domingo, 8 de abril de 2018

El don del Resucitado


Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.

Jesús viene a nuestro encuentro para transmitirnos la nueva vida que brota de su resurrección. Los discípulos, sin el don que viene de la fe del resucitado, se encuentran llenos de temor, encerrados, ocultos. Jesús resucitado irrumpe en medio de sus dudas y temores para darles, ante todo, el don de la paz. Así, poniéndose en medio de sus amigos, tres veces les repite: “¡La paz esté con ustedes!”. Jesús resucitado viene a comunicar la paz del corazón, la paz del sentido definitivo de la vida que vence a la muerte, la paz del perdón y la reconciliación. Jesús nos trae la paz con su presencia resucitada. Jesús quiere estar en medio nuestro, en medio de nuestras comunidades a veces también encerradas y temerosas, y traernos la paz. Sólo desde la paz que viene de Dios podemos ser enviados a testimoniar la fuerza de la resurrección.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”.
Otro don que Jesús nos comunica con su presencia resucitada es el de la fe. Sólo movidos por la fe somos capaces de testimoniar con nuestra vida al Señor resucitado. ¿Qué testimonio damos si no nos habita una real fe en la victoria de Jesús sobre nuestras muertes y sobre todo mal? ¿Qué testimonio damos si nuestra vida no es transfigurada por creer que en Jesús recibimos una nueva vida? A partir de esto, podemos entender que Tomás en definitiva no pide más que lo que los otros discípulos también han contemplado y tal vez no supieron testimoniar con suficiente convicción. Jesús reprocha la incredulidad de Tomás y proclama felices a los que creen sin necesidad de ver. La fe, a la vez que don, es fruto del testimonio que recibimos de los que se han encontrado con el Señor de la Vida. Nosotros también somos primero depositarios de la fe de otros para luego ser también testigos de la propia experiencia de encuentro con Jesús. Podemos preguntarnos con cuánta fe recibimos y también damos testimonio del Dios de la vida.
Reciban el Espíritu Santo

Finalmente, el mayor don que Jesús resucitado nos comunica es el Espíritu Santo, su presencia viva y actuante en medio nuestro. El Espíritu es la presencia de Dios que sana nuestras enfermedades, alivia nuestros pesares y perdona nuestros pecados. Es la presencia que nos anima en el bien, abre las puertas del corazón para salir al encuentro y nos alimenta la fe. Jesús resucitado nos hace parte de su mismo Espíritu para permanecer siempre unidos a él. Movidos por su Espíritu seremos capaces de testimoniar el amor de Dios allí donde estemos: en nuestra familia, en el barrio, en la escuela, en el trabajo. Movidos por su Espíritu, como comunidad seremos un vivo testimonio de la fuerza de la resurrección, teniendo como los primeros cristianos un solo corazón y una sola alma, poniendo en común nuestros bienes y capacidades, saliendo al encuentro de aquéllos que necesitan sentir en su cuerpo y en su corazón el amor misericordioso de Dios. Salgamos nosotros como comunidad de creyentes al encuentro de nuestros hermanos más golpeados, más entristecidos que, como Tomás, pueden estar necesitando encontrarse con un rostro y unos brazos que le transmitan paz, con un rostro y unos brazos que le acerquen el amor entrañable de Dios. 

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