martes, 4 de diciembre de 2012

Único en el mundo



Los hombres de tu tierra —dijo el principito— cultivan cinco mil rosas en un jardín y no encuentran lo que buscan.
No lo encuentran nunca —le respondí.
Y sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
Sin duda, respondí. Y el principito añadió:
Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón.

¿Cuándo alguien deja de ser uno más para ser otro? ¿Quién es verdaderamente un otro para mí? ¿Qué es la alteridad?

Hace unas semanas miraba las calles de la ciudad de Córdoba desde la ventana del profesorado, y recordaba el encuentro del principito con el rosal. ¡Tantas rosas semejantes a la suya! ¿Qué pasó por su corazón?, ¿acaso su rosa no era única en el mundo? Él se termina diciendo: “'Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe' Y echándose sobre la hierba, el principito lloró.”

¡Cuántas rosas semejantes a la mía! Aquélla que creía única termina siendo semejante a mil más, y su unicidad es tan genérica como son las hojas de los árboles. ¡Cuántas personas van y vienen con sus historias y sus pasos acelerados! ¿Quiénes son? ¿Son realmente otros para mí?

Pero la historia no acaba acá... el principito se encuentra con el zorro y descubre que si lo domestica será único en el mundo. El zorro lo expresa así: “Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...”.

Domesticar, dijo el Zorro, es “crear vínculos”. Cuando soy capaz de romper mis barreras del yo y salgo al encuentro del otro, allí ese otro va cobrando verdadero significado para . Los otros no son realmente otros sino hasta que rompo el ensimismamiento y puedo llegar a decir aunque sea “¡Buenos días!”.

El otro día me pasó algo digno de contar al respecto. Resulta que fui a comprar unas velas de cumpleaños y la dueña del local, como es muy poco frecuente en una ciudad tan grande como Córdoba, no sólo me atendió cortésmente sino que dio un paso más. Alguno podrá pensar, “¡qué inoportuna!”, pero es de resaltar cuánto la simple actitud de dar un paso más nos cuesta tanto (para darla y para recibirla de quién lo da). En efecto, ella me dijo: “¿Vos no sos de acá, no?” A lo cual yo le respondí que era formoseño. Luego hablamos un poco sobre Formosa y sobre las tonadas características. Finalmente, me retiré con mis velas y ella siguió atendiendo.

¡Y esos son los vínculos! Es mirar al otro y sacarlo de la generalidad de un rosal, para hacerlo único en el mundo. Es tender hacia quien viene a mí como don y reconocerlo en su único don. Y es realmente un acto de creación, pues antes de la pregunta, antes del gesto de cercanía, antes del abrazo, antes no había nada. El otro es otro cuando él o yo rompemos la propia barrera para de la nada gestar el don.

Con el zorro y sus enseñanzas, el principito reconoce el valor de su rosa. Cuando va a despedirse de su amigo el zorro, éste le invita a volver al rosal. Al regresar allí, el principito les expresa en un grito liberador a todas las rosas: “No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.” Y luego continúa: “Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Porque es mi rosa”. La otra vez mi hermana Leonella me decía que la preposición “porque” en francés puede expresarse de dos maneras distintas, que significan uno obviedad y otro justificación. El “porque” del principito es un “porque” de obviedad. ¡No hay nada que discutir! ¡Ella es importante porque es mi Rosa! ¡No hacen falta otros argumentos! El vínculo gestado, el vínculo regado y cultivado rescata del anonimato y de la generalidad a quien puede pasar como uno más para crearlo otro, y en cuanto otro hacerlo valioso y amigo.

Para mí, lo maravilloso de este relato es que todos estamos llamados a encontrar nuestra rosa, nuestro zorro, nuestro principito. ¡Todos! Sé que hay tantos hombres y mujeres que día a día se levantan de sus camas, desayunan, trabajan, estudian, caminan y caminan, se suben a los transportes públicos, a los autos, a las motos, van de compras, toman cafés, bailan, rezan, saludan, ríen y lloran. Parece que todos ellos son semejantes, y en cierto aspecto lo son... pero en mí y en cada cual se encuentra este precioso tesoro de ser capaz de domesticar, de crear vínculos a partir de los cuales haga del otro (o el otro haga de mí) esa rosa, ese zorro, ese principito, al cual “yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

Al finalizar esta etapa de mi vida, de cara a un nuevo comienzo, quiero agradecer a todos los que fueron esa rosa, ese zorro, ese principito, que hicieron posible que descubra el inmenso don del amor y de la amistad. Sepan que siempre estaremos cerca, y que nunca serán confundidos como si fueran nada en el medio de tantos hombres. Cada uno, cada una, es para mí, y lo será siempre, mi amigo, mi amiga, único en el mundo.

Porque los he regado, porque los supe y me supieron abrigar, porque me cuidaron y me dejaron que les cuide, y es a ustedes a los que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque son.. porque sos...

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