Subir
la montaña es una experiencia de Dios porque es un encuentro con la creación
que nos habla de Dios, y con Dios que nos habla en la creación; nos encontramos
como parte de la creación, pequeños ante tal inmensidad, y así vamos
descubriendo también la inmensidad del amor de Dios por nosotros al poner la
creación en nuestras manos. Nos encontramos con el amor inabarcable,
inaprehensible de Dios hacia el hombre; es encontrarse con la propia pequeñez
ante la grandeza del amor Divino.
Subir
la montaña es una experiencia de fraternidad donde me hago hermano del que
camina a mi lado, donde la victoria no es personal sino de todos, donde aprendo
a esperar, a ayudar y a dejarme ayudar, a confiar, a soportar los cansancios
propios y ajenos, a compartir la mochila, a guiar y a dejar que el otro guíe
también; en fin, donde descubrimos cuánto necesitamos los unos de los otros
para el camino y cuán difícil sería hacerlo sin el hermano a mi lado.
Finalmente,
la montaña es la vida; es el camino que recorremos y que a veces se hace cuesta
arriba, en que buscamos signos que nos muestren el camino correcto; es también
descansar para retomar fuerzas y continuar caminando; es levantar la mirada
para contemplar el camino recorrido y maravillarnos con sus regalos; es
descubrir la meta que el camino nos invita; es descubrir caminos y animarse a
recorrerlos; es el caminar con otros, a veces con distintas opciones, pero
hacia la misma dirección; es descubrir que la meta está allí, en el mismo
camino recorrido.
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