miércoles, 26 de diciembre de 2012

Luz en las tinieblas


Tal vez uno de los miedos más primitivos de los hombres es el de la oscuridad. Muchos, al preguntarles a qué temían siendo niños, lo afirman. Muchos, siendo grandes, aún persisten en este temor. Pero, ¿qué hay en la oscuridad que hace que temblemos ante ella? Ciertamente, no es la mera ausencia de luz, sino más bien la situación de incertidumbre que crea. Es decir, el miedo de no saber a qué atenernos, de no reconocer el entorno y lo que hay en él.

También en la naturaleza las tinieblas son, normalmente, espacios de no-vida. Donde no llega la luz no penetra junto a él su calor. Ambos, luz y calor, son generadores de vida para plantas y animales. De allí que la oscuridad nos remita al frío y a la muerte.

Por eso en nuestros simbolismos, en nuestro inconsciente colectivo, remitimos constantemente a la luz como aquélla que nos ahuyenta el temor, nos quita de la situación de incertidumbre, nos muestra el camino, nos hace reconocer lo que tenemos a nuestro derredor, nos hace reconocernos entre unos y otros, y por encima de todo nos trae calor y vida.

El nacimiento de Jesús debe ser para nosotros, cristianos, la memoria viva de esta luz más brillante que toda otra, que ha venido al mundo para disipar las tinieblas del pecado y de la muerte. En efecto, esta venida de Dios en la carne es presentada como luz que vence toda oscuridad. La Palabra de Dios nos lo dice en diversos pasajes:

El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz. Porque un niño nos ha nacido.” (Is. 9, 1.5)

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (Lc. 1,78-79)

La luz brilló en las tinieblas” (Jn. 1, 5)

La venida de Dios en nuestra carne, su abajamiento a la condición humana, debe significar para nosotros la mayor alegría y causa de nuestra esperanza. Porque Dios en Jesús ha asumido todo lo nuestro, glorificando nuestra naturaleza, asumiendo nuestras fragilidades y perdonando nuestras faltas. Dios vino a nosotros, y viene una vez más para sacarnos de las tinieblas del error, para extinguir nuestras incertidumbres, para iluminarnos el camino, para hacer que nos reconozcamos unos con otros, y por encima de todo para llenarnos del calor del amor y de la vida.

Clara luz que iluminas nuestro sendero,
no se apague tu claridad,
pues si se apaga sólo oscuridad
me cubrirá en mis pasos inciertos.

Ahuyéntase el frío de la noche,
aléjese la muerte y el temor,
pues un niño al mundo llegó:
que amor, paz y vida nos trae.

Brillaste luz en las tinieblas,
claridad del alba no reconocida,
pues nuestros pecados nos obnubilan,
queme tu amor nuestras cegueras.

Jesucristo, sol, luz eterna
brilla en nosotros
nace en nuestras tinieblas.

¡Feliz navidad!

martes, 11 de diciembre de 2012

Educar en la verdad... educar en el amor


Córdoba, Viernes 07 de Diciembre de 2012

Queridos egresados,

Hoy estamos conmemorando el cierre de una etapa de nuestra vida; cierre que implica nuevas aperturas; cierre que nos dispone a nuevos caminos por emprender, por soñar, por crear, por transformar, por encontrar.

Más también este fin implica el haber adquirido las herramientas que nos han de sustentar en aquellos nuevos rumbos que Dios ha dispuesto para cada cual: las herramientas de la ciencia y de la pedagogía. Juntas nos permitirán llevar adelante la entrega de cuanto somos a cada joven hacia los cuales estamos llamados a educar.

No disociemos en ningún momento a nuestros saberes de nuestro ser ni de nuestro quehacer. En nosotros, educadores, debe gestarse la síntesis de estos aspectos para que así podamos ser adecuados compañeros de camino de quienes transitan sus primeros pasos en la afanosa tarea de vivir y comprender.

