martes, 11 de diciembre de 2012

Educar en la verdad... educar en el amor


Córdoba, Viernes 07 de Diciembre de 2012

Queridos egresados,

Hoy estamos conmemorando el cierre de una etapa de nuestra vida; cierre que implica nuevas aperturas; cierre que nos dispone a nuevos caminos por emprender, por soñar, por crear, por transformar, por encontrar.

Más también este fin implica el haber adquirido las herramientas que nos han de sustentar en aquellos nuevos rumbos que Dios ha dispuesto para cada cual: las herramientas de la ciencia y de la pedagogía. Juntas nos permitirán llevar adelante la entrega de cuanto somos a cada joven hacia los cuales estamos llamados a educar.

No disociemos en ningún momento a nuestros saberes de nuestro ser ni de nuestro quehacer. En nosotros, educadores, debe gestarse la síntesis de estos aspectos para que así podamos ser adecuados compañeros de camino de quienes transitan sus primeros pasos en la afanosa tarea de vivir y comprender.

Creo que las palabras que mejor expresan nuestro ser educador son: Amor y Verdad. Una y otra se entrelazan tan fuertemente que podemos decir sin temor a error: el amor no se equivoca; quien sabe amar posee en él la verdad. De seguro esta verdad no será cuantificable, no la podremos demostrar deductivamente y siempre se nos terminará escapando de las manos; pero en nosotros, en nuestro ser y en nuestro quehacer, la verdad del amor deberá manifestarse y hacerse cada vez más clara.

Nos dice Antoine de Saint-Exupéry en el Principito: “sólo se ve bien con el corazón”. Efectivamente, sin el corazón, sin el amor vivido y mostrado, todo conocimiento poseído o mediado hacia nuestros alumnos será siempre media verdad. Pero toda ella se volverá resplandeciente si los jóvenes a quienes nos abocaremos dan cuenta de nuestra pasión, de nuestro celo, y de nuestro empecinado esfuerzo por asumirla en nosotros y darla a conocer.

Erich Fromm, hablando sobre la tarea de los intelectuales, expresaba las siguientes palabras: “(...) Creo que los intelectuales tienen, en primer lugar, y en segundo, y en tercero, una tarea, y ésta consiste en buscar la verdad, en la medida de sus fuerzas, y decirla. (…) El intelectual tiene una función que es específica de él, y es la de una prosecución implacable de la verdad sin consideración de sus propios intereses ni de los intereses de los demás. (…) El progreso político depende de cuánto sepamos de la verdad, de con cuánta claridad y agudeza la digamos y de la medida en que logremos impresionar con ella a los hombres1.

Resalto hoy estas palabras porque en ellas podemos ver que nuestro conocimiento adquirido y por adquirir no es vano, que en él podemos encontrar un factor de cambio para el mayor bien de nuestra sociedad, pero que a su vez nos demandará continuamente la coherencia de nuestra vida en el decir y en el hacer; en fin, nos demandará amar la verdad de tal forma que la encarnemos en cada palabra dicha y acción realizada. Este amor a la verdad, y no otra cosa, nos impelerá a buscarla, a compartirla y, en cuanto compartida, hacerla fuente de progreso.

Para ir concluyendo, quiero ahora citar algunas palabras de Paulo Freire que las destinaba a quienes tienen la tarea de enseñar. Él nos dice: “[La tarea del docente] es una tarea que requiere, de quien se compromete con ella, un gusto especial de querer bien, no sólo a los otros sino al propio proceso que ella implica. Es imposible enseñar sin ese coraje de querer bien, sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir. Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar2.

Deseo para mí y para todos nosotros de que hagamos de la educación una expresión de nuestro amor, porque “educar es cosa del corazón”, y nuestro corazón clama por encontrar su descanso en la Verdad, que no es otra que el Amor.


Muchas gracias.
Osvaldo Leonel Cánepa

1FROMM, Erich. El amor a la vida. Barcelona: Altaya, 1993. Páginas 186-187.
2FREIRE, Paulo. Cartas a quien pretende enseñar. Siglo XXI Editores. Argentina. 2004. Página 8.

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