domingo, 11 de noviembre de 2012

El camino discipular: ser barro consagrado en manos del Maestro (reflexiones desde los EE – Julio 2012)



Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo y, tras untarle saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
- ¿Ves algo?
- Veo a los hombres, pero los veo como árboles que andan.
Después, volvió a ponerle las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente (...) de suerte que distinguía de lejos todas las cosas. Después [Jesús] lo envió a su casa, diciéndole:
- Ni siquiera entres en el pueblo”.
(Mc. 8, 23-26)

En el camino de seguimiento de Cristo, parece existir un esquema inicial común en todo llamado a la consagración: la invitación (“sígueme”), la primera respuesta enérgica (“lo dejaron todo y le siguieron”), la estadía junto a él (“vieron cómo vivía”), la consagración y el envío misionero (“los llamó para que estuvieran con él y para anunciar el Reino”), la pedagogía del Maestro (“les enseñaba aparte”), la perplejidad ante las palabras y las exigencias (“ellos no entendían sus palabras”).
Esto último se presenta como el momento de crisis, donde las respuestas discipulares varían. Aquí el discípulo choca directamente con el núcleo del Proyecto del Maestro, y se encuentra en la disyuntiva de corresponder a ese proyecto o no poder hacerlo por primar el suyo propio.
Hay un doble punto necesario de correspondencia al que está invitado a responder el discípulo: en las palabras (enseñanza) y en las acciones (fidelidad a la Palabra). En Jesús, Verbo del Padre, la autoridad reconocida emerge de la equiparación/identificación de la Palabra y su Acción.
Las dos respuestas prototípicas al llegar a este punto crítico las vemos en Juan 6, 59-68, luego del discurso del Pan de Vida. La primera respuesta se presenta así: “muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: 'es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?' Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn. 6,60.66). La segunda respuesta, nacida como fruto de la profundización de la Palabra y la acción del Espíritu para responder a ella, se presenta así: “Jesús dijo entonces a los doce: '¿También ustedes quieren marcharse?' Le respondió Simón Pedro: 'Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios'” (Jn. 6, 67-69).
La superación de la crisis ante las palabras y exigencias del Maestro presentan aquí dos fundamentos: primero, la fidelidad/veracidad que posee en sí misma la Palabra y su constatación por el discípulo; y segundo, la fe sólida (“creemos y sabemos”) en Aquél que porta y es en sí mismo la Palabra, y por eso debe ser seguido.
Finalmente, cuando el discípulo está en la situación límite del cumplimiento de la Voluntad del Padre llevada al extremo de la entrega de la propia vida, se producen otros tantos abanicos de respuestas: la dispersión, la negación, la auto-destrucción, la fidelidad en el seguimiento hasta el pie de la cruz.
Todos los evangelistas manifiestan la profunda soledad de la entrega de Jesús en el Calvario. Leyéndolo a la luz del discipulado, puede entenderse lo duro y exigente del camino discipular. Pero, para ayuda de nuestra debilidad, podemos afirmar que la fidelidad hasta el extremo en Cristo tienen su asidero en el amor al Padre y en la asistencia del Espíritu Santo. Así también, nuestra respuesta discipular está llamada a sujetarse de tal amor, fidelidad y asistencia divina, en medio de nuestros límites y de las adversidades que nos pueden llegar a rodear.
¿Y qué relación existe entre todo este camino discipular y el relato de la curación del ciego puesto en el inicio de esta reflexión? En que este ciego es imagen del discípulo. Para quien sigue al Maestro, el “ver claramente” no es inmediato, sino fruto paciente de la obra casi artesana de Jesús. En nuestro camino de seguimiento, también nosotros podemos descubrir cómo Él realiza una labor paciente de con-formarnos a sus Palabras y a sus obras; cómo puede ser que aún no veamos claramente, pero también cómo buscamos estar con Él, cómo escuchamos sus Palabras, cómo admiramos sus obras, cómo nos vamos haciendo dóciles a la misión encomendada, cómo buscamos aprender más de Él.
No puedo considerarme hoy más que ese ciego sobre el cual Jesús impuso sus manos; no me considero más que “barro consagrado”. Mi fidelidad en su seguimiento significa reconocer sus palabras como “Palabra de Vida”, significa creer en él y saber que “es el Santo de Dios”, significa caminar las propias huellas del Maestro para corresponder lo más posible a él teniendo “los mismos sentimientos de Cristo”, significa entrar en su intimidad para unir al propio querer la Voluntad del Padre.
Sólo así reconoceré cuán suave es el yugo y cuán liviana la carga de Aquél que desde mi pobreza me invita a seguirlo, a testimoniarlo y a vivir el amor hasta las últimas consecuencias.
En el día de mi cumpleaños veintisiete te digo una vez más... Aquí estoy Señor... ¿A quién iré? Si tú sólo tienes palabras de vida eterna... ¡Gracias por tu amor!

No hay comentarios:

Publicar un comentario