jueves, 24 de diciembre de 2009

¡Domestícame!


Este era el pedido del zorro al principito al conocerlo. “Domesticar” significa “crear lazos”, una cosa demasiado olvidada.
El zorro quería escuchar unos pasos distintos a los demás pasos, y le volvía a decir al principito: “serás para mí único en el mundo… seré para ti único en el mundo… mi vida se llenará de sol”.
Y hasta ahora sólo he repetido frases de este hermoso libro, porque en sus palabras se esconde mucha sabiduría, esa que no encontramos en los diarios ni en la televisión.
Y en este tiempo de Navidad, quisiera que podamos ver como veía el zorro al principito; así vernos frente al nacimiento de Jesús.
“Sólo se conocen las cosas que se domestican”, y en cierta manera Dios quiso que lo domesticásemos, que lo conociéramos, que lo hagamos único en el mundo. ¿Por qué sino eligió el camino de la encarnación? Él vino a nuestro encuentro y gritó: ¡Domestícame!
Y de nuestra parte lo empezamos a conocer; algunos se negaron y no era “más que un zorro semejante a otros zorros”. Pero otros, no muchos, emprendieron la paciente tarea de domesticar a Dios. Lo domesticamos en el tiempo, y en el tiempo nos domesticamos en la Esperanza… por eso preparamos su venida y colocamos un día para recordar que él vino a estar junto a nosotros. El zorro repetía al principito: “si vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”.
Y la Navidad nos ayuda a domesticar a Dios, a conocerlo, a crear lazos, a escuchar unos pasos distintos a los demás pasos. Si, Navidad se convierte en un rito que nos ayuda a preparar el corazón…“lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora de las otras horas”.
Dios nos ha domesticado desde la eternidad, pero somos nosotros ahora los que debemos domesticarlo a Él…hacerlo único, como el zorro, como la rosa. Y es trabajo, y es paciencia, y es labor. El principito decía: “es ella la rosa a la que yo he regado”; y el zorro le hacía comprender que “el tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”.
En un pesebre perdido en el campo de las tierras de Asia Menor, envuelto en humildes pañales, rodeado de animales y hombres humildes que supieron acercarse al milagro, Dios nos grita: ¡Domestícame!
Que tengamos un corazón de niño para contemplar el milagro, y que aprendamos a amar como el Principito amó a su rosa, para dar testimonio de ese amor, y quien nos encuentre pueda testimoniar: “me emociona su fidelidad por una flor, la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aun cuando duerme”.
Nosotros, los hombres, buscamos la felicidad, buscamos el amor; y lo que buscamos “podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua”…“es necesario buscar con el corazón”.

Feliz Navidad

domingo, 1 de noviembre de 2009

Acompañando...nos

“Cuando lo llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevará detrás de Jesús.” (Lc. 23,26)

Sobre esta imagen evangélica quiero volcar ahora nuestra mirada. Sé que no estamos en Cuaresma; es más, ya se acerca el final del año litúrgico y el comienzo del Adviento en preparación de las fiestas de Navidad, pero consideraba que esta imagen, este icono del cireneo es particularmente significativo en este final de año.

¿Dónde nos hallamos ubicados? Utilicemos la imaginación, ayudada por la narración.

Jesús, el Nazareno condenado por las autoridades romanas y judías, va camino a lo que será su muerte, que podemos para ayudarnos a colocarnos en la imagen relacionar esta muerte con “vocación” o llamada radical, situación definitiva también a la que estamos llamados. Entonces, Jesús condenado a muerte asume este trágico desenlace de su vida, que es en verdad el resultado más esperable frente a lo “revolucionario” de su opción, de sus palabras y de sus obras. Ya no hay nada que hacer, sólo cargar la cruz y dirigirse al monte Calvario, seguro del final.

Suena trágico, porque en verdad lo es… a nadie le gusta morir, menos si esa muerte es acompañada por dolor e incomprensión. Es más, la muerte de Jesús parece ser un rotundo fracaso de su proclamación, de lo que quiso enseñar con su vida. Ahora, en esta muerte se esconde la vida y la esperanza de un hombre que es fiel hasta el final por confiar plenamente en la Promesa.

Y su Padre no lo dejará…y al final le otorgará su consuelo. Pero antes, ya de camino, se vale de otros.

Simón de Cirene, un hombre que “estaba en otra”, seguramente con ganas de descansar o de ir al Templo por las Fiestas de la Pascua judía. “Que venía del campo” podríamos entenderlo así…que pasaba por ahí, y sin quererlo se encontró con una situación inesperada. De repente, el que cargaba con la cruz pasa frente a él, y no le queda otra (porque al parecer no tenía opción) que ayudarlo, tomar la cruz del que iba a ser crucificado y colocarse detrás.

¿Qué habrá pensado Simón? ¿Qué habrá sentido? Imaginándome una reacción bien de muchos, podría haber dicho en su interior: ‘y a mí quien me manda cargar con la cruz de este hombre… de este delincuente… ya hubiera llegado al Templo y estaría haciendo mi ofrenda… ¡cómo los justos deben hacerse cargo de los pecadores!’ y otro montón de cosas totalmente paradójicas.

Ahora, demos un paso más, y tan sólo quedémonos con la imagen de Simón llevando la cruz de Jesús… de un hombre llevando la carga de otro hombre…

Proyectemos esta imagen hacia nosotros mismos, y coloquémonos en una y otra situación: en la de Jesús, que asumiendo su vocación camina al final de “este tiempo” al que debe dar una respuesta, y por darla carga con una pesada cruz…; en la de Simón, que es llamado a cargar con una cruz que no le pertenece, ayudando a Jesús a llegar al final del camino.

O bien, veámonos en relación a quienes se hallan en mi camino y hacia dónde siento que este camino me va conduciendo…en sus opciones, en sus sacrificios, en sus pesos, en la vida y en la muerte que genera.

