miércoles, 31 de diciembre de 2008

Un hermoso monumento

¡Qué hermoso monumento vi! ¡Era grande, majestuoso!

Me detuve a apreciar sus formas externas, su estructura, sus entradas; desde sus bases hasta sus techos observé, y todo me hablaba de belleza. Cada centímetro, cada pieza estaba bien calculada y adecuadamente colocada. "¿Quién habrá sido el arquitecto, el constructor de tamaña empresa?", me preguntaba.

El frente me recibió con bellos ventanales, con preciosos dinteles colocados en su puerta. Y no era frío, para nada; era cálido, cercano.

Luego entré, y toda la hermosura que percibí desde fuera era pequeña frente a la grandiosidad de su interior. Y me faltan las palabras, como si no hubiera suficientes para describir tamaña creación.

¡Era tan amplio! Había lugares donde pude acceder fácilmente, y otros donde había que pedir permiso para entrar, y ser respetuoso, muy respetuoso, y cuidadoso, muy cuidadoso, porque había cosas de enorme valor, y muy frágiles, que en un descuido podrían romperse. Sí, era así mismo; con puertas abiertas y cerradas, algunas bajo llave; con objetos que hasta podía tomar y llevarlos si quisiera, porque eran un regalo, otros que no podía tocar, y otros más que ni siquiera podía ver.

No llegué a recorrerlo todo, porque como dije antes: ¡era tan amplio! Hubiese tardado muchísimo en ver cada lugar.

Me encontré con cosas que sólo allí se pueden encontrar, con sonidos que sólo allí se pueden escuchar, con imágenes que sólo allí se pueden ver. Y sí, sentí algo que sólo allí pude sentir.

Algunas habitaciones me llenaban de alegría, otras me hacían reír, en uno de los patios me sentía niño otra vez, y en una recámara sentí gran tristeza. Había muchísimos cuadros, con rostros, con lugares, con casas, con animales; y cosas escritas por aquí y por allá, en libros y revistas, en las paredes, en sus muebles.

Había una luz radiante que iluminaba los salones que visitaba; esa luz parecía provenir del centro de la construcción, pero me era imposible llegar a ella. ¡Era más clara que el día! No se imaginan cuán cálida era.

Por fin, salí, y al salir y volver a ver su exterior me pareció mucho más hermoso que antes, mucho más nítido, mucho más comprensible; porque su interior me habló de su exterior, y lo comprendí.

Frente a mí estaba el más maravilloso y valioso monumento de todos, así lo entendí.

Y caminando otros monumentos vi, y en la fuente de una plaza, en su reflejo, monumento fui.

jueves, 25 de diciembre de 2008

El regalo de la amistad

"Doy gracias por el regalo de la amistad, donde el ser se hace valioso y el hacer se vuelve obsoleto. Gracias, Señor, por mis amigos".

Esto lo escribía hace no mucho tiempo; mejor dicho, hace poco más de un día. Y pienso... ¡qué regalo el de la amistad y cuán difícil muchas veces es conseguirlo y valorarlo en toda su gran dimensión!

"El amigo fiel es refugio seguro, quien lo encuentra, halla un tesoro" nos recuerda bien el libro del Eclesiástico en la Biblia.

Y en el juego de las palabras, en nuestras mismas construcciones, de repente y sin quererlo (o sin darnos cuenta) descubrimos las particularidades de este regalo.

¿Quién señaló un día con su dedo a una persona para que sea su amigo?; y si alguna vez alguien lo hizo: ¿Quién verdaderamente de esta forma halló la amistad?

Es que la amistad no es como ir a comprar caramelos o un kilo de pan. La amistad, como quien no quiere la cosa, se encuentra; como que nos tropezáramos con ella.

Me pongo a pensar cómo conocí a mis amigos, y a ninguno le dije: "vas a ser mi amigo". Por el contrario, la amistad pareciera surgir del desconocimiento recíproco y las ansias de conocer, de la preocupación frente a la existencia del otro, todo lo cual se resume en la pregunta: "¿como te llamás?" o "¿querés jugar conmigo?".

Así, nos "tropezamos" con quienes serán nuestros amigos, luego tomamos esa "piedra" y ya tiene nombre, ya tiene historia, ya no es cualquier piedra, es "esa" piedra, distinta de cualquier otra. Aprendemos a valorarla, a atesorarla de forma especial. La miramos bien, nos tomamos el tiempo de conocerla, y descubrimos que aquello con que nos tropezamos un día era un "tesoro", porque escondía un enorme valor que yo supe encontrar.

