domingo, 4 de noviembre de 2012

La no-utopía del Reino (II)

Foto de la convivencia con alumnos del San José de Rosario
en el Cerro Champaquí - Córdoba - 2012 -

La Ley y los profetas llegan hasta Juan; a partir de ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios, y todos emplean la violencia frente a él” (Lc. 16, 16)

Normalmente, cuando queremos alcanzar algo que consideramos que será bueno para nosotros, y no lo poseemos, nos esforzamos por ello. Diariamente realizamos distintas violencias, entendidas éstas como exigencias dirigidas hacia nosotros mismos, para obtener logros: un trabajo bien hecho, un examen aprobado, una rica comida, un trato adecuado, etc. Así, en nuestras costumbres, en lo cotidiano, cada hábito que nos va constituyendo, en la medida que procuramos el bien o la belleza en ello, no vino caído del cielo, sino que muchas veces implicó e implica un constante trabajo y disciplina para adquirirlo y para mantenerlo una vez logrado.

De igual forma, el descubrir y hacer presente el Reino de Dios no brota sin violencia, es decir, sin un esfuerzo personal manifestado en una actitud constante de reconocerlo y de hacerlo. El Reino de Dios sería, de esta forma, una participación que Dios nos hace de sí. Él nos hace partícipes de su Reino gratuitamente, pero quiere que ese Reino sea verdaderamente nuestro, es decir, sea también fruto de nuestra adhesión personal a él en nuestro corazón y en nuestro obrar. De ahí el llamado de Jesús de estar atentos, de no dormirnos, de hacer fructificar nuestros talentos, de mantener las lámparas encendidas, de administrar fielmente lo encomendado, entre otras imágenes y expresiones.

Una imagen muy utilizada por Jesús para referirse al Reino de Dios es el de la mesa; en particular en referencia al Reino futuro o escatológico. Ante la pregunta “¿son pocos los que se salvan?” (Lc. 13, 23), Jesús no responde o no, porque hay creo una visión de este esfuerzo personal que Dios tiene particularmente en cuenta. En efecto, Jesús responde: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos pretenderán entrar y no podrán” (Lc. 13, 24). El acceso al Reino llama al esfuerzo, a la decisión, a una opción de vida eminentemente personal, y no creer que es (porque nunca lo fue) una herencia de casta, un dinero guardado bajo la tierra. No, el Reino debe ponerse en juego; sólo así será digno de recompensa. Es por eso que “vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios” (Lc. 13, 29); porque donde haya un hombre, ahí el Reino puede brotar en el juego del amor.

Finalmente, este Reino que nos llama a esforzarnos, parece muchas veces hacerse esperar. Y la paciencia en la esperanza es, a la vez que don y virtud, una causa de ascesis diaria. Jesús era testigo diario de las injusticias, de los dolores, de las impotencias de las personas de su pueblo. Día a día procuró remediar el mal que lo rodeaba, pero a sabiendas que ese mal, terrenamente, no podría ser eternamente arrancado. De allí que este Reino es ya, pero todavía no. Este Reino está en la semilla, pero se plenifica en el árbol; es la levadura, pero llama a que la masa fermente; es el tesoro ya escondido, pero llama a ser encontrado; es el talento otorgado, pero es más los talentos ganados; y es el campo sembrado, pero es más cuando es cosechado. Más ahora vivimos el tiempo de la esperanza, pues la Buena Nueva del Reino ya ha sido anunciada, nos impele a ser vivida, y nos sostiene en la espera del porvenir de los Cielos nuevos y Tierra nueva.1

Cielos nuevos y Tierra nueva que, más allá de toda utopía, son para nosotros fruto de la fe en la Resurrección; son para nosotros la convicción de sabernos hijos de un Padre que nos ama, que es el origen de nuestra vida y el fin último hacia el cuál ella tiende y encuentra su descanso.

Recordando a todos los Santos y a nuestros hermanos difuntos, confirmemos nuestra fe en Aquél que hace nueva todas las cosas.

1San Pablo expresa bellamente a esta idea: “Soy consciente de que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Incluso la creación espera ansiosa y desea vivamente el momento en que se revele nuestra condición de hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por voluntad de aquel que la sometió; pero latía en ella la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm. 8, 18-21)

1 comentario:

  1. "este Reino que nos llama a esforzarnos, parece muchas veces hacerse esperar. Y la paciencia en la esperanza es, a la vez que don y virtud, una causa de ascesis diaria." ... Paciencia en la esperanza!!! =)

    ResponderEliminar