Debemos asumir una respuesta, y tal vez en este fin de año replantearnos o reafirmarnos opciones, frente al llamado de la vida; debemos asumirnos en una vocación. ¿Cómo la vamos asumiendo? ¿Qué actitudes vamos teniendo: de confianza o de desesperación? ¿Cuál es el nombre de la cruz que me toca llevar? ¿Cuál es el sacrificio que estoy llamado a realizar? ¿Quién es aquél que me ayuda a cargar la cruz, a llegar hasta el final? ¿Me permito ser ayudado, dejar que otro cargue por un momento con mi cruz? ¿Cómo lo valoro?

Y también estamos invitados a acompañar en las respuestas, en las opciones, en el llamado que aquellos que están junto a mí deben seguir, deben asumir. Tal vez estaba en otra, pero mi hermano me sale al cruce con su cruz a cuestas. ¿Qué hago? ¿Cómo asumo esta situación? ¿Cómo la reconozco? ¿Quién a mi lado necesita que le ayude hoy a cargar con su cruz? ¿Qué sentimientos y actitudes me genera? ¿Puedo dejar de lado “mis cosas” para ayudar, para cargar con una cruz ajena?

Todo tiempo es bueno para hacer nacer de nuestro corazón estas actitudes y reconocernos acompañados y acompañantes. En este final de año, frente a las opciones que quienes estamos en camino formativo religioso debemos asumir, y a todos aquéllos que un fin de año se les transforma en un momento de síntesis de las cosas vividas, unido al asumir un tiempo fuerte de estudio y exámenes para aquellos que forman parte del mundo estudiantil; sí, en este final de año, que sepamos dar cuenta qué cargamos y hacia dónde vamos… y cómo podemos estar a mano para cargar junto al otro la cruz de cada día. Que podamos reconocernos caminantes, acompañados y acompañantes, y asumir con humildad uno y otro lugar.

domingo, 4 de octubre de 2009

Un abrazo a la vida


Sin querer, sin pensarlo mucho, pasó bastante desde la vez pasada. Tal vez sea por esto, pero no quiero descontinuar este camino que vamos haciendo. Como decía, tal vez sea por esto: por abrazar a la vida.

Miraba el calendario y marcaba el comienzo del décimo mes del año. Y en un pensamiento colectivo surgía el “¡ya estamos en Octubre!”

Sin querer, sin pensarlo mucho, pasó bastante. Mucho agua bajo el puente… mucha vida por los brazos, por los ojos, por la boca, por los oídos, por cada centímetro del ser.

Y la vida está para eso: para vivirla y dejarla ir. ¿Acaso podríamos disfrutar la música en un continuo repetir de un compás? La música de la vida se disfruta en su fluir.

Sin querer, sin pensarlo mucho, pasó. Estaba junto a ella y la quise abrazar, la abracé y la solté para que continúe yo y ella. Pero se quedó… porque ella se encuentra aquí, conmigo, y es ella la que me abraza y se renueva a cada paso, donándose generosamente para mí. Y su abrazo generoso, amoroso, me hace querer abrazarla y, como ella, donarme también con generoso amor.

Sin querer, sin pensarlo mucho… abrazo a la vida, y ella me abraza a mí. Y abrazarla es abrazar lo que me regala:

Abrazarla es abrazarme, en todo lo que soy, en mi identidad, en mis opciones, en mi cuerpo, en mi mente, en mi corazón, en mis cualidades y en mis límites… abrazarme completo, y amar el don que significo.

Abrazarla es abrazar a los demás, abrir los ojos por la mañana y agradecer por quien está a mi lado, por quien comparte conmigo la mesa, por quien me escucha, me habla, ríe y llora conmigo, por quien asume mis preocupaciones, por quien comparte mis fatigas, y también por quien me hace fatigar, me molesta, me indispone. Descubro en el hermoso don de vivir, el don que el otro significa para mí. Ella se brindó generosa al darme a quien hoy está al lado mío.

Abrazarla es abrazar todo lo que significa la exterioridad: los bienes, el trabajo, el estudio, los momentos gratuitos, las responsabilidades, la cultura y sociedad, el siglo en que me tocó vivir. ¡Ella me ha regalado todo esto! Y en la abundancia o en la carencia me hago capaz de abrazarla.

Abrazarla es abrazar mi historia: mi pasado en sus luces y sus sombras, mi presente en su asunción, y mi futuro en la esperanza y en la incertidumbre. Todo es regalo, y por eso la abrazo y le doy gracias.

Sin querer… abrazaremos todo nuestro ser, lo asumiremos y lo amaremos. Allí, creo que sólo allí, empezaremos a ser capaces de amar. Y abrazando cada uno su vida, abrazará la vida de los demás y se convertirá en maestro que enseñe a abrazarla.

La vida nos abraza, y nosotros debemos estar bien despiertos para sentir su abrazo y poderla también abrazar. Allí nacerá la verdadera vida, el verdadero amor.

El Evangelio de hoy nos dice: “El que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y [Jesús] los abrazaba y los bendecía…” (Mc. 10,15-16)

domingo, 19 de julio de 2009

En el camino del Amor

Es realmente mucho el tiempo que siento ha pasado desde la última vez que he puesto una piedrecita en este camino. Porque todo lo escrito, lo compartido, siento es parte de un camino de Amor (y sí, con mayúscula), que en estos días percibí estamos todos llamados a recorrerlo, y es más, de alguna u otra forma todos lo vamos caminando.

Sí, quise escribir hace mucho ya. Porque distintas noticias, trascendidos, sentimientos me llamaban a escribir: el llegar a mitad del año, las angustias que se perciben en el aire (y se transmiten, capaz (!)), los propios caminos recorridos y, ahora, la proximidad (inminencia) del día del amigo, que como culto nos regalamos ese ¡feliz día! y algo más. Bueno, este quiere ser también mi algo más.

Ahora te comparto unas líneas que escribí hace un tiempo, no muy lejano, y que me invitan primero a mí, y que quiero hacerlas una invitación a todos, a transitar por el camino del Amor, a pesar de influenzas y demás bajones socio-existenciales.