Creo que las palabras que mejor expresan nuestro ser educador son: Amor y Verdad. Una y otra se entrelazan tan fuertemente que podemos decir sin temor a error: el amor no se equivoca; quien sabe amar posee en él la verdad. De seguro esta verdad no será cuantificable, no la podremos demostrar deductivamente y siempre se nos terminará escapando de las manos; pero en nosotros, en nuestro ser y en nuestro quehacer, la verdad del amor deberá manifestarse y hacerse cada vez más clara.

Nos dice Antoine de Saint-Exupéry en el Principito: “sólo se ve bien con el corazón”. Efectivamente, sin el corazón, sin el amor vivido y mostrado, todo conocimiento poseído o mediado hacia nuestros alumnos será siempre media verdad. Pero toda ella se volverá resplandeciente si los jóvenes a quienes nos abocaremos dan cuenta de nuestra pasión, de nuestro celo, y de nuestro empecinado esfuerzo por asumirla en nosotros y darla a conocer.

Erich Fromm, hablando sobre la tarea de los intelectuales, expresaba las siguientes palabras: “(...) Creo que los intelectuales tienen, en primer lugar, y en segundo, y en tercero, una tarea, y ésta consiste en buscar la verdad, en la medida de sus fuerzas, y decirla. (…) El intelectual tiene una función que es específica de él, y es la de una prosecución implacable de la verdad sin consideración de sus propios intereses ni de los intereses de los demás. (…) El progreso político depende de cuánto sepamos de la verdad, de con cuánta claridad y agudeza la digamos y de la medida en que logremos impresionar con ella a los hombres1.

Resalto hoy estas palabras porque en ellas podemos ver que nuestro conocimiento adquirido y por adquirir no es vano, que en él podemos encontrar un factor de cambio para el mayor bien de nuestra sociedad, pero que a su vez nos demandará continuamente la coherencia de nuestra vida en el decir y en el hacer; en fin, nos demandará amar la verdad de tal forma que la encarnemos en cada palabra dicha y acción realizada. Este amor a la verdad, y no otra cosa, nos impelerá a buscarla, a compartirla y, en cuanto compartida, hacerla fuente de progreso.

Para ir concluyendo, quiero ahora citar algunas palabras de Paulo Freire que las destinaba a quienes tienen la tarea de enseñar. Él nos dice: “[La tarea del docente] es una tarea que requiere, de quien se compromete con ella, un gusto especial de querer bien, no sólo a los otros sino al propio proceso que ella implica. Es imposible enseñar sin ese coraje de querer bien, sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir. Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar2.

Deseo para mí y para todos nosotros de que hagamos de la educación una expresión de nuestro amor, porque “educar es cosa del corazón”, y nuestro corazón clama por encontrar su descanso en la Verdad, que no es otra que el Amor.


Muchas gracias.
Osvaldo Leonel Cánepa

1FROMM, Erich. El amor a la vida. Barcelona: Altaya, 1993. Páginas 186-187.
2FREIRE, Paulo. Cartas a quien pretende enseñar. Siglo XXI Editores. Argentina. 2004. Página 8.

martes, 4 de diciembre de 2012

Único en el mundo



Los hombres de tu tierra —dijo el principito— cultivan cinco mil rosas en un jardín y no encuentran lo que buscan.
No lo encuentran nunca —le respondí.
Y sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
Sin duda, respondí. Y el principito añadió:
Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón.

¿Cuándo alguien deja de ser uno más para ser otro? ¿Quién es verdaderamente un otro para mí? ¿Qué es la alteridad?

Hace unas semanas miraba las calles de la ciudad de Córdoba desde la ventana del profesorado, y recordaba el encuentro del principito con el rosal. ¡Tantas rosas semejantes a la suya! ¿Qué pasó por su corazón?, ¿acaso su rosa no era única en el mundo? Él se termina diciendo: “'Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe' Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.”

