestra vida. Gozar de la condición
de “hijos” de quien nos ama con amor gratuito tiene
que movilizarnos de tal modo que toda nuestra existencia se vea
transformada. El amor gratuito de Dios nos llama a amar con esa misma
gratuidad. ¡Allí se consuma nuestra respuesta!
Ese
amor gratuito recibido y otorgado es el que nos conduce a la
plenitud de nuestra humanidad. Bien podemos generar fantásticos
descubrimientos, llegar a conocer los planetas y soles más lejanos,
recorrer el mundo entero... pero sin el amor nada de eso tiene
sentido. Porque venimos del amor y hacia el amor vamos caminando.
Porque sólo el amor nos hace humanos, ya que humano es no sólo
quien piensa, sino quien abraza, quien contempla, quien ríe y quién
llora. El amor nos humaniza y nos hace semejantes al Padre... por eso
también el amor nos diviniza.
Cada
uno de nosotros recibe este llamado al Amor en su corazón para
responder en un Proyecto de Amor. La Vocación, el Proyecto de
Vida, está ya en nosotros... sólo debemos darle lugar a que pueda
dejarse ver o, mejor dicho, oír. Este llamado al Amor es la voz
inquietante de Dios que nos incita a darnos enteramente a Él y a
nuestros hermanos y hermanas... y yendo cada vez más a lo fino, a
responder concretamente a través de una profesión y un estado de
vida laical, consagrada o sacerdotal.
Todas
las vocaciones nos invitan a lo mismo: al Amor. No hay vocación
más digna que otra, o que nos acerque más a Dios. Si Dios es
Amor, y todos somos llamados al Amor, entonces todos somos llamados a
estar cerca de Dios.
Entonces,
¿para qué rezamos? Comúnmente se asocia esta jornada de
oración por las vocaciones a pedir por las vocaciones sacerdotales y
consagradas. Yo les dejo la invitación de rezar por TODAS las
vocaciones: la propia en primer lugar. Que cada uno pueda
preguntar: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Y, en
segundo lugar, pedir que Dios envíe su Espíritu Santo para que
ilumine a tantos hombres y mujeres que en el mundo han olvidado su
llamado primigenio a construir la Civilización del Amor.
Y
que nosotros, salesianos, podamos pedir especialmente por tantos
jóvenes que viven huérfanos de sentido, sin ningún
horizonte vital, sin amar porque no tienen quién los ame y quien les
refleje el Amor de Dios-Padre. Que nosotros, salesianos, podamos ser
para ellos reflejo del Padre y hagamos que en sus corazones resuene
esta hermosa Palabra: “Tú eres mi hijo muy querido”.
Amén.