“Quiero ser habitante, ciudadano del amor, y descubro que el amor, al igual que la vida, no es un “lugar” sino un camino. Es un constante caminar, un constante re-emprender… descubrir… empezar. Descubro que debo renovar a cada paso mi ánimo de caminante, teniendo cuidado de no equivocar mi paso, de no tropezar, de ser paciente para descubrir la senda.”

Muchas cosas en estos tiempos me hicieron pensar en este camino, y lo bello de ver al Amor como camino más que como lugar o meta. Porque el Amor en nuestras vidas, en la de cada uno, se va construyendo día tras día, y percibirlo como camino nos lo hace ver como una realidad dinámica, transformante y en transformación, más que como una realidad estática, aprehensible y uniforme.

Como el Salmo primero, la vida se torna en camino y en opción: de vida o de muerte, de amor o de odio, pero más aún de Amor o de egoísmo.

“No somos trigo limpio ni tierra toda buena; el amor y el egoísmo pugnan dentro de nosotros ante cada opción, ante cada persona, ante cada actitud.”

“Al final de cada día, mi examen puede ser: ¿cuánto amé, cuándo amé, y cuándo, y en cuántas ocasiones, no quise amar, opté por un obrar egoísta?”

Y a veces no es fácil percibir en qué camino estamos, porque un mismo gesto, una misma palabra, puede nacer de las fuentes diversas del amor o del egoísmo. ¿Cómo entonces puedo percibir si estoy caminando por las sendas del Amor? Y la respuesta intuyo se encuentra en nuestro profundo interior, donde sólo puedo entrar yo.

Pero más aún es ponerse a caminar, estar dispuesto a emprender el camino y percibirme en camino. Realidades concretas me mostrarán el camino: lo primero, la propia vida y los regalos que me da, luego el espejo de Amor que puedo percibir en los otros (una palabra de aliento, su compañía, su paciencia, y hasta los mismos enojos), y también la constatación de ver cómo el Amor fluye desde mí (en una palabra, en un gesto, en un saludo, en un servicio). De repente me daré cuenta que el Amor me rodea y solo aparece el camino ante mí: ¿acaso me negaré a recorrerlo?

Ya terminando este regalo que quise hacer con ocasión de estar “a mitad de camino” de este año (como parando bajo la sombra de un árbol para mirar las huellas dejadas), y del día que recordamos de manera muy particular a nuestros queridos “compañeros de camino”, quiero compartir algunas pistas más que pueden ayudar a transitar por el camino del Amor.

“Primero, abrir los ojos y todos los sentidos para percibir y agradecer el regalo de cada día, de la propia vida, de la hermosura de la creación, de mi propia naturaleza y del regalo del otro (de cada hermano). Verdaderamente, cada hermano (cada amigo, cada “compañero de camino”) es un hermoso regalo de la vida que no quiero ni debo dejar pasar desapercibido. Cada hermano, cada realidad, y mi propia naturaleza son una invitación a agradecer por la gratuidad de la vida.”

“Segundo, transformar esta percepción de regalo en servicio y gratuidad. Jesús nos dice: “recibieron gratuitamente, den también gratuitamente”. No servir en el sentido del deber, sino en el sentido del querer, y no vivir al Amor como obligación sino como opción. Cultivar la gratuidad es ser consciente que la vida es un regalo; cultivar el servicio gratuito es hacer fluir la gratuidad de la vida, hacer fluir al Amor.”

“Tercero, saber de la fragilidad propia y ajena para amar. Como el Amor es camino, todos estamos llamados a recorrerlo y nos hallamos amenazados por las propias dificultades del caminar y del hacer camino. Esto me invita a la compasión, a la misericordia, a la comprensión de las dificultades propias y ajenas, llevando al amor a una medida más justa: amar desde lo real, desde las luces y las sombras, amar desde lo que soy y desde lo que el otro es, amar desde lo que es y no desde lo que pretendo que sea. “No juzguen, porque serán juzgados”, dice el Señor. Amar sin juzgar, amar sin encasillar, amar “en camino”, amar desde los límites será propiamente amar.

“Cuarto, despertar a la conciencia de la libertad. El amor, el bien sólo pueden nacer de un corazón libre. El amor, sin libertad, no es amor; el bien, sin libertad, no es bien. Sólo ama el que es libre, y la libertad también es camino de liberación: de las propias exigencias (anhelos, deseos) generadas, de las exigencias (en el ser, en el hacer, en el tener) que proyecto hacia los demás, en las exigencias de ser apreciado, valorado, respetado, amado, de las pretensiones vitales que enmarcaron el valor de la vida en el hacer, en la capacidad, en la utilidad.”

“De alguna forma, la libertad halla su camino en la gratuidad, que encuentra su cauce en el servir y que invita a transitar por este camino de amor-libre-servicial-misericordioso que transforma nuestra naturaleza, la plenifica y nos despierta a la vida y a la felicidad.”

Estas son algunas resonancias de mi corazón es estos tiempos. Termino invitándote a hacer tu propio camino de Amor, buscar tus propias intuiciones y vivirlas, de tal forma que tu naturaleza sea el amor y destile amor, como la rosa su aroma, como la lámpara su luz.

sábado, 6 de junio de 2009

Amar Ahora


¡Que no se pase la vida, que la vida es ahora! Si ahora no amo, ya no amo más; y si ahora no te amo, no te amaré más.

No es una mera máxima lo que te estoy compartiendo, sino una experiencia reciente de mi vida. De alguna forma, trato de que todo lo que te comparto sea esto; tal vez por eso no le tengo miedo al plagio, porque la experiencia no se roba, ni se imita, pero, eso sí, se la comparte.

Hace no tanto volví a una casa que fue “mi casa” por dos años, y al volver siempre a un lugar que fue “tuyo” de alguna forma lo recobras y no sólo el lugar sino también a aquéllos que supieron recibirte, acompañarte, darte su amor. Y al volver los recobré, pero sabiendo que no sería por mucho tiempo; es más, tal vez sólo los tendría ese mismo momento; y ese momento, ese lugar, era la ocasión (¡única!) de expresar el amor.