¡Cuántas rosas semejantes a la mía! Aquélla que creía única termina siendo semejante a mil más, y su unicidad es tan genérica como son las hojas de los árboles. ¡Cuántas personas van y vienen con sus historias y sus pasos acelerados! ¿Quiénes son? ¿Son realmente otros para mí?

Pero la historia no acaba acá... el principito se encuentra con el zorro y descubre que si lo domestica será único en el mundo. El zorro lo expresa así: “Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...”.

Domesticar, dijo el Zorro, es “crear vínculos”. Cuando soy capaz de romper mis barreras del yo y salgo al encuentro del otro, allí ese otro va cobrando verdadero significado para . Los otros no son realmente otros sino hasta que rompo el ensimismamiento y puedo llegar a decir aunque sea “¡Buenos días!”.

El otro día me pasó algo digno de contar al respecto. Resulta que fui a comprar unas velas de cumpleaños y la dueña del local, como es muy poco frecuente en una ciudad tan grande como Córdoba, no sólo me atendió cortésmente sino que dio un paso más. Alguno podrá pensar, “¡qué inoportuna!”, pero es de resaltar cuánto la simple actitud de dar un paso más nos cuesta tanto (para darla y para recibirla de quién lo da). En efecto, ella me dijo: “¿Vos no sos de acá, no?” A lo cual yo le respondí que era formoseño. Luego hablamos un poco sobre Formosa y sobre las tonadas características. Finalmente, me retiré con mis velas y ella siguió atendiendo.

¡Y esos son los vínculos! Es mirar al otro y sacarlo de la generalidad de un rosal, para hacerlo único en el mundo. Es tender hacia quien viene a mí como don y reconocerlo en su único don. Y es realmente un acto de creación, pues antes de la pregunta, antes del gesto de cercanía, antes del abrazo, antes no había nada. El otro es otro cuando él o yo rompemos la propia barrera para de la nada gestar el don.

Con el zorro y sus enseñanzas, el principito reconoce el valor de su rosa. Cuando va a despedirse de su amigo el zorro, éste le invita a volver al rosal. Al regresar allí, el principito les expresa en un grito liberador a todas las rosas: “No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.” Y luego continúa: “Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Porque es mi rosa”. La otra vez mi hermana Leonella me decía que la preposición “porque” en francés puede expresarse de dos maneras distintas, que significan uno obviedad y otro justificación. El “porque” del principito es un “porque” de obviedad. ¡No hay nada que discutir! ¡Ella es importante porque es mi Rosa! ¡No hacen falta otros argumentos! El vínculo gestado, el vínculo regado y cultivado rescata del anonimato y de la generalidad a quien puede pasar como uno más para crearlo otro, y en cuanto otro hacerlo valioso y amigo.

Para mí, lo maravilloso de este relato es que todos estamos llamados a encontrar nuestra rosa, nuestro zorro, nuestro principito. ¡Todos! Sé que hay tantos hombres y mujeres que día a día se levantan de sus camas, desayunan, trabajan, estudian, caminan y caminan, se suben a los transportes públicos, a los autos, a las motos, van de compras, toman cafés, bailan, rezan, saludan, ríen y lloran. Parece que todos ellos son semejantes, y en cierto aspecto lo son... pero en mí y en cada cual se encuentra este precioso tesoro de ser capaz de domesticar, de crear vínculos a partir de los cuales haga del otro (o el otro haga de mí) esa rosa, ese zorro, ese principito, al cual “yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

Al finalizar esta etapa de mi vida, de cara a un nuevo comienzo, quiero agradecer a todos los que fueron esa rosa, ese zorro, ese principito, que hicieron posible que descubra el inmenso don del amor y de la amistad. Sepan que siempre estaremos cerca, y que nunca serán confundidos como si fueran nada en el medio de tantos hombres. Cada uno, cada una, es para mí, y lo será siempre, mi amigo, mi amiga, único en el mundo.

Porque los he regado, porque los supe y me supieron abrigar, porque me cuidaron y me dejaron que les cuide, y es a ustedes a los que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque son.. porque sos...