sábado, 20 de diciembre de 2008

Les Traigo una Buena Noticia

Ya por estos días estoy de vuelta por Formosa, esta tierra norteña del litoral argentino que me vio crecer. ¿Acaso esta no es una buena noticia...? Pero no es la que quiero realmente compartir, más allá de la alegría que me suscita y no quería dejar de hacerla compartida.

Hace tres semanas atrás (un poco más un poco menos), en una cena de agradecimiento, realizada por los colaboradores del Templo María Auxiliadora de Funes, nos enteramos y nos unimos a una oración hecha persona: Pilar.

Yo no la conocía; muchos de la casa no la conocíamos, pero el pedido se hizo escuchar, como las palabras de Jairo: "Ven, Señor, que mi hija se muere" (Mc. 5,23). Acaso no pasó un segundo cuando, como Jesús, nos pusimos en marcha, y en la oración acudimos a verla.

No era sencilla su situación; las palabras que escuchábamos no eran las más alentadoras: "infección generalizada", "múltiple entubación", "situación delicada". Se podrían transformar fácilmente en desaliento, en ese "deja tranquilo al Maestro..." (Mc. 5,35), pero una vez más Él nos sale al cruce y nos devuelve la esperanza, diciendo con paz: "No temas, basta que tengas fe" (Mc. 5,36).

Fe, esta actitud tan humana que algunos quisieran quitar del diccionario pero que se transforma en la única respuesta cuando no hay más respuestas, y por encima de cualquier irracionalidad, es la más racional de las actitudes del hombre ante la constatación de su carencia y límite.

Esta fe movilizó los corazones de toda una comunidad unida en oración, movilizó a los padres de Pilar en su esperanza, movilizó todos los días al P. Jorge en su ir y acompañarla en el hospital. Porque la fe es vida, es movilidad, es acción y grito que llama a una respuesta. Los libros de teología dirán que la fe es la respuesta del hombre al Dios que llama; pero fe también es esta: llamar a Dios en la esperanza de su respuesta.

¡Y llegó la Buena Nueva!, "¡Niña, te lo digo, levántate!" (Mc. 5,41). Y luego de semanas de incertidumbre, llegó la mejoría. Era acaso la lucha por vivir de Pilar, fueron acaso los buenos médicos y tratamientos recibidos, fue acaso la mano generosa de Dios que escucha las súplicas de sus hijos; fue acaso todo esto a la vez.

Bastó una semana en sala común para que se reponga, y la generosidad del Padre me hizo un regalo antes de venir a mi patria chica: verla. ¡Y me alegré! ¿Cómo no alegrarme del milagro de la vida?, ¿cómo no alegrarme con esta pequeñita y con sus padres? El verla reirse, ruborizarse frente a la mirada y llegada en tropel de todos los de la casa, el poder saludarla me dio alegría.

Y Pilar, como creo que tantos otros que viven la Buena Nueva en su propia carne, podrá como María decir en esta navidad: "Mi alma canta la grandeza del Señor".

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