jueves, 14 de mayo de 2020

A mí, a mí!!!


En nuestra infancia con qué alegría vivíamos ser elegidos para un equipo antes de empezar un juego, y en especial cuando en ese equipo había amigos con los que nos sentíamos a gusto.


En nuestra vida adulta cuántas veces se repite esta alegría de ser elegidos… cuando somos contratados en un trabajo, cuando nos piden una tarea especial, por aquélla persona que amo y me corresponde con su amor, por el llamado y la presencia de los amigos con quiénes elegimos mutuamente estar, alegrarnos y sostenernos.


Jesús, como aquél amigo de la infancia, como generoso empleador, como apasionado amante, nos elige para jugar en su equipo, para trabajar por el Reino, para permanecer en la intimidad de su amor y en él fructificar.


¡Él nos elige! Gratuitamente, generosamente, amorosamente, sin ningún mérito de nuestra parte. ¡Y aquí reside nuestra más grande alegría! Porque jugar en su equipo, trabajar por su Reino, vivir en su amor es la plenitud de la vida.


Dice Jesús: No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”. (Jn 15, 16)

miércoles, 6 de mayo de 2020

Impregnar nuestros ambientes con aroma de santidad


Así como es cierto que el lugar donde vivimos nos educa, no menos verdadero es que cada uno de nosotros somos transformadores proactivos de esos mismos ambientes y de quiénes interactúan con nosotros. Así se dio con Domingo Savio en los dos cortos años que vivió en el Oratorio de Don Bosco. 

El Oratorio, su propuesta educativa llena de valores humanos y cristianos, fue para Dominguito fermento para que alcance madurez la semilla de santidad que ya estaba plantada en su corazón. Y Domingo, que ya traía consigo muchos valores y un gran deseo de bien y santidad, supo impregnar con un aroma especial a la vida del Oratorio, a sus educadores, a sus compañeros y al mismísimo Don Bosco: el aroma de la santidad juvenil.


Domingo vivió una santidad cotidiana, sin grandes proezas. Pero en esa cotidianeidad, él mismo generó un movimiento de anhelo de santidad en Valdocco. Su piedad profunda, su humildad, su amistad sincera, su dedicación a los quehaceres diarios, su espíritu proactivo para buscar el bien del prójimo y socorrer a los más necesitados, su creatividad para generar espacios de madurez cristiana como fue la “Compañía de la Inmaculada”, uno de los primerísimos grupos juveniles del Oratorio salesiano. ¡Cuánto verdaderamente debe el Oratorio de Don Bosco a Domingo Savio!


Hoy la espiritualidad de Domingo Savio nos desafía a ser cristianos en serio y no en serie, a cultivar la amistad con Jesús y con María, a hacer madurar en nosotros y en nuestros ambientes el bien, a vivir con dedicación y alegría nuestros quehaceres diarios, a tener una mirada solidaria con los más necesitados y ser para ellos signo del amor misericordioso de Dios. Nos desafía, en fin, a transformar nuestros ambientes para que en ellos se respire santidad.


Dice Domingo: “Me siento con el deseo y la necesidad de hacerme santo: yo no pensaba poder hacerme santo con tanta facilidad; pero ahora que he entendido que eso se puede efectuar también estando alegre, yo quiero absolutamente, y tengo absolutamente necesidad de hacerme santo”.

viernes, 1 de mayo de 2020

Silencioso trabajo cotidiano

El trabajo, esa condición del ser humano que nos hace eminentemente distintos de las bestias. A diferencia de un simple quehacer para sobrevivir, el trabajo es el quehacer creativo para la transformación de nuestro entorno vital en hábitat humano, y en cuanto humano poseedor de espíritu y de cultura.
El trabajo, acción que materializa el espíritu del hombre y hace patente su semejanza con Dios-creador, co-creando y re-creando su entorno vital, produciendo artefactos, generando arte en sus múltiples expresiones, llenando de belleza a lo que hemos llamado civilización.
El trabajo, eso tan humano y cotidiano que por eso mismo su ejercicio casi ni llama la atención, pero cuando se carece de él o se lo explota injustamente el hombre pierde algo de su mismo ser y la sociedad misma se vuelve menos humana. ¡Por eso el trabajo es dignidad para cada persona y para la misma sociedad!
El trabajo, ese obrar silencioso, muchas veces mal retribuido, escasamente recompensado, que anónimamente, ocultamente, pero maravillosamente transforma nuestras horas en obras y nuestras obras en manifestación del derroche de nuestro espíritu, que se hace vida, cultura, salud, alimento, hogar, bienestar, vínculo.
En este tiempo que tantos están parados, desocupados, incapaces de ejercer su oficio, en este tiempo más que nunca agradezcamos los que podemos trabajar, y trabajemos para que todos tengamos la dignidad de hacerlo y ser retribuidos con justicia.
Dice la Palabra: “Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gen 2, 15).