“Yo soy la mujer
que estuvo aquí orando a Dios. Este niño pedía yo, y Dios me ha
concedido la petición que le hice. Ahora se lo ofrezco a Dios por
todos los días de su vida; está ofrecido a Dios” (1Sam.
1, 26-28)
Ana, mujer de Elcaná,
era una mujer estéril que sufría por no poder tener hijos y por las
burlas de la otra mujer de su marido, Peniná, quien sí era fecunda
en su carne. Ana no podía consolarse por los halagos de su marido
quién le expresaba: “¿por qué lloras y no comes? ¿por qué
está apenado tu corazón? ¿no soy para ti mejor que diez hijos?”
(1Sam. 1, 8). Más para ella existía un sólo consuelo, y por eso
con amargura y copioso llanto se dirigió a Dios en la oración: “¡Oh
Dios! Si miras la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí, si no
te olvidas de tu sierva y la das un hijo varón, yo te lo entregaré
todos los días de su vida!” (1Sam. 1, 11). Después de aquella
plegaria nos expresa la Palabra que Ana “no pareció ya la
misma” (1Sam. 1, 18) y que al unirse con su marido “Dios
se acordó de ella” (1Sam 1, 19). Cuando dio a luz a su hijo le
puso el nombre de Samuel, que significa “Se lo he pedido al
Señor” (1Sam. 1,20).
¿Qué nos puede estar
diciendo hoy este relato? ¿Qué bien ligado a lo eterno se trasluce
en él? A la luz de la Palabra, e inspirado en el acontecimiento del
día de la madre, no puedo
dejar de reconocer primero las ansias de maternidad que se albergaban
en el corazón de Ana. Alguno podrá hacer de esto una lectura
sociológica, cultural y
antropológica, de la vergüenza que significaba para una mujer en
los tiempos de la narración del libro de Samuel el no poder concebir
y tener descendencia. Es en efecto así, pero ¿solamente? Si bien en
tiempos pretéritos una mujer era mujer en cuanto
era madre, y hoy podemos decir que una mujer es mujer más
allá de ser madre, en Ana
leemos esta vinculación mujer-madre que no podemos nunca separarla
tan tajante o radicalmente. Las ansias
de maternidad de Ana nos hablan de la naturaleza propia de una mujer
que sabe que su
realización no es ser amada solamente por un marido que le dispensa
los mejores tratos, sino que reconoce que está llamada a
la fecundidad del hijo de las
entrañas, y esta llamada en
su cuerpo encuentra un límite que causa la angustia y el llanto.
Otra
cosa reconocible en el texto es el don
que significa la maternidad. Es un pensamiento común el que cuando
tenemos algo con nosotros no lo apreciamos, y sólo nos damos cuenta
de su valor cuando lo perdemos o no está. Peniná, en el relato que
estamos comentando, de seguro no podía percatarse del gran don que
significaba su fecundidad. Ana, en su esterilidad, es muy consciente
del don de ser madre. Es un don que ella no recibió, pero sabe a
quién debe recurrir: a Aquél que es Señor de ella y de todas las
cosas. Por eso Ana se consuela en la oración, en cuanto descarga
toda su pena en el único que ella sabe que puede darle una
respuesta. Y esto no es mera magia y superstición,
sino plena conciencia del propio límite. Ana sabe que ni ella (ni
nadie) cambiará su cuerpo, su condición de esterilidad. La angustia
de ella brota en el límite; y por eso su plegaria se convierte
también en don. Sabe
que su pedido es para ella en
respuesta a su gran angustia,
pero si es escuchado será sólo gracias a Él; de
allí que el don recibido
es prometido luego como
don otorgado. Ana, en
su aflicción, descubre que el fruto de las entrañas, en cuanto
verdadero don de lo alto,
no es realmente suyo, sino de Él.
Su hijo no es su hijo,
sino y ante todo hijo de Aquél que lo da.
Finalmente,
el texto de la Palabra nos puede llamar a la confianza hacia un Dios
que se acuerda de nosotros si nosotros nos
abandonamos a Él, y a la alegría de esos bienes más
entrañablemente pedidos y queridos por nuestro corazón. Para las
madres, el fruto de sus entrañas es un bien incomparable del cual
brotan las mayores alegrías y los más grandes llantos. Que cada
madre sepa confiar la vida propia y la de sus hijos a Dios, Padre y
dador de la vida.
Que
toda mujer reconozca su innato llamado a la fecundidad. Que toda
madre reconozca el don indecible de la vida que significa el fruto de
las entrañas y que, como Ana, no se crea propietaria nunca de esa
vida, sino que reconozca en ella a quién la da, y pueda también
decir: ¡Se lo ofrezco a Dios por todos los días de su
vida!
Feliz
Día de las Madres
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