El trabajo, esa condición del ser humano que nos hace eminentemente distintos de las bestias. A diferencia de un simple quehacer para sobrevivir, el trabajo es el quehacer creativo para la transformación de nuestro entorno vital en hábitat humano, y en cuanto humano poseedor de espíritu y de cultura.
El trabajo, acción que materializa el espíritu del hombre y hace patente su semejanza con Dios-creador, co-creando y re-creando su entorno vital, produciendo artefactos, generando arte en sus múltiples expresiones, llenando de belleza a lo que hemos llamado civilización.
El trabajo, eso tan humano y cotidiano que por eso mismo su ejercicio casi ni llama la atención, pero cuando se carece de él o se lo explota injustamente el hombre pierde algo de su mismo ser y la sociedad misma se vuelve menos humana. ¡Por eso el trabajo es dignidad para cada persona y para la misma sociedad!
El trabajo, ese obrar silencioso, muchas veces mal retribuido, escasamente recompensado, que anónimamente, ocultamente, pero maravillosamente transforma nuestras horas en obras y nuestras obras en manifestación del derroche de nuestro espíritu, que se hace vida, cultura, salud, alimento, hogar, bienestar, vínculo.
En este tiempo que tantos están parados, desocupados, incapaces de ejercer su oficio, en este tiempo más que nunca agradezcamos los que podemos trabajar, y trabajemos para que todos tengamos la dignidad de hacerlo y ser retribuidos con justicia.
Dice la Palabra: “Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gen 2, 15).
No hay comentarios:
Publicar un comentario