“Yo
soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”
(Lc. 1,38)
Hoy,
en la festividad de la Natividad de María, la contemplo a ella, a la
mujer del “sí”.
Así
como Jesucristo redimió el pecado de Adán con su sí
a la Voluntad del Padre, María, nueva Eva, se nos presenta como la
mujer disponible al obrar de Dios, y en su sí
nos abrió el camino de la Salvación.
“¡Alégrate!”
la saludó el Ángel. “¡Feliz de ti!” pronunció en su saludo su
prima Isabel. María es la feliz en el Señor. Su alegría se
encuentra en Dios y, por ello, es la “llena de gracia”. Su existir
es un existir para Dios, y por eso su corazón “se estremece de
gozo” ante él.
María
es la servidora del Señor. Ese es el título que ella misma se
otorga. La sierva, la esclava. Toda su vida, su ser, su obrar; toda
ella se halla sujeta a la Voluntad de Dios. Su felicidad es la
felicidad de su Señor, que él la haya mirado y se haya valido de
ella para su proyecto de Salvación.
María
es la mujer de la gracia. Dios, desde siempre, tomó su corazón.
Antes de concebir al Hijo en la carne ya había nacido en su corazón.
Antes de que Dios habitase en ella, ella ya habitaba en Dios.
Por
eso no dudó, por eso creyó, por eso dejó que Dios haga, porque se
supo desde siempre toda de Dios.
Guíame,
María, en el sí a la Voluntad del Padre.
Que
mi alegría sea plena en su obrar.
Que
asuma con humildad mi condición de siervo.
Que
me abra a su gracia y me deje transformar por ella.
Y
pueda cantar contigo la grandeza de Dios. Amén.
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