“Mi
amado es mío y yo de mi amado,
que
pasta entre azucenas”
Cantar
de los Cantares
La
vida de oración, la unión con Dios es, ante todo, un vínculo de
amor entre dos: Dios que nos brinda su amor (se nos brinda en su
Amor) y nosotros en la medida de que somos capaces de abrirnos a su
amor. En la oración nos encontramos con el amado, estamos con él,
lo vemos y lo escuchamos, descansamos en él y nos disponemos a
corresponderle.
El
noviazgo debe ser la experiencia humana más parecida a la vida de
oración. Quienes se aman con profundo amor tienen a su amada o a su
amado presente en todo momento, en la mente, en el corazón, en sus
tareas y en sus proyectos. Quienes se aman se buscan y, al
encontrarse, todo lo disponen en el otro. Pasan horas sólo
mirándose, pero también saben compartirse sus alegrías y tristezas
más profundas. Saben lo que le agrada y lo que le desagrada al amor
de su vida. Reconocen sus pazos, su aroma, su voz…
Dios
es el Amado de nuestra experiencia de fe; él es “el único y
primer Amor” para quien le ha consagrado su vida. Con Él, a
semejanza de los amores terrenos, nuestro amor se alimenta en el
encuentro y en la unión íntima. La diferencia central se halla en
que a Dios no lo podemos ver, ni sentir, ni tocar, ni escuchar…
pero su presencia “sutil como una brisa” se halla en todo tiempo
y lugar. ¡Por eso nuestra mirada debe estar llena de mística!
Dios
es el “totalmente Otro” que comparte nuestra historia y se hace
presente en ella. Nuestro encuentro, nuestra unión, nuestra
intimidad de amor por ello está llamada a concretarse siempre, en
todo tiempo y todo lugar. La omnipresencia de Dios nos desafía,
porque somos necesitados (mendicantes) de mediaciones sensibles:
oraciones, gestos, lugares, ritos, signos, símbolos, tiempos,
imágenes, canciones, etc. Una vez más el Amado nos invita a la
sobrenaturalidad… a la trascendencia de lo sensible para
encontrarnos con Él siempre y en todas partes.
Es
verdad que puede haber momentos de “intimidad más íntima” donde
me uno al misterio de su presencia real, o momentos donde me dispongo
especialmente al encuentro… pero como Él es “el que está”, su
presencia se alberga en todas partes y por ello nuestra intimidad
está llamada a realizarse en todas partes… siempre que lo
busquemos, siempre que nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra mente,
nuestro corazón, nuestro espíritu estén atentos a encontrarlo y a
gozar de su presencia y de su amor. De
esta forma, toda la vida se convierte en sacramento de la presencia
de Dios.
“Que
Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y
edificados en el amor. Así podrán comprender, con todos los santos,
cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una
palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo
conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios.”
Feliz
día del Sagrado Corazón de Jesús