—Los hombres de tu tierra —dijo el
principito— cultivan cinco mil rosas en un jardín y no
encuentran lo que buscan.
—No lo encuentran nunca —le respondí.
—Y sin embargo, lo que buscan podrían
encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
—Sin duda, respondí. Y el principito
añadió:
—Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar
con el corazón.
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¿Cuándo alguien deja de ser uno más
para ser otro? ¿Quién
es verdaderamente un otro
para mí? ¿Qué es la alteridad?
Hace unas semanas
miraba las calles de la ciudad de Córdoba desde la ventana del
profesorado, y recordaba el encuentro del principito
con el rosal. ¡Tantas rosas semejantes a la suya! ¿Qué pasó por
su corazón?, ¿acaso su rosa
no era única en el mundo?
Él se termina diciendo: “'Me creía rico con una flor
única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis
tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales
acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran
príncipe' Y echándose
sobre la hierba, el principito lloró.”
¡Cuántas rosas
semejantes a la mía! Aquélla que creía única termina
siendo semejante a mil más, y su unicidad es tan genérica como son
las hojas de los árboles. ¡Cuántas personas van y vienen con sus
historias y sus pasos acelerados! ¿Quiénes son? ¿Son realmente
otros para mí?
Pero la historia no
acaba acá... el principito se encuentra con el zorro y descubre que
si lo domestica será único en el mundo. El zorro lo
expresa así: “Tú no eres para mí todavía más que un
muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para
nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que
un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me
domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás
para mí único en el mundo, yo seré para ti único en
el mundo...”.
Domesticar, dijo el
Zorro, es “crear vínculos”. Cuando soy capaz de romper
mis barreras del yo y salgo al encuentro del otro, allí
ese otro va cobrando verdadero significado para mí. Los otros
no son realmente otros sino hasta que rompo el ensimismamiento
y puedo llegar a decir aunque sea “¡Buenos días!”.
El otro día me pasó
algo digno de contar al respecto. Resulta que fui a comprar unas
velas de cumpleaños y la dueña del local, como es muy poco
frecuente en una ciudad tan grande como Córdoba, no sólo me atendió
cortésmente sino que dio un paso más. Alguno podrá pensar, “¡qué
inoportuna!”, pero es de resaltar cuánto la simple actitud de dar
un paso más nos cuesta tanto (para darla y para recibirla de quién
lo da). En efecto, ella me dijo: “¿Vos no sos de acá, no?” A lo
cual yo le respondí que era formoseño. Luego hablamos un poco sobre
Formosa y sobre las tonadas características. Finalmente, me retiré
con mis velas y ella siguió atendiendo.
¡Y esos son los
vínculos! Es mirar al otro y sacarlo de la generalidad de un rosal,
para hacerlo único en el mundo. Es tender hacia quien viene a
mí como don y reconocerlo en su único don. Y es
realmente un acto de creación, pues antes de la pregunta,
antes del gesto de cercanía, antes del abrazo, antes no había nada.
El otro es otro cuando él o yo rompemos la propia barrera
para de la nada gestar el don.
Con el zorro y sus
enseñanzas, el principito reconoce el valor de su rosa. Cuando va a
despedirse de su amigo el zorro, éste le invita a volver al rosal.
Al regresar allí, el principito les expresa en un grito liberador a
todas las rosas: “No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa.
Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como
el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil
zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.”
Y luego continúa: “Son muy bellas, pero están vacías y nadie
daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer
indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero
ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado,
porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le
maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es
a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta
callarse. Porque es mi rosa, en fin.”
“Porque es mi
rosa”. La otra vez mi hermana Leonella me decía que la
preposición “porque” en francés puede expresarse de dos maneras
distintas, que significan uno obviedad y otro
justificación. El “porque” del principito es un “porque”
de obviedad. ¡No hay nada que discutir! ¡Ella es importante porque
es mi Rosa! ¡No hacen falta otros argumentos! El vínculo gestado,
el vínculo regado y cultivado rescata del anonimato y de la
generalidad a quien puede pasar como uno más para crearlo
otro, y en cuanto otro hacerlo valioso y amigo.
Para mí, lo
maravilloso de este relato es que todos estamos llamados a encontrar
nuestra rosa, nuestro zorro, nuestro principito. ¡Todos! Sé que hay
tantos hombres y mujeres que día a día se levantan de sus camas,
desayunan, trabajan, estudian, caminan y caminan, se suben a los
transportes públicos, a los autos, a las motos, van de compras,
toman cafés, bailan, rezan, saludan, ríen y lloran. Parece que
todos ellos son semejantes, y en cierto aspecto lo son... pero en mí
y en cada cual se encuentra este precioso tesoro de ser capaz de
domesticar, de crear vínculos a partir de los cuales haga del
otro (o el otro haga de mí) esa rosa, ese zorro, ese
principito, al cual “yo le hice mi amigo y ahora es único en el
mundo”.
Al finalizar esta etapa
de mi vida, de cara a un nuevo comienzo, quiero agradecer a todos los
que fueron esa rosa, ese zorro, ese principito, que hicieron posible
que descubra el inmenso don del amor y de la amistad. Sepan que
siempre estaremos cerca, y que nunca serán confundidos como si
fueran nada en el medio de tantos hombres. Cada uno, cada una,
es para mí, y lo será siempre, mi amigo, mi amiga, único en el
mundo.
Porque los he regado, porque los supe y me
supieron abrigar, porque me cuidaron y me dejaron que les cuide, y es
a ustedes a los que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces
hasta callarse. Porque son.. porque sos...