Así nos pasa y poco nos damos cuenta. Nos acostumbramos a ver los mismos rostros uno y otro día, hasta que uno de esos días esos rostros ya no están. Creemos que amamos a alguien porque “ya lo hemos amado antes”, pero no es suficiente, ¡ama ahora!

Uno de los días que pasamos en esta “vuelta”, dirigimos nuestros pasos por los pasillos del humilde (y más que humilde) Barrio Ludueña de Rosario. Quiso Dios que nos encontremos frente a una casita que hace las veces de Capilla, las veces de Comedor, las veces de Centro Comunitario; y entre nosotros pasó una viejecita, de entre 60 a 70 años, que venía de hacer las compras para el almuerzo. Llevaba dos pequeñas bolsitas en sus dos pequeñas manos. No pasó desapercibida, porque ella no nos pasó desapercibida. Se detuvo, saludó muy cordialmente a alguno de nosotros y muy sencillamente (con la sencillez de estar hablándole a alguien conocido de toda la vida) compartió de dónde venía y qué es lo que iba a hacer; luego, así como vino, siguió su camino por el pasillo despidiéndose de nosotros y diciendo que debía ir a cocinar.

Tal vez ella no se percató, pero sin querer a los que estaban allí, a los que la recibieron en su trato sencillo, los supo amar en ese momento. No hubo ni habrá otro momento, sólo hubo ese, y no había necesidad, y de ahí la gratuidad del amor. Esta mujer amó ahora.

¡Si no te amo ahora no te amaré más! De repente hoy estábamos compartiendo en la oración comunitaria el relato del “buen samaritano”, que en el inconsciente colectivo nos deja la idea de aquél que supo hacerse cargo del hermano (lo hizo su hermano), olvidándose de su camino (de sus proyectos, agenda, etc.) para curar sus heridas. ¡Ama ahora!

La vida tal vez sin percatarnos nos corre, de un lugar a otro, de una casa a otra, de un trabajo a otro, de un estudio a otro, y así. Nos corre la vida y nos desplaza a las personas que teníamos, a los bienes que poseíamos, al chiste que ya fue. Y, tal vez, sin percatarnos nos da un inmenso regalo: la vida. Porque la vida en esencia es ese dinamismo que lo advertimos en el cuerpo, en la mente, en el corazón, en lo propio y en lo ajeno; y porque la muerte, en contraposición, es lo estático, lo inconmovible.

“Ya no quiero ser duro, pero muerto; prefiero vulnerable, pero vivo” nos dice una canción de Eduardo Meana. Y prefiero ser corrido por la vida, porque la vida es eso, y amar con profundidad el presente que me regala. ¡Ama ahora! Ama a los que ahora están contigo, lo que ahora tienes entre manos, lo que ahora puedes hacer, lo que ahora eres.

La vida nos invita a apropiarnos de este presente, de esta personita que ahora se me para enfrente y me pide veinticinco centavos, de este hermano enfermo o de este dolor que llevo en el corazón, y a amar. Así, la vida se transforma en una invitación al amor, no al que fue, al que es.

¡Y este amor es Sagrado, porque la vida es Sagrada, porque cada persona es Sagrada! El hombre de fe intuye, cree con convicción firme que la vida es don, regalo de Dios, y, por tanto, Sagrada. Y no la vida que fue, sino la que es, porque la vida es ahora, ¡ama ahora! Y la persona es don, regalo de Dios, y no sólo eso, sino que Dios mismo se hace presente en ella. “Yo en ellos y tú en mí” (Jn. 17,23) oraba Jesús a su Padre. Y la invitación de Dios es al amor, al que tengo y al de mi hermano; es una invitación a un encuentro para el amor que se da ahora, que estoy invitado a realizar ahora. ¡Amar ahora!

¡Sólo tengo este momento para amar! ¡Este momento es Sagrado! ¡Ama ahora!

Y vuelve…

Vuelve a amar, que el Amor es tu morada.

Vuelve a reír, que la risa es tu alimento.

Vuelve a confiar, para encontrar donde apoyarte.

Vuelve, Yo te dejo volver.

P/D: La imagen que acompaña al dibujo quiere no sólo representar algo de la idea del texto, sino ser un presente a un amigo que me recibió como el hijo pródigo, me ofreció su abrazo y su perdón. Gracias!!!

domingo, 10 de mayo de 2009

Misericordia


 ¿No está acaso en desuso esta palabra hoy día?, ¿sabemos en realidad lo que significa tener misericordia?, ¿a quien pedimos misericordia?, ¿cómo nosotros somos misericordiosos?, ¿podemos serlo?.

Según el diccionario, en su primera acepción, es la “inclinación a compadecerse y mostrarse comprensivo ante las miserias y sufrimientos ajenos”. Etimológicamente viene del latín misericordia, y éste de miser (desdichado) y cor (corazón).

¿A qué viene todo esto? A buscar, yo y en invitación a todos, recuperar la capacidad de colocar en el corazón la desdicha ajena. No tanto a saber qué significa misericordia sino a ser misericordiosos. A dar una respuesta de salir al encuentro del otro en su miseria, revolucionando la cultura del individualismo.

No es una respuesta sencilla, y cada uno en su propia carne lo sabrá. A mí no me es fácil tejer las palabras de este texto, que nace sólo de las ganas de compartir algo, sólo un pensamiento, como otro podrá compartir el mate.

Hay expertos en la cuestión, hay profesores, sacerdotes y gente muy preparada que dará de seguro una idea más acabada de la cuestión. Yo no tengo eso, ni tampoco un actuar que otorgue autoridad a mis palabras. Por eso es anhelo mío, y es anhelo compartido. Es mi anhelo de aprender a ser misericordiosos, de anidar en el corazón el dolor ajeno, ayudando a mi hermano a cargar con el peso que lo abate. Aquí, todos somos de alguna forma estudiantes.

Por eso mi oración en este tiempo es: “Señor, ensancha mi corazón”. ¡Sí, ensánchalo! ¡Para que en él quepan muchos hermanos! ¡Para que pueda amarlos! ¡Para que pueda descubrirlos hermanos! ¡Para que pueda reír su risa y llorar su llanto! ¡Para que pueda, al verlos, verte a Ti! ¡Para que vivas allí, y en tu Amor pueda amar!

