En nuestra infancia con qué alegría vivíamos ser elegidos para un equipo antes de empezar un juego, y en especial cuando en ese equipo había amigos con los que nos sentíamos a gusto.
En nuestra vida adulta cuántas veces se repite esta alegría de ser elegidos… cuando somos contratados en un trabajo, cuando nos piden una tarea especial, por aquélla persona que amo y me corresponde con su amor, por el llamado y la presencia de los amigos con quiénes elegimos mutuamente estar, alegrarnos y sostenernos.
Jesús, como aquél amigo de la infancia, como generoso empleador, como apasionado amante, nos elige para jugar en su equipo, para trabajar por el Reino, para permanecer en la intimidad de su amor y en él fructificar.
¡Él nos elige! Gratuitamente, generosamente, amorosamente, sin ningún mérito de nuestra parte. ¡Y aquí reside nuestra más grande alegría! Porque jugar en su equipo, trabajar por su Reino, vivir en su amor es la plenitud de la vida.
Dice Jesús: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”. (Jn 15, 16)