miércoles, 11 de abril de 2018

Subir la montaña


Subir la montaña es una experiencia de Dios porque es un encuentro con la creación que nos habla de Dios, y con Dios que nos habla en la creación; nos encontramos como parte de la creación, pequeños ante tal inmensidad, y así vamos descubriendo también la inmensidad del amor de Dios por nosotros al poner la creación en nuestras manos. Nos encontramos con el amor inabarcable, inaprehensible de Dios hacia el hombre; es encontrarse con la propia pequeñez ante la grandeza del amor Divino.

Subir la montaña es una experiencia de fraternidad donde me hago hermano del que camina a mi lado, donde la victoria no es personal sino de todos, donde aprendo a esperar, a ayudar y a dejarme ayudar, a confiar, a soportar los cansancios propios y ajenos, a compartir la mochila, a guiar y a dejar que el otro guíe también; en fin, donde descubrimos cuánto necesitamos los unos de los otros para el camino y cuán difícil sería hacerlo sin el hermano a mi lado.

Finalmente, la montaña es la vida; es el camino que recorremos y que a veces se hace cuesta arriba, en que buscamos signos que nos muestren el camino correcto; es también descansar para retomar fuerzas y continuar caminando; es levantar la mirada para contemplar el camino recorrido y maravillarnos con sus regalos; es descubrir la meta que el camino nos invita; es descubrir caminos y animarse a recorrerlos; es el caminar con otros, a veces con distintas opciones, pero hacia la misma dirección; es descubrir que la meta está allí, en el mismo camino recorrido.

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