domingo, 21 de octubre de 2012

El don de ser madre


Yo soy la mujer que estuvo aquí orando a Dios. Este niño pedía yo, y Dios me ha concedido la petición que le hice. Ahora se lo ofrezco a Dios por todos los días de su vida; está ofrecido a Dios” (1Sam. 1, 26-28)

Ana, mujer de Elcaná, era una mujer estéril que sufría por no poder tener hijos y por las burlas de la otra mujer de su marido, Peniná, quien sí era fecunda en su carne. Ana no podía consolarse por los halagos de su marido quién le expresaba: “¿por qué lloras y no comes? ¿por qué está apenado tu corazón? ¿no soy para ti mejor que diez hijos?” (1Sam. 1, 8). Más para ella existía un sólo consuelo, y por eso con amargura y copioso llanto se dirigió a Dios en la oración: “¡Oh Dios! Si miras la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y la das un hijo varón, yo te lo entregaré todos los días de su vida!” (1Sam. 1, 11). Después de aquella plegaria nos expresa la Palabra que Ana “no pareció ya la misma” (1Sam. 1, 18) y que al unirse con su marido “Dios se acordó de ella” (1Sam 1, 19). Cuando dio a luz a su hijo le puso el nombre de Samuel, que significa “Se lo he pedido al Señor” (1Sam. 1,20).

¿Qué nos puede estar diciendo hoy este relato? ¿Qué bien ligado a lo eterno se trasluce en él? A la luz de la Palabra, e inspirado en el acontecimiento del día de la madre, no puedo dejar de reconocer primero las ansias de maternidad que se albergaban en el corazón de Ana. Alguno podrá hacer de esto una lectura sociológica, cultural y antropológica, de la vergüenza que significaba para una mujer en los tiempos de la narración del libro de Samuel el no poder concebir y tener descendencia. Es en efecto así, pero ¿solamente? Si bien en tiempos pretéritos una mujer era mujer en cuanto era madre, y hoy podemos decir que una mujer es mujer más allá de ser madre, en Ana leemos esta vinculación mujer-madre que no podemos nunca separarla tan tajante o radicalmente. Las ansias de maternidad de Ana nos hablan de la naturaleza propia de una mujer que sabe que su realización no es ser amada solamente por un marido que le dispensa los mejores tratos, sino que reconoce que está llamada a la fecundidad del hijo de las entrañas, y esta llamada en su cuerpo encuentra un límite que causa la angustia y el llanto.

Otra cosa reconocible en el texto es el don que significa la maternidad. Es un pensamiento común el que cuando tenemos algo con nosotros no lo apreciamos, y sólo nos damos cuenta de su valor cuando lo perdemos o no está. Peniná, en el relato que estamos comentando, de seguro no podía percatarse del gran don que significaba su fecundidad. Ana, en su esterilidad, es muy consciente del don de ser madre. Es un don que ella no recibió, pero sabe a quién debe recurrir: a Aquél que es Señor de ella y de todas las cosas. Por eso Ana se consuela en la oración, en cuanto descarga toda su pena en el único que ella sabe que puede darle una respuesta. Y esto no es mera magia y superstición, sino plena conciencia del propio límite. Ana sabe que ni ella (ni nadie) cambiará su cuerpo, su condición de esterilidad. La angustia de ella brota en el límite; y por eso su plegaria se convierte también en don. Sabe que su pedido es para ella en respuesta a su gran angustia, pero si es escuchado será sólo gracias a Él; de allí que el don recibido es prometido luego como don otorgado. Ana, en su aflicción, descubre que el fruto de las entrañas, en cuanto verdadero don de lo alto, no es realmente suyo, sino de Él. Su hijo no es su hijo, sino y ante todo hijo de Aquél que lo da.

Finalmente, el texto de la Palabra nos puede llamar a la confianza hacia un Dios que se acuerda de nosotros si nosotros nos abandonamos a Él, y a la alegría de esos bienes más entrañablemente pedidos y queridos por nuestro corazón. Para las madres, el fruto de sus entrañas es un bien incomparable del cual brotan las mayores alegrías y los más grandes llantos. Que cada madre sepa confiar la vida propia y la de sus hijos a Dios, Padre y dador de la vida.

Que toda mujer reconozca su innato llamado a la fecundidad. Que toda madre reconozca el don indecible de la vida que significa el fruto de las entrañas y que, como Ana, no se crea propietaria nunca de esa vida, sino que reconozca en ella a quién la da, y pueda también decir: ¡Se lo ofrezco a Dios por todos los días de su vida!

Feliz Día de las Madres

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