Tengo una voz crítica que me asoma en el pensamiento. Y es crítica para mí, para vos, para todos, capaz…
¿Cuántos objetos-realidades (¿realidades?) de dispersión hoy están en boga de ciertos sectores sociales que los ubican, a estos sectores, en una actitud (voluntaria o involuntaria) alienante de otros sectores o realidades (humanas, planetarias, vitales)?
¿Se entiende la pregunta?
Esta época parecería estar marcada por la comunicación: empezando por la gigantesca proliferación de libros en el mercado (porque ahora es un mercado), los medios radiofónicos, los televisivos (por aire, por cable, por satélite), la telefonía celular (con sus promociones de miles de mensajes para gastar en cinco días, no mal pensado por las oficinas de marketing), la música, las películas y la bienaventurada internet (que nos ofrece todo esto y más…).
Constantemente nos hallamos comunicados con cientos de personas, y les damos a conocer hasta nuestro estado de ánimo. Pero siento este cuestionamiento, que tal vez alguno se anime a responder: ¿por qué existe – especialmente en las grandes ciudades, templos de la comunicación – ese sentimiento abrumador a soledad?, o frente a tantos medios de comunicación ¿dónde quedó la comunicación personal, íntima?, ¿acaso a la vez que se ampliaron los medios para comunicarnos, lo que comunicamos se ha vuelto más superficial, más “de la piel”, menos comprometido al saber o intuir la amplitud que cobra el mensaje?
Otra realidad que marcan estos medios es el elitismo que, a mi entender, importan. Porque, atendiendo a la realidad social, y como hacía notar en la primera pregunta, hay importantes sectores sociales que no tienen acceso a esta red comunicacional, ni material ni comprensivamente. Son los desheredados de la post-modernidad, los “out” del mundo virtual y a los que sólo le queda la realidad, que muchas veces le resulta indiferente y sorda ante su voz.
Este mundo post-industrial, lleno de diversificación productiva, ha creado una gran cantidad de necesidades (que nos podríamos preguntar si lo son realmente) entre las cuales se halla la de comunicarse y tener acceso a los medios de comunicación. ¡Y la necesidad ya se creó!, entonces: ¿qué hacemos con ella? ¿acaso sólo respondemos y aceptamos sin más que hay miembros de la humanidad que pueden caratularse como los “comunicados” y otros como los “incomunicados” – y si no tengo noción de la existencia del otro, no es – o nos animamos a reaccionar?
¿Son las inmensas posibilidades de comunicación por los diferentes medios creados negativos? Por supuesto que no. ¿Y cual es la reacción que a nosotros, los “comunicados”, nos queda? Creo que la de hacer cada vez más accesible la comunicación para todos, pero más aún la de priorizar la comunicación primigenia, la personal, la de cara a cara, la que nos es palpable, y vivir más en la tierra donde el hombre es de carne y hueso que en aquella donde es una decodificación de ceros y unos.
Hoy la lectura del Evangelio nos habló de la transfiguración de Jesús, es decir, cuando mostró su Divinidad a sus discípulos. Pero “de pronto, al mirar a su alrededor, ya no vieron a nadie; sólo Jesús estaba con ellos” (Mc. 9,8). Esto me resuena como “sólo el hombre estaba con ellos”. Toda esa luz, todo había desaparecido y sólo quedó ese Jesús de carne y hueso que nos invita a no quedarnos “arriba”, alejados, volados de la realidad, sino a bajar y a descubrirlo Señor de lo cotidiano, ubicando su presencia en el “nosotros”, comunicándose a través de lo perceptible, de lo palpable de todos los días, para amarlo allí, para abrazarlo allí, para querer quedarnos con Él allí.
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