Foto de la convivencia con alumnos del San José de Rosario en el Cerro Champaquí - Córdoba - 2012 - |
“La Ley y los
profetas llegan hasta Juan; a partir de ahí comienza a anunciarse la
Buena Nueva del Reino de Dios, y todos emplean la violencia frente a
él” (Lc. 16, 16)
Normalmente,
cuando queremos alcanzar algo que consideramos que será bueno para
nosotros, y no lo poseemos, nos esforzamos por ello. Diariamente
realizamos distintas violencias, entendidas éstas como exigencias
dirigidas hacia nosotros mismos, para obtener logros: un trabajo bien
hecho, un examen aprobado, una rica comida, un trato adecuado, etc.
Así, en nuestras costumbres, en lo cotidiano, cada hábito que nos
va constituyendo, en la medida que procuramos el bien o la belleza en
ello, no vino caído del cielo,
sino que muchas veces implicó e implica un constante trabajo y
disciplina para adquirirlo y para
mantenerlo una vez logrado.
De
igual forma, el descubrir y
hacer presente el Reino de
Dios no brota sin violencia, es decir, sin un esfuerzo personal
manifestado en una actitud constante de reconocerlo
y de hacerlo. El Reino
de Dios sería, de esta forma, una participación que Dios nos hace
de sí. Él nos hace partícipes de su Reino gratuitamente, pero
quiere que ese Reino sea verdaderamente nuestro,
es decir, sea también fruto de nuestra adhesión personal a él en
nuestro corazón y en nuestro obrar. De ahí el llamado de Jesús de
estar atentos, de no dormirnos, de hacer fructificar nuestros
talentos, de mantener las lámparas encendidas, de administrar
fielmente lo encomendado, entre otras imágenes y expresiones.
Una
imagen muy utilizada por Jesús para referirse al Reino de Dios es el
de la mesa; en particular en referencia al Reino futuro
o escatológico. Ante
la pregunta “¿son pocos los que se salvan?”
(Lc. 13, 23), Jesús no responde sí o
no, porque hay creo
una visión
de este esfuerzo personal que Dios tiene particularmente en cuenta.
En efecto, Jesús responde: “Esfuércense por entrar por
la puerta estrecha, porque les digo que muchos pretenderán entrar y
no podrán” (Lc. 13, 24). El
acceso al Reino llama al esfuerzo, a la decisión, a una opción de
vida eminentemente personal, y no
creer que es (porque nunca lo
fue) una herencia de casta,
un dinero guardado bajo la
tierra. No, el Reino debe ponerse en juego;
sólo así será digno de recompensa. Es por eso que “vendrán
de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa
en el Reino de Dios” (Lc. 13,
29); porque donde haya un hombre, ahí el Reino puede brotar en el
juego del amor.
Finalmente,
este Reino que nos llama a esforzarnos, parece muchas veces hacerse
esperar. Y la paciencia en la esperanza es, a la vez que don y
virtud, una causa de ascesis diaria. Jesús era testigo diario de las
injusticias, de los dolores, de las impotencias de las personas de su
pueblo. Día a día procuró remediar el mal que lo rodeaba, pero a
sabiendas que ese mal, terrenamente, no podría ser eternamente
arrancado. De allí que este Reino es ya, pero
todavía no. Este
Reino está en la semilla, pero se plenifica en el árbol; es la
levadura, pero llama a que la masa fermente; es el tesoro ya
escondido, pero llama a ser encontrado; es
el talento otorgado, pero es más los talentos ganados; y
es el campo sembrado, pero es más cuando es cosechado. Más ahora
vivimos el tiempo de la esperanza,
pues la Buena Nueva del Reino ya ha sido anunciada, nos impele a ser
vivida, y nos sostiene en la espera del porvenir de los Cielos nuevos
y Tierra nueva.1
Cielos
nuevos y Tierra nueva que, más allá de toda utopía, son para
nosotros fruto de la fe en la Resurrección; son para nosotros la
convicción de sabernos hijos de un Padre que nos ama,
que es el origen de nuestra vida y el fin último hacia el cuál ella
tiende y encuentra su descanso.
Recordando
a todos los Santos y a nuestros hermanos difuntos, confirmemos
nuestra fe en Aquél que hace nueva todas las cosas.
1San
Pablo expresa bellamente a esta idea: “Soy consciente de que
los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la
gloria que se ha de manifestar en nosotros. Incluso la creación
espera ansiosa y desea vivamente el momento en que se revele nuestra
condición de hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a
la caducidad, no espontáneamente, sino por voluntad de aquel que la
sometió; pero latía en ella la esperanza de verse liberada de la
esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad
de los hijos de Dios” (Rm. 8, 18-21)
"este Reino que nos llama a esforzarnos, parece muchas veces hacerse esperar. Y la paciencia en la esperanza es, a la vez que don y virtud, una causa de ascesis diaria." ... Paciencia en la esperanza!!! =)
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