Córdoba,
Viernes 07 de Diciembre de 2012
Queridos
egresados,
Hoy
estamos conmemorando el cierre de una etapa de nuestra vida; cierre
que implica nuevas aperturas; cierre que nos dispone a nuevos caminos
por emprender, por soñar, por crear, por transformar, por encontrar.
Más
también este fin implica el haber adquirido las herramientas que nos
han de sustentar en aquellos nuevos rumbos que Dios ha dispuesto para
cada cual: las herramientas de la ciencia y de la pedagogía. Juntas
nos permitirán llevar adelante la entrega de cuanto somos a cada
joven hacia los cuales estamos llamados a educar.
No
disociemos en ningún momento a nuestros saberes de nuestro ser ni de
nuestro quehacer. En nosotros, educadores, debe gestarse la síntesis
de estos aspectos para que así podamos ser adecuados compañeros de
camino de quienes transitan sus primeros pasos en la afanosa tarea de
vivir y comprender.
Creo
que las palabras que mejor expresan nuestro ser educador son: Amor y
Verdad. Una y otra se entrelazan tan fuertemente que podemos decir
sin temor a error: el amor no se equivoca; quien sabe amar posee en
él la verdad. De seguro esta verdad no será cuantificable, no la
podremos demostrar deductivamente y siempre se nos terminará
escapando de las manos; pero en nosotros, en nuestro ser y en nuestro
quehacer, la verdad del amor deberá manifestarse y hacerse cada vez
más clara.
Nos
dice Antoine de Saint-Exupéry en el Principito: “sólo se ve
bien con el corazón”. Efectivamente, sin el corazón, sin el
amor vivido y mostrado, todo conocimiento poseído o mediado hacia
nuestros alumnos será siempre media verdad. Pero toda ella se
volverá resplandeciente si los jóvenes a quienes nos abocaremos dan
cuenta de nuestra pasión, de nuestro celo, y de nuestro empecinado
esfuerzo por asumirla en nosotros y darla a conocer.
Erich
Fromm, hablando sobre la tarea de los intelectuales, expresaba las
siguientes palabras: “(...) Creo que los intelectuales tienen,
en primer lugar, y en segundo, y en tercero, una tarea, y ésta
consiste en buscar la verdad, en la medida de sus fuerzas, y decirla.
(…) El intelectual tiene una función que es específica de él, y
es la de una prosecución implacable de la verdad sin consideración
de sus propios intereses ni de los intereses de los demás. (…) El
progreso político depende de cuánto sepamos de la verdad, de con
cuánta claridad y agudeza la digamos y de la medida en que logremos
impresionar con ella a los hombres”1.
Resalto
hoy estas palabras porque en ellas podemos ver que nuestro
conocimiento adquirido y por adquirir no es vano, que en él podemos
encontrar un factor de cambio para el mayor bien de nuestra sociedad,
pero que a su vez nos demandará continuamente la coherencia de
nuestra vida en el decir y en el hacer; en fin, nos demandará amar
la verdad de tal forma que la encarnemos en cada palabra dicha y
acción realizada. Este amor a la verdad, y no otra cosa, nos
impelerá a buscarla, a compartirla y, en cuanto compartida, hacerla
fuente de progreso.
Para
ir concluyendo, quiero ahora citar algunas palabras de Paulo Freire
que las destinaba a quienes tienen la tarea de enseñar. Él nos
dice: “[La tarea del docente] es una tarea que requiere, de
quien se compromete con ella, un gusto especial de querer bien, no
sólo a los otros sino al propio proceso que ella implica. Es
imposible enseñar sin ese coraje de querer bien, sin la valentía de
los que insisten mil veces antes de desistir. Es imposible enseñar
sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar”2.
Deseo
para mí y para todos nosotros de que hagamos de la educación una
expresión de nuestro amor, porque “educar es cosa del corazón”,
y nuestro corazón clama por encontrar su descanso en la Verdad, que
no es otra que el Amor.
Muchas gracias.
Osvaldo Leonel Cánepa
1FROMM,
Erich. El amor a la vida.
Barcelona: Altaya, 1993. Páginas 186-187.
2FREIRE,
Paulo. Cartas a quien pretende enseñar.
Siglo XXI Editores. Argentina. 2004. Página 8.
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