Tal vez esta es expresión de mis pensamientos últimos de los meses cercanos. Y es que en estos arranques de realismo, ante las pérdidas o ante el simple constatar la propia falibilidad, el error propio y el ajeno, y la derrota, se aparece ante el horizonte la curva majestuosa del límite.
Caminaba cegado en la omnipotencia hasta que descubrí la muerte, y entonces abrí los ojos ante la vida pobre y su riqueza; pero aún no terminaba de entender qué es ser pobre. Y para mi alegría me crucé con mucha gente, gente muy rica, con un montón de cosas para dar, con fabulosas capacidades, y viéndolos a ellos, compartiendo con ellos, reconocí mi pobreza.
¡Que hermosuras los dones de los que me rodean!
Y entre esa misma gente, en el mismo compartir, reconocí mi riqueza; que responde a la pobreza ajena y al propio don, de lo que tengo para dar, de lo que soy capaz.
Y siendo pobre me enriquezco en lo ajeno, y sólo me enriqueceré reconociendo mi pobreza; y la riqueza que porto sólo se hace tal cuando la comparto en la pobreza, y enriquezco al otro con lo propio.
¿Acaso esta no es la dinámica de la multiplicación? ¿Que lo pequeño se hace grande y hasta desbordante cuando se comparte? (Mt. 14,13-21)
Un hombre de Dios, cura amigo de los pobres, al hablar de la opción preferencial de la Iglesia (y yo diría del hombre en su humanidad) por los pobres, decía que muchos no podemos nunca identificarnos del todo con el pobre. Él, si mal no lo entiendo, hacía referencia a la pobreza material, al pobre que tal vez y sólo con quien lo asista tiene para comer en el día. Creo que muchos no podemos terminar de identificarnos con esta pobreza, porque la vida (Dios y su Providencia) nos ha sido mucho más beneficiosa; pero siento que es vital y humanamente necesario el reconocernos pobres, limitados, necesitados y hasta asistencialmente sostenidos por el “pan de cada día” que en los dones, las riquezas y potencialidades, nos fue otorgado. Y al sabernos pobres, tal vez, podamos reconocer la carencia ajena y la propia riqueza de los “cinco panes y dos pescados” que tenemos para dar y hacer menos pobre al que es más pobre que yo.
Quiero terminar con esto:
Mi riqueza es ser pobre y necesitado, donde lo que tengo y lo que puedo hacer se hace don, regalo de la vida; donde lo que me falta se hace esperanza, riqueza y valor del que está a mi lado; donde lo propio vale y lo ajeno aún más; donde me reconozco semejante y comprendo que el ser es en relación al otro, que soy para un otro, que tengo para dar y carezco para recibir.