Tal vez uno de los miedos
más primitivos de los hombres es el de la oscuridad. Muchos, al
preguntarles a qué temían siendo niños, lo afirman. Muchos, siendo
grandes, aún persisten en este temor. Pero, ¿qué hay en la
oscuridad que hace que temblemos ante ella? Ciertamente, no es la
mera ausencia de luz, sino más bien la situación de incertidumbre
que crea. Es decir, el miedo de no saber a qué atenernos, de no
reconocer el entorno y lo que hay en él.
También en la
naturaleza las tinieblas son, normalmente, espacios de no-vida. Donde
no llega la luz no penetra junto a él su calor. Ambos, luz y calor,
son generadores de vida para plantas y animales. De allí que la
oscuridad nos remita al frío y a la muerte.
Por eso en nuestros
simbolismos, en nuestro inconsciente colectivo, remitimos
constantemente a la luz como aquélla que nos ahuyenta el temor, nos
quita de la situación de incertidumbre, nos muestra el camino, nos
hace reconocer lo que tenemos a nuestro derredor, nos hace
reconocernos entre unos y otros, y por encima de todo nos trae calor
y vida.
El nacimiento de Jesús
debe ser para nosotros, cristianos, la memoria viva de esta luz más
brillante que toda otra, que ha venido al mundo para disipar las
tinieblas del pecado y de la muerte. En efecto, esta venida de Dios
en la carne es presentada como luz que vence toda oscuridad. La
Palabra de Dios nos lo dice en diversos pasajes:
“El pueblo que
caminaba a oscuras vio una luz intensa, los que habitaban un país de
sombras se inundaron de luz. Porque un niño nos ha nacido.” (Is.
9, 1.5)
“Por la entrañable
misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo
alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de
muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (Lc.
1,78-79)
“La luz brilló en
las tinieblas” (Jn. 1, 5)
La venida de Dios en
nuestra carne, su abajamiento a la condición humana, debe significar
para nosotros la mayor alegría y causa de nuestra esperanza. Porque
Dios en Jesús ha asumido todo lo nuestro, glorificando nuestra
naturaleza, asumiendo nuestras fragilidades y perdonando nuestras
faltas. Dios vino a nosotros, y viene una vez más para sacarnos de
las tinieblas del error, para extinguir nuestras incertidumbres, para
iluminarnos el camino, para hacer que nos reconozcamos unos con
otros, y por encima de todo para llenarnos del calor del amor y de la
vida.
Clara luz que iluminas
nuestro sendero,
no se apague tu claridad,
pues si se apaga sólo
oscuridad
me cubrirá en mis pasos
inciertos.
Ahuyéntase el frío de la
noche,
aléjese la muerte y el
temor,
pues un niño al mundo
llegó:
que amor, paz y vida nos
trae.
Brillaste luz en las
tinieblas,
claridad del alba no
reconocida,
pues nuestros pecados nos
obnubilan,
queme tu amor nuestras
cegueras.
Jesucristo, sol, luz
eterna
brilla en nosotros
nace en nuestras
tinieblas.
¡Feliz navidad!
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