Pero hay más... porque lejos de toda metáfora la amistad es este amor recíproco entre dos personas, o más aún, la amistad es mi amor hacia otra persona, sea que ella me considere o no su amigo: ¡Porque yo quiero darte mi amistad!, ¡Porque yo te la regalo!, ¡Porque supe descubrir en vos un tesoro, un enorme valor!

Y así puedo, sin contradecirme, decir: ¡Yo te ofrezco mi amistad, aunque vos no me ofrezcas la tuya!, ¡yo te doy mi amistad, aunque vos no me la des!, ¡yo te regalo mi amistad!, ¡yo te regalo mi tesoro!

Y la amistad se vuelve regalo. Y en el regalo de la amistad, el ser se hace valioso, porque hago valioso al otro por lo que es y no por lo que hace, por lo que me da o por lo que me deja de dar. Y si profundizamos, todos valemos por el simple hecho de "ser" y estamos llamados a descubrir el valor del "ser" del otro; estamos llamados a hacernos amigos del otro, del que está a mi lado, porque lo amo, porque lo valoro, porque me doy cuenta que es importante porque "es".

sábado, 20 de diciembre de 2008

Les Traigo una Buena Noticia

Ya por estos días estoy de vuelta por Formosa, esta tierra norteña del litoral argentino que me vio crecer. ¿Acaso esta no es una buena noticia...? Pero no es la que quiero realmente compartir, más allá de la alegría que me suscita y no quería dejar de hacerla compartida.

Hace tres semanas atrás (un poco más un poco menos), en una cena de agradecimiento, realizada por los colaboradores del Templo María Auxiliadora de Funes, nos enteramos y nos unimos a una oración hecha persona: Pilar.

Yo no la conocía; muchos de la casa no la conocíamos, pero el pedido se hizo escuchar, como las palabras de Jairo: "Ven, Señor, que mi hija se muere" (Mc. 5,23). Acaso no pasó un segundo cuando, como Jesús, nos pusimos en marcha, y en la oración acudimos a verla.

No era sencilla su situación; las palabras que escuchábamos no eran las más alentadoras: "infección generalizada", "múltiple entubación", "situación delicada". Se podrían transformar fácilmente en desaliento, en ese "deja tranquilo al Maestro..." (Mc. 5,35), pero una vez más Él nos sale al cruce y nos devuelve la esperanza, diciendo con paz: "No temas, basta que tengas fe" (Mc. 5,36).

Fe, esta actitud tan humana que algunos quisieran quitar del diccionario pero que se transforma en la única respuesta cuando no hay más respuestas, y por encima de cualquier irracionalidad, es la más racional de las actitudes del hombre ante la constatación de su carencia y límite.

Esta fe movilizó los corazones de toda una comunidad unida en oración, movilizó a los padres de Pilar en su esperanza, movilizó todos los días al P. Jorge en su ir y acompañarla en el hospital. Porque la fe es vida, es movilidad, es acción y grito que llama a una respuesta. Los libros de teología dirán que la fe es la respuesta del hombre al Dios que llama; pero fe también es esta: llamar a Dios en la esperanza de su respuesta.

¡Y llegó la Buena Nueva!, "¡Niña, te lo digo, levántate!" (Mc. 5,41). Y luego de semanas de incertidumbre, llegó la mejoría. Era acaso la lucha por vivir de Pilar, fueron acaso los buenos médicos y tratamientos recibidos, fue acaso la mano generosa de Dios que escucha las súplicas de sus hijos; fue acaso todo esto a la vez.

Bastó una semana en sala común para que se reponga, y la generosidad del Padre me hizo un regalo antes de venir a mi patria chica: verla. ¡Y me alegré! ¿Cómo no alegrarme del milagro de la vida?, ¿cómo no alegrarme con esta pequeñita y con sus padres? El verla reirse, ruborizarse frente a la mirada y llegada en tropel de todos los de la casa, el poder saludarla me dio alegría.

Y Pilar, como creo que tantos otros que viven la Buena Nueva en su propia carne, podrá como María decir en esta navidad: "Mi alma canta la grandeza del Señor".