Dios es misericordia, y si somos hijos de Dios estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre es misericordioso (cfr. Lc. 15,11-32; Mt. 18,23-35).

Esta es una tarea y una oración que invito a todos a realizar. Ensanchar el corazón. No seremos misericordiosos si no somos capaces de salir de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, del amor propio. No seremos misericordiosos, ni recibiremos el gesto de misericordia, si nos alienamos de la realidad ajena. Y seremos misericordiosos, y, aún más, la misericordia brotará de nuestro corazón como manantial, si en nuestros corazones anida el Amor, el verdadero Amor que no se guarda, sino que se dona, se da gratuitamente, el Amor de Dios que nos enseña a amarnos los unos a los otros, como Él nos amó.

Porque el amor al prójimo es nuestra clara expresión del amor a Dios, porque amando al prójimo amamos a Dios. Dios nos da su Amor para amar.

Los invito a orar conmigo: “Señor, ensancha mi corazón”.

Te pido, Señor, una cosa
una cosa que me des;
tu Amor que colme mi medida
que llene mi vida y la dé.

Tu Amor como caro perfume
con precioso y penetrante aroma,
que baste mi recipiente
y que, lleno, desborda.

Ya lleno mi corazón de Amor
se derrama sin más,
baña la casa su olor
que ungiendo a su Amor se da.

domingo, 12 de abril de 2009

¡No podemos callarlo! ¡Resucitó!

¡Entiendan lo que pasa y pongan atención a mis palabras! No estamos borrachos […] Dios había dado autoridad a Jesús de Nazaret entre todos nosotros: hizo por medio de Él milagros… sin embargo, ustedes lo entregaron a los malvados, dándole muerte, clavándolo en la cruz… pero Dios lo resucitó y lo libró de los dolores de la muerte, porque de ningún modo podía quedar bajo su dominio. […] Nosotros somos testigos de todo esto” (Hc. 2, 14-15.22-24.32)
Este es el mensaje central de nuestra fe, ¡y no podemos callarlo!

Ante todo hombre, ¡no podemos callarlo!; ante la sociedad, ¡no podemos callarlo!; ante las ideologías, ¡no podemos callarlo!; ante este mundo que se olvida de Dios, ¡no podemos callarlo!; ante tantas situaciones de muerte, ¡no podemos callarlo!

¡Ustedes lo entregaron, dándole muerte, clavándolo en la cruz… pero Dios lo resucitó!

Y proyecto esta frase dirigida hacia nosotros: ¡Ustedes lo entregaron! En el joven que no puede proyectarse en el futuro porque hoy está preso o atado a la droga, en la familia que subsiste a base del asistencialismo, en el enfermo que carece de ayuda, de medicamentos, en el anciano que es abandonado en un geriátrico. Si, ¡ustedes lo entregaron! cuando opté por asumir una actitud de resignación ante el dolor ajeno, cuando opté por no mirar a la cara al que me extendía su mano, cuando opté por no hacerme cargo de mi responsabilidad social, cuando opté por encapsularme en mis placeres, en mis teneres, haciendo caso omiso a la extraña necesidad del pobre, del enfermo, del solo.

¡Y le dieron muerte! Porque en mi opción, el otro murió para mí, y hasta murió para la sociedad, y murió para sí mismo. Porque efectivamente murió, y lo enterraron en un cajón improvisado, en la estepa del desierto; o en un cajón dado por los servicios asistenciales, bajo tierra y con una cruz anónima. Porque murió, y recién en ese momento nos acordamos que existía.

¡Clavándolo en la cruz! En el sufrimiento del abandono, de la desconsideración, del rechazo a su existencia. ¡Lo clavamos en la cruz con violencia, con indiferencia, con ultrajes, con promesas incumplidas, con instrumentalización, con esclavitud, con ignorancia y anonimato!

Jesús no es una metáfora. Jesús fue un hombre nacido y criado entre nosotros, que caminó entre nosotros, y cuyo mensaje fue tan revolucionario, tan incómodo, tan molesto y comprometedor, que no podía seguir siendo proclamado. Entonces, hombres buenos y cultos, instruidos, bien formados, con buena posición social, dijeron: hay que matarlo. Y así fue: Jesús murió asesinado por las manos de los detentadores del poder político y religioso; no de noche, no en una conspiración ocultada, sino a plena luz del día, con una cruz a cuestas frente a todo el pueblo, para ser levantado en alto de tal forma que todos sepan lo que puede pasar a quien se coloca en contra del orden de las cosas.

Y hoy también, Jesús no es una metáfora. Su pasión y su cruz se encarna en tantas realidades que tampoco permanecen ocultas, que a las entradas de las grandes ciudades aparecen como signos de lo que puede suceder a los que se oponen al sistema, o de los que simplemente no se adaptan a él.

¡Pero Dios lo resucitó! ¡Y esta es la gran noticia! La muerte de Jesús es coherencia de su mensaje y de su entrega a la Voluntad del Padre, pero también es fracaso si no hubiese resucitado. ¡Resucitó! Y con su resurrección su propia muerte su transformó en redención para todos nosotros, porque ya la muerte ha sido vencida, porque entendemos que la muerte no puede vencer, y porque esa muerte es fruto de vida nueva.

¡Dios lo resucitó! El que fue despreciado ante los ojos de los gobernantes y del pueblo mismo encontró aprecio y vida en el Padre; y con su vida nos regaló la vida, y nos anima a proclamar esta verdad: ¡Jesús resucitó y su Reino está entre nosotros!

Ya debemos gritarlo, ya debemos proclamarlo, y ya debemos saber que esta resurrección la debemos hacer presente en nuestras vidas y en las vidas de los que padecen situaciones de muerte, de cruz, conociendo que Dios está y no es indiferente ante la muerte de sus hijos, como no fue indiferente a la muerte del suyo propio.

¡Dios lo resucitó! ¡Dios también dará la vida a tantos que son crucificados y nos dará la vida a nosotros si nos animamos a dar la vida, a ser crucificados, a hacernos solidarios en la cruz!

Esta es mi fe, la que hoy les comparto, en la esperanza que muchos de ustedes vivan: ¡La muerte ha sido vencida! ¡No podemos callarlo! ¡Jesús resucitó y con Él todos nosotros!

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Leonel

domingo, 29 de marzo de 2009

Uno mas uno no siempre es igual a dos

Hace bastante tiempo que pienso en esta loca ecuación. Tenía pensada contarla como una charla, que más o menos sería así:

- Dígame, Sr., cuánto es uno más uno…

- Depende…

- ¿Cómo que depende? Son matemáticas, Sr., y de las más simples. Es, diría, lo que primero aprendemos de pequeños…

- Si, ya sé, yo también creía que era una respuesta única y sencilla, pero con los años aprendí que uno más uno no siempre es dos…

- ¿Y si no es dos, qué resultado da esa ecuación?

- A veces dos, a veces uno, a veces cero, a veces tres.

- ¿Me lo puede explicar mejor? Esas matemáticas no me las aprendí en la secundaria.

- Es que las matemáticas no dan la respuesta… yo hablo de lo que veo en la realidad, en lo que pasa todos los días. ¿Acaso usted ve números caminando por la calle?

- No, veo individuos, perros, gatos, postes de luz, árboles…

- ¡Ahí está! Y si ve a una persona al lado de otra que están sentados en una parada de colectivos esperando, ¿cuántas personas ve?

- Yo vería dos personas.

- Bueno, yo veo una persona al lado de otra persona, pero no dos.

- Me deja desconcertado, Sr. ¿Una persona al lado de otra persona no son dos personas?

- Mire, lo que pasa es que el dos las abarca a ambas, pero ellas, las personas, no se abarcan la una a la otra. Son como un uno al lado de otro uno que andan por el mundo…

- ¡Qué lógica su lógica, Sr.! Y si me cruzo por una obra en construcción y veo a, como usted me dice, una persona junto a otra trabajando en la misma obra, ¿cuántas personas hay?

- ¿Cuántas cree usted que halla?

- Yo también creeré que dos.

- ¿Y sabe por qué hay dos?

- No, dígame usted…

- Para mí la respuesta puede ser que hay uno junto a otro uno, o realmente dos. Y la respuesta sería dos si tal y cual se abarcan, que es lo mismo que decir que se conozcan y no sólo se conozcan, sino que obren de tal forma que sean un conjunto. Entonces serán como un todo, como el dos, y no simplemente una agrupación de unos.

- ¡Usted, más que matemático parece filósofo o sociólogo! Pero ahora le pregunto: El uno más uno no da dos, o da dos, pero… ¿cómo da tres?

- Y no solamente puede dar tres, también cuatro, cinco, seis, diez, cien, mucho más…

- Ya me parece claro que no estamos hablando de matemáticas…

- De matemáticas abstractas no, sino de las reales, porque hablamos de lo que podemos ver si abrimos bien los ojos cuando salimos por la calle… ¿usted vio que un uno se sume a otro uno y se transformen en un dos? Perdone mi inocencia, pero yo no lo vi nunca.

- Pero dígame por favor, ¿cómo si sumo un uno mas otro uno pueden dar tres?

- Yo tengo cuatro hermanos, todos nacidos de un mismo matrimonio. Entonces, somos cinco hermanos nacidos de nuestros padres. En la naturaleza, uno más uno dio cinco o siete, según la óptica con que lo mires.

- Eso es la procreación. Por lo que si veo una pareja de novios puedo estar viendo un uno más uno que puede ser más que dos…

- Creo que estamos entendiéndonos… pero en el hombre la suma puede dar más, y no sólo por la naturaleza. Fíjese: conozco a una persona que se ha sumado a otra persona y una junto a la otra comenzaron a ayudar en una villa, atendiendo en un merendero y dando ayuda escolar a los chicos que se lo pidieran. Al cabo de un tiempo, hubo chicos que ayudaban a otros chicos, y hubo personas que se sumaron a las primeras. Entonces, uno más uno se transformó en abundancia, en diez, en cien, en mil… ¿me comprende?

- No solo lo comprendo, sino que me deja asombrado. Ahora, hay una última pregunta que quiero hacerle. Al principio dijo que el uno más uno puede dar cero. Eso no sería una suma sino una resta, pero de la forma en que me lo va explicando: ¿cómo es esto posible?

- También en la realidad usted lo ve, y corre por el mismo cause, pero invertido, y es una pena que esto pase. Y le digo más, no da cero únicamente, puede dar mucho menos. Y aquí y ahora le explico la dinámica de lo que le expuse, señor: El uno más uno que da igual a uno es la dinámica de la indiferencia, donde simplemente yo me quedo en mi individualidad y no trasciendo hacia al otro y ni me interesa hacerlo; el uno más uno que da dos es la dinámica de la cooperación o solidaridad o alteridad, donde trasciendo a mi propio yo para salir al encuentro del otro, quien también me reconoce y me sirve de ayuda, de complemento, de crecimiento; el uno más uno que da tres o más es la dinámica de la fecundidad, como usted bien lo dijo, donde mi ser con otro da cabida a muchos otros que se van sumando y a los que va dirigido el obrar; y el uno más uno que da cero o menos es la dinámica de la destrucción, donde lo que hago busca dañar al otro, al mismo tiempo que me daña a mí… porque la violencia, la guerra, el maltrato, el odio, y la transformación de quien debe ser un otro en un simple número, estadística, o un simple objeto de comercialización, hace desaparecerlo, y si él desaparece yo desaparezco, porque tampoco valgo yo, porque no di valor al otro, semejante a mí. ¿Entiende mis ecuaciones?

domingo, 8 de marzo de 2009

Alicia en el país... (del mp3)

Tengo una voz crítica que me asoma en el pensamiento. Y es crítica para mí, para vos, para todos, capaz…

¿Cuántos objetos-realidades (¿realidades?) de dispersión hoy están en boga de ciertos sectores sociales que los ubican, a estos sectores, en una actitud (voluntaria o involuntaria) alienante de otros sectores o realidades (humanas, planetarias, vitales)?

¿Se entiende la pregunta?

Esta época parecería estar marcada por la comunicación: empezando por la gigantesca proliferación de libros en el mercado (porque ahora es un mercado), los medios radiofónicos, los televisivos (por aire, por cable, por satélite), la telefonía celular (con sus promociones de miles de mensajes para gastar en cinco días, no mal pensado por las oficinas de marketing), la música, las películas y la bienaventurada internet (que nos ofrece todo esto y más…).

Constantemente nos hallamos comunicados con cientos de personas, y les damos a conocer hasta nuestro estado de ánimo. Pero siento este cuestionamiento, que tal vez alguno se anime a responder: ¿por qué existe – especialmente en las grandes ciudades, templos de la comunicación – ese sentimiento abrumador a soledad?, o frente a tantos medios de comunicación ¿dónde quedó la comunicación personal, íntima?, ¿acaso a la vez que se ampliaron los medios para comunicarnos, lo que comunicamos se ha vuelto más superficial, más “de la piel”, menos comprometido al saber o intuir la amplitud que cobra el mensaje?

Otra realidad que marcan estos medios es el elitismo que, a mi entender, importan. Porque, atendiendo a la realidad social, y como hacía notar en la primera pregunta, hay importantes sectores sociales que no tienen acceso a esta red comunicacional, ni material ni comprensivamente. Son los desheredados de la post-modernidad, los “out” del mundo virtual y a los que sólo le queda la realidad, que muchas veces le resulta indiferente y sorda ante su voz.

Este mundo post-industrial, lleno de diversificación productiva, ha creado una gran cantidad de necesidades (que nos podríamos preguntar si lo son realmente) entre las cuales se halla la de comunicarse y tener acceso a los medios de comunicación. ¡Y la necesidad ya se creó!, entonces: ¿qué hacemos con ella? ¿acaso sólo respondemos y aceptamos sin más que hay miembros de la humanidad que pueden caratularse como los “comunicados” y otros como los “incomunicados” – y si no tengo noción de la existencia del otro, no es – o nos animamos a reaccionar?

¿Son las inmensas posibilidades de comunicación por los diferentes medios creados negativos? Por supuesto que no. ¿Y cual es la reacción que a nosotros, los “comunicados”, nos queda? Creo que la de hacer cada vez más accesible la comunicación para todos, pero más aún la de priorizar la comunicación primigenia, la personal, la de cara a cara, la que nos es palpable, y vivir más en la tierra donde el hombre es de carne y hueso que en aquella donde es una decodificación de ceros y unos.

Hoy la lectura del Evangelio nos habló de la transfiguración de Jesús, es decir, cuando mostró su Divinidad a sus discípulos. Pero “de pronto, al mirar a  su alrededor, ya no vieron a nadie; sólo Jesús estaba con ellos” (Mc. 9,8). Esto me resuena como “sólo el hombre estaba con ellos”. Toda esa luz, todo había desaparecido y sólo quedó ese Jesús de carne y hueso que nos invita a no quedarnos “arriba”, alejados, volados de la realidad, sino a bajar y a descubrirlo Señor de lo cotidiano, ubicando su presencia en el “nosotros”, comunicándose a través de lo perceptible, de lo palpable de todos los días, para amarlo allí, para abrazarlo allí, para querer quedarnos con Él allí.

sábado, 21 de febrero de 2009

La riqueza de ser pobres


Tal vez esta es expresión de mis pensamientos últimos de los meses cercanos. Y es que en estos arranques de realismo, ante las pérdidas o ante el simple constatar la propia falibilidad, el error propio y el ajeno, y la derrota, se aparece ante el horizonte la curva majestuosa del límite.

Caminaba cegado en la omnipotencia hasta que descubrí la muerte, y entonces abrí los ojos ante la vida pobre y su riqueza; pero aún no terminaba de entender  qué es ser pobre. Y para mi alegría me crucé con mucha gente, gente muy rica, con un montón de cosas para dar, con fabulosas capacidades, y viéndolos a ellos, compartiendo con ellos, reconocí mi pobreza.

¡Que hermosuras los dones de los que me rodean!

Y entre esa misma gente, en el mismo compartir, reconocí mi riqueza; que responde a la pobreza ajena y al propio don, de lo que tengo para dar, de lo que soy capaz.

Y siendo pobre me enriquezco en lo ajeno, y sólo me enriqueceré reconociendo mi pobreza; y la riqueza que porto sólo se hace tal cuando la comparto en la pobreza, y enriquezco al otro con lo propio.

¿Acaso esta no es la dinámica de la multiplicación? ¿Que lo pequeño se hace grande y hasta desbordante cuando se comparte? (Mt. 14,13-21)

Un hombre de Dios, cura amigo de los pobres, al hablar de la opción preferencial de la Iglesia (y yo diría del hombre en su humanidad) por los pobres, decía que muchos no podemos nunca identificarnos del todo con el pobre. Él, si mal no lo entiendo, hacía referencia a la pobreza material, al pobre que tal vez y sólo con quien lo asista tiene para comer en el día. Creo que muchos no podemos terminar de identificarnos con esta pobreza, porque la vida (Dios y su Providencia) nos ha sido mucho más beneficiosa; pero siento que es vital y humanamente necesario el reconocernos pobres, limitados, necesitados y hasta asistencialmente sostenidos por el “pan de cada día” que en los dones, las riquezas y potencialidades, nos fue otorgado. Y al sabernos pobres, tal vez, podamos reconocer la carencia ajena y la propia riqueza de los “cinco panes y dos pescados” que tenemos para dar y hacer menos pobre al que es más pobre que yo.

Quiero terminar con esto:

Mi riqueza es ser pobre y necesitado, donde lo que tengo y lo que puedo hacer se hace don, regalo de la vida; donde lo que me falta se hace esperanza, riqueza y valor del que está a mi lado; donde lo propio vale y lo ajeno aún más; donde me reconozco semejante y comprendo que el ser es en relación al otro, que soy para un otro, que tengo para dar y carezco para recibir.

jueves, 5 de febrero de 2009

Pies Descalzos

Creo que yo era el único que no los tenía así. Porque todos esos piecitos, de tamaño veinte, corrían tras la pelota medio desinflada.

Había llovido por la siesta. Pensábamos que podría ser que no haya mucho que hacer en esa tarde; pero la tarde llegó sin lluvia y con claridades. Caminando hacia la Capilla ya sabíamos que esa tarde íbamos a poder hacer algo que antes no habíamos podido: jugar al fútbol.

¡Estaba especial! La tierra de la cancha un poco humedecida por la lluvia, con algo de barro en el centro para hacerlo más entretenido aún; un viento que soplaba para descansarnos de tanto calor que había hecho días anteriores; las nubes protegiéndonos del sol agobiante; la pelota lista; los jugadores aprestados con el mejor botín, sus pies descalzos.

Y no había nada más que hacer, tan sólo jugar, divertirnos, hacerse niño una vez más y perder toda diferencia de edad, de historia, de creencia; todo se redujo a la alegría de vivir sin pensar nada más que en jugar, por una horita todo fue eso, un gran partido.

 

Esta experiencia que te estoy compartiendo fue una tarde de cinco días bellísimos que vivimos en la Semana Oratoriana, una experiencia que lleva ya once años donde jóvenes, de cuerpo y de espíritu, suman su vida para dar a otros chicos una tarde diferente, tratando de hacer brotar la felicidad, el gozo por la vida, la vida hecho juego, y el encuentro en ese juego, en ese compartir, en ese abrazo, con el Dios de la Vida, con Jesús Amigo, con Mamá María.

La ciudad de Fontana, en la provincia de Chaco, por cinco días es testimonio del milagro del amor de los jóvenes por los jóvenes, es botón de muestra de la experiencia más salesiana de todas, ese Oratorio festivo donde el sueño comenzó; Fontana por una semana es creer que es posible construir algo mejor si lo hacemos entre todos.

 

Y te vi llegar con tus manos sucias y tus pies descalzos para abrazarme, y te abracé y quise ensuciar mis manos y descalzarme para estar contigo, para entrar en tu corazón y tú entres en el mío.

 

Un gracias enorme a todos los chicos que hicieron realidad esta semana de amor, a todos esos piecitos descalzos de cada barrio, y a todos los que se descalzaron para estar junto a ellos.

miércoles, 14 de enero de 2009

Un hermoso monumento - Segunda parte

Hace unos meses atrás, exactamente el 21 de noviembre del año que pasó, viajábamos gran parte de los que conformamos la comunidad de la casa Ceferino Namuncurá a la ciudad de Luján, para realizar la presentación de nuestras cartas de petición (donde colocamos a qué sentimos que Dios nos llama continuar) en la Basílica, como en un gesto de entregar en María, a Jesús, la opción que realizamos, para que ella nos ayude a llevarla adelante.

Y a qué viene todo esto. Viene a que antes de la misa, y luego también, nos entretuvimos recorriendo la Basílica, viendo sus altares, rezando en sus capillas, admirándonos de su estructura externa e interna. Y verdaderamente es una construcción hermosa, aún cuando la siguen recomponiendo.

Y mientras iba caminando, entre escalera y altar afirmaba en mi mente: ¡Y pensar que una persona vale más y es mucho más hermosa que tan grande construcción!

Y esta es una convicción, propia y compartida, de que la vida de cada hombre y mujer vale más que todo el oro del mundo; y que todo, todo valor fuera de la persona se debe ordenar a ella, a su felicidad, a su crecimiento, a su libertad, a su ser cada vez más persona.

¡Que horror cuando no somos capaces de descubrir el valor inmenso del que está a mi lado!, ¡qué horror cuando instrumentalizamos a alguien!, ¡qué horror cuando el hacer y el tener están sobre el ser!

Y no me desligo de esta responsabilidad, porque cotidianamente estamos errando el camino, cerrando los ojos.

Es mi deber como hombre percibir este inmenso valor, en mí y en los otros, valorarlo, respetarlo, y atreverme a penetrarlo; porque somos ante todo misterio, misterio que nos llama a la búsqueda y a la admiración.

"¡Si destruyen este templo, yo lo volveré a construir en tres días!", afirma la Palabra de Jesús en los Evangelios. Y el Templo era su misma persona, él mismo que anticipaba su muerte trágica y su resurrección gloriosa.

En nuestra fe cristiana, nuestro cuerpo se asemeja a la idea de Templo, como lugar de la presencia de Dios. Así, nuestra persona es lugar de la presencia Divina, para respetar y exigir respeto, para valorar y exigir valoración, para dignificar y exigir dignificación. Es esa luz brillante que sale del centro y otorga luz a cada lugar.

Y las palabras de Jesús nos significan la dignidad trascendente de "este templo", que aunque lo destruyamos por nuestra maldad, será reconstruido, nuevamente dignificado, porque no está llamado a su destrucción, sino a la perpetuidad, como la presencia que lo habita y lo constituye.

Yo creo firmemente, y comparto esta fe, que la dignidad plena del hombre reside en Aquel que lo invistió de esta dignidad, y que se hace cargo de mantenerla, a pesar de nuestras constantes rebeliones contra ella. A su vez que nos hace partícipes de su dignificación, en mi propia persona y en la del otro del que soy también responsable, por ser nosotros portadores de esta Presencia que dignifica, y por ser capaces de dignificarnos y dignificar a otros.

Sacando en limpio, Dios devuelve la dignidad a quienes han sido privados de ella por nuestra propia maldad, por eso "Bienaventurados los pobres...", y llama a que nos hagamos cargo de la dignidad propia y más de la ajena, de la que seremos responsables, por eso "Venga a mí benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer...".

Somos hermosos monumentos, llenos de luz, llenos de misterio, invitados a ser valorados, dignificados, amados; y a dar valor, dignidad y amor.

No perdamos nunca este horizonte, y luchemos por él cada día.