jueves, 8 de septiembre de 2016

El sí

“Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc. 1,38)

Hoy, en la festividad de la Natividad de María, la contemplo a ella, a la mujer del “sí”.

Así como Jesucristo redimió el pecado de Adán con su a la Voluntad del Padre, María, nueva Eva, se nos presenta como la mujer disponible al obrar de Dios, y en su nos abrió el camino de la Salvación.

¡Alégrate!” la saludó el Ángel. “¡Feliz de ti!” pronunció en su saludo su prima Isabel. María es la feliz en el Señor. Su alegría se encuentra en Dios y, por ello, es la “llena de gracia”. Su existir es un existir para Dios, y por eso su corazón “se estremece de gozo” ante él.

María es la servidora del Señor. Ese es el título que ella misma se otorga. La sierva, la esclava. Toda su vida, su ser, su obrar; toda ella se halla sujeta a la Voluntad de Dios. Su felicidad es la felicidad de su Señor, que él la haya mirado y se haya valido de ella para su proyecto de Salvación.

María es la mujer de la gracia. Dios, desde siempre, tomó su corazón. Antes de concebir al Hijo en la carne ya había nacido en su corazón. Antes de que Dios habitase en ella, ella ya habitaba en Dios.

Por eso no dudó, por eso creyó, por eso dejó que Dios haga, porque se supo desde siempre toda de Dios.

Guíame, María, en el sí a la Voluntad del Padre.
Que mi alegría sea plena en su obrar.
Que asuma con humildad mi condición de siervo.
Que me abra a su gracia y me deje transformar por ella.

Y pueda cantar contigo la grandeza de Dios. Amén.

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