“Al preguntarle los
fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: 'La
venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá:
Véanlo aquí o allá, porque, sépanlo bien, el Reino de Dios ya
está entre ustedes'.” (Lc. 17, 20-21)
Jesús comienza su
predicación hablándonos de dos tópicos: Reino y conversión. Las
primeras palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos son: “El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; conviértanse y
crean en la Buena Noticia” (Mc. 1, 15). La Buena Noticia es
esta llegada del Reino en este tiempo,
y su arribo
llama a la conversión.
Así, Reino-conversión no se separan nunca en la prédica ni en el
obrar de Jesús.
¿Qué
es este Reino? Sabemos que Jesús no lo define tal como estamos
acostumbrados en el pensamiento racional occidental, sino que nos lo
grafica. El Reino así será un campo donde se sembró
buena semilla pero en que un enemigo también sembró cizaña, y
ambas crecieron juntas (Cfr. Mt.
13, 24-30); es también pequeño como un grano de mostaza
pero que llega a ser más grande que todas las hortalizas del jardín
(Cfr. Mt, 13, 31-32); o sino como la levadura que fermenta
toda la masa (Cfr. Mt. 13, 33);
o como un tesoro escondido, o una perla fina por la cual se
vende todo para adquirirla (Cfr.
Mt. 13, 44-46); o como una red que se echa al mar
recogiendo todo tipo de peces que luego serán discriminados en
buenos y malos (Cfr. Mt. 13,
47-50).
Este
Reino de Dios, en su bastedad, Jesús no puede terminar de
pintárnoslo, pero en cada imagen de él tenemos de cierta manera su
totalidad. Es particularmente
interesante reconocer que el
Reino no está más allá de nosotros,
sino que está todo aquí y ahora.
El Reino no es el trigo limpio luego de la cosecha, sino la
plantación del trigo y la cizaña; el Reino no es el árbol ya
crecido, sino la semilla plantada; el Reino no es la masa leudada,
sino ya la levadura en su fermentar; el Reino no está en la
adquisición del tesoro o la perla, sino en el mismo tesoro y en la
misma perla que espera ser adquirida; el Reino no está en los peces
ya limpios luego de la pesca, sino en el pescar, en la red que
recoge.
Pero
el Reino no es sólo imagen;
no está sólo en la prédica de Jesús, sino plenamente en su obrar.
Cuando los evangelistas nos
relatan un hecho de exorcismo en el cual Jesús sana a un mudo, nos
dicen que sus detractores lo acusaban de realizar estos milagros
gracias a “Beelzebul, Príncipe de los Demonios”,
mientras otros más le pedía signos del cielo (Cfr. Lc. 11, 14-16).
Jesús les responde a sus argumentaciones y finaliza diciéndoles:
“Si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es señal
de que ha llegado a ustedes el Reino de Dios”
(Lc. 11, 20).
Asimismo,
en Lucas, las primeras palabras de Jesús son en respuesta al pasaje
de Isaías que expresa: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena
Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la
vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar
un año de gracia del Señor”
(Lc. 4, 18-19), a lo cual Jesús manifiesta: “Hoy se ha
cumplido esta Escritura que acaban de oír”
(Lc. 4, 21).
A
partir de los dos pasajes seleccionados, podemos constatar que el
Reino de Dios se hace presente en las obras,
y Jesús lo hizo históricamente presente en cada curación corporal
y espiritual, en ponerse al lado de los enfermos, de los pobres y de
los pecadores; en definitiva, el Reino de Dios en Jesús era la total
identificación con la Voluntad del Padre que
lo llevaba día tras día, jornada tras jornada, y momento a momento
a estar abierto al amor, al bien y a la verdad.
¿Por
qué no-utopía del Reino? Porque, en palabras de Jesús, el Reino de
Dios ya está entre nosotros
en la medida en que lo reconozcamos en la primacía de Dios en
nuestras vidas y en el obrar acorde a su Voluntad que no es otra que
vivir en el amor, en el bien y en la verdad. Porque al Reino no hay
que hacerlo, sino que
hay que vivirlo.
Porque la conversión
es un ahora continuo
que grita ¡el Reino es ya! Porque no hay proceso socio-histórico
que conduzca a un estado de Reino,
sino que en cada persona, en cada acontecer, en cada instante clama
por nacer una y otra y otra vez; siempre Nuevo, siempre Bueno.