sábado, 21 de febrero de 2009

La riqueza de ser pobres


Tal vez esta es expresión de mis pensamientos últimos de los meses cercanos. Y es que en estos arranques de realismo, ante las pérdidas o ante el simple constatar la propia falibilidad, el error propio y el ajeno, y la derrota, se aparece ante el horizonte la curva majestuosa del límite.

Caminaba cegado en la omnipotencia hasta que descubrí la muerte, y entonces abrí los ojos ante la vida pobre y su riqueza; pero aún no terminaba de entender  qué es ser pobre. Y para mi alegría me crucé con mucha gente, gente muy rica, con un montón de cosas para dar, con fabulosas capacidades, y viéndolos a ellos, compartiendo con ellos, reconocí mi pobreza.

¡Que hermosuras los dones de los que me rodean!

Y entre esa misma gente, en el mismo compartir, reconocí mi riqueza; que responde a la pobreza ajena y al propio don, de lo que tengo para dar, de lo que soy capaz.

Y siendo pobre me enriquezco en lo ajeno, y sólo me enriqueceré reconociendo mi pobreza; y la riqueza que porto sólo se hace tal cuando la comparto en la pobreza, y enriquezco al otro con lo propio.

¿Acaso esta no es la dinámica de la multiplicación? ¿Que lo pequeño se hace grande y hasta desbordante cuando se comparte? (Mt. 14,13-21)

Un hombre de Dios, cura amigo de los pobres, al hablar de la opción preferencial de la Iglesia (y yo diría del hombre en su humanidad) por los pobres, decía que muchos no podemos nunca identificarnos del todo con el pobre. Él, si mal no lo entiendo, hacía referencia a la pobreza material, al pobre que tal vez y sólo con quien lo asista tiene para comer en el día. Creo que muchos no podemos terminar de identificarnos con esta pobreza, porque la vida (Dios y su Providencia) nos ha sido mucho más beneficiosa; pero siento que es vital y humanamente necesario el reconocernos pobres, limitados, necesitados y hasta asistencialmente sostenidos por el “pan de cada día” que en los dones, las riquezas y potencialidades, nos fue otorgado. Y al sabernos pobres, tal vez, podamos reconocer la carencia ajena y la propia riqueza de los “cinco panes y dos pescados” que tenemos para dar y hacer menos pobre al que es más pobre que yo.

Quiero terminar con esto:

Mi riqueza es ser pobre y necesitado, donde lo que tengo y lo que puedo hacer se hace don, regalo de la vida; donde lo que me falta se hace esperanza, riqueza y valor del que está a mi lado; donde lo propio vale y lo ajeno aún más; donde me reconozco semejante y comprendo que el ser es en relación al otro, que soy para un otro, que tengo para dar y carezco para recibir.

jueves, 5 de febrero de 2009

Pies Descalzos

Creo que yo era el único que no los tenía así. Porque todos esos piecitos, de tamaño veinte, corrían tras la pelota medio desinflada.

Había llovido por la siesta. Pensábamos que podría ser que no haya mucho que hacer en esa tarde; pero la tarde llegó sin lluvia y con claridades. Caminando hacia la Capilla ya sabíamos que esa tarde íbamos a poder hacer algo que antes no habíamos podido: jugar al fútbol.

¡Estaba especial! La tierra de la cancha un poco humedecida por la lluvia, con algo de barro en el centro para hacerlo más entretenido aún; un viento que soplaba para descansarnos de tanto calor que había hecho días anteriores; las nubes protegiéndonos del sol agobiante; la pelota lista; los jugadores aprestados con el mejor botín, sus pies descalzos.

Y no había nada más que hacer, tan sólo jugar, divertirnos, hacerse niño una vez más y perder toda diferencia de edad, de historia, de creencia; todo se redujo a la alegría de vivir sin pensar nada más que en jugar, por una horita todo fue eso, un gran partido.

 

Esta experiencia que te estoy compartiendo fue una tarde de cinco días bellísimos que vivimos en la Semana Oratoriana, una experiencia que lleva ya once años donde jóvenes, de cuerpo y de espíritu, suman su vida para dar a otros chicos una tarde diferente, tratando de hacer brotar la felicidad, el gozo por la vida, la vida hecho juego, y el encuentro en ese juego, en ese compartir, en ese abrazo, con el Dios de la Vida, con Jesús Amigo, con Mamá María.

La ciudad de Fontana, en la provincia de Chaco, por cinco días es testimonio del milagro del amor de los jóvenes por los jóvenes, es botón de muestra de la experiencia más salesiana de todas, ese Oratorio festivo donde el sueño comenzó; Fontana por una semana es creer que es posible construir algo mejor si lo hacemos entre todos.

 

Y te vi llegar con tus manos sucias y tus pies descalzos para abrazarme, y te abracé y quise ensuciar mis manos y descalzarme para estar contigo, para entrar en tu corazón y tú entres en el mío.

 

Un gracias enorme a todos los chicos que hicieron realidad esta semana de amor, a todos esos piecitos descalzos de cada barrio, y a todos los que se descalzaron para estar junto